En pleno desencanto
Y me ordené de sacerdote y pasado el primer cuarto de aquella espiritualmente
sabrosa luna de miel, me mandaron los
superiores a dar una misión a un
pueblecito 1.
Hice mis provisiones de escapularios,
medallas, estampas y demás géneros de propaganda de los misioneros y ¡con qué
alegría tomé asiento en el vaporcito que había de dejarme en la ribera próxima
al pueblo de mi apostolado! ¡Y con qué presteza monté después en el burro que
el sacristán me tenía preparado para recorrer la hora de camino que separaba al
pueblo del río! ¡Qué planes tan risueños los que iba formando por el camino!
¡Cómo me lisonjeaba de ver ya en mi apresurada imaginación el templo rebosando
fieles oyendo mis sermones; el rosario de
la aurora cantado por las calles; la Comunión general, muy general, de todo
el pueblo; y el gozo de mi Prelado cuando, al terminar la misión, fuese a
administrar la santa confirmación y viese tan abundante cosecha...!
Vamos a ver, amigo sacristán, ¿está muy
entusiasmada la gente con la misión? ¿es muy grande la iglesia? ¿cabrá mucha
gente?... Y tras de esas, un chaparrón de preguntas encaminadas a enterarme
bien de las condiciones y puntos flacos del pueblo de mis presuntos triunfos
apostólicos.
-La iglesia, empezó a responderme con
frialdad y lentitud mi acompañante, la iglesia, si le he de decir verdad, no es
iglesia, o por mejor decir, ya sí es iglesia; gracias al señó Antonio el vaquero que se empeñó con tós los ricos de Sevilla y con el señor Arzobispo y hasta con la
reina de Madrid y ha buscado dinero para echarle un techo nuevo en lugar del
que se cayó hace unos nueve o diez años; y el suelo; y el altar mayor; y la
torre; y...
-Pero,
oiga usted, a la iglesia antigua ¿qué le quedaba? -le interrumpí yo extrañado.
-Pues nada, como el otro que dijo. Aquello
era una grillera. Por todas partes entraba el viento y el agua. Yo ya no
cerraba la puerta ni de día ni de noche, ¿para qué? si todo eran puertas y
agujeros. Pero, en fin, ya hoy es iglesia. Ahora lo que pasa es que la gente se
ha acostumbrado a no ir y me parece que poca va a ir a la misión. ¡como no
fuera la misión en el casino o en las tabernas!
Y a ese tenor fue el hombre aquel echando
sobre el fuego de mis entusiasmos más agua fría, que yo acababa de cruzar en el
vaporcillo...
Sin
embargo, hay que dar la misión. Dios lo quiere y Él me ayudará...
Dimos vista al pueblo y, contra lo que yo
esperaba, sin el indispensable grupo de chiquillos que recibieran al Padre
Misionero.
Nos apeamos de nuestros jumentos y
dejándolos ir por delante de nosotros, seguí mi interrogatorio con mi acompañante.
-Diga usted ¿en este pueblo no hay
chiquillos?
-Sí, pero ahora están en el campo...
Y mire usted aunque estén, no les da por la
iglesia, porque el señor cura por sus años, sus achaques y por lo que aquí pasa
y como no viene del otro pueblo que tiene a su cargo, más que los domingos, la
verdad ¡no quiere ver a un chiquillo ni pintado! ¡alborotan tanto!... Y ¡como
los padres tampoco vienen!...
-Entonces ¿quién viene a Misa en este
pueblo?
-Mire usted, como venir no vienen, digo,
vienen los que tienen que casarse o para bautizar algún niño, y señó Antonio y yo cuando no tengo que ir al
campo...
-¿Y comulgan?
-Comulgar, también comulgan algunas veces
los que vienen a casarse...
-¿Nadie más?
-Que yo me acuerde, nadie más.
-bueno, pero los enfermos por lo menos
recibirán los santos sacramentos ¿no es eso?
-No, no, ¡qué van a recibir! Si dicen que
esas son cosas de mal agüero y de susto. Todo lo más que reciben es el santolio cuando ya han perdido el
sentido.
-Y el señor cura ¿no tiene amigos aquí?
Porque por lo menos los amigos deberían venir al templo.
-¿Amigos? ¡Cualquier día puede visitar aquí
el cura a nadie! ¡Buena está la política del pueblo para que el cura visite!...
-Y ¿qué tiene que ver la política con que el
cura tenga amigos?
-Pues muy sencillo; como aquí hay tantos
partidos, basta que el cura visite o hable con uno, para que los enemigos
políticos de éste lo miren ya como de aquel partido. Así es que hay política en
todo, hasta en la Misa y en los sermones. En la Misa porque le sacan la punta
hasta al color de la casulla. Si es blanca porque el cura es del partido de los
blanquillos. Y si es encarnada,
porque es de los republicanos. Y en los sermones, porque los pocos que los
oyen se pelean después, por si lo que dijo fue en favor de éste o en contra del
otro. Total, que el cura está aquí como emparedado
¿sabe usted? Así es que viene por aquí lo menos posible y cuando viene, habla
con el menor número deseando acabar para volverse pronto. Tiene dejada a la
gente por imposible. Y la iglesia se ha compuesto porque señó Antonio es señó
Antonio y juró no parar hasta que la viera compuesta. Pero ni por el cura, que
está acobardado, ni por la gente que le importa un comino que haya o no haya
iglesia, se hubiera puesto un ladrillo.
¡Usted no sabe cómo están los pueblos!...,
terminó enfáticamente el sacristán al tiempo que llegábamos a las puertas del
templo parroquial, sin haber conseguido atraer un solo vecino, grande, ni
chico.
¡Verdad que no sabía cómo estaban los
pueblos!...
Nota:
Palomares del Río (Sevilla).
No hay comentarios:
Publicar un comentario