XVII. El abandono de la compañía de
compasión
Como
Jesús en nuestros Sagrarios no tiene una presencia estatuaria, sino real y
viva, así la presencia con que debemos corresponderle no ha de limitarse a ser
sólo presencia, como la de un candelero, una estatua, más o menos artística, o
un mueble que decore, sino que ha de aspirar a ser presencia de todo nuestro
ser racional y vivo. O sea, presencia corporal y espiritual. Pero ahondemos en
esa presencia espiritual.
Cómo está Jesús en el Sagrario
Si Jesús está presente en el
Sagrario con sus ojos que me miran, yo debo estar ante el Sagrario mirando con
mis ojos de carne la Sagrada Hostia, cuando me la dejan ver; y con mis ojos del
alma el interior de esa Hostia.
Si
Jesús está en el Sagrario con sus oídos para oírme, yo debo estar ante el
Sagrario con mi atención para oírlo y con mi mayor interés para hablarle.
Si
Jesús está presente en el Sagrario con sus manos rebosantes de dones para los
necesitados que se lleguen a pedírselos, yo debo estar ante el Sagrario con mi
indigencia expuesta en el plato de mi confianza.
Si
Jesús está en el Sagrario con el Corazón palpitante de amor sin fin a su Padre
y de amor hasta el fin a nosotros; si ese amor que sube a su Padre es
infinitamente latréutico, porque lo alaba como Él se merece, e
infinitamente eucarístico, porque le da gracias por los beneficios que
nos hace hasta dejarlo satisfecho, e infinitamente expiatorio, porque lo
aplaca por los pecados con que le ofendemos, hasta ponerlo en paz. Y es
infinitamente impetratorio, porque con clamor válido intercede y ruega
por nosotros. Y si ese amor que desciende desde su Corazón a los hijos de los
hombres, es amor de Padre, hartas veces menospreciado. De Hermano, casi siempre
desairado. De Amigo, las más de las veces abandonado. De Esposo, muy poco
correspondido. Y de Rey, muchas veces desobedecido, vilipendiado y
traicionado... Si todo esto es así, yo debo estar ante el Sagrario con todo mi
corazón y con todo el amor de él, para sumergirme en aquel Corazón y palpitar
con sus mismas palpitaciones y amar como Él ama, alabando, agradeciendo,
expiando, intercediendo al Padre celestial y disponiéndome a darme por Él de
todos los modos a mis prójimos hasta el fin, sin esperar nada...
En
menos palabras: si Jesús está en el Sagrario para prolongar, extender y
perpetuar su Encarnación y su redención, lo menos que yo debo hacer es
presentarle mi alma entera con sus potencias, y mi cuerpo entero con sus
sentidos, para que se llenen y empapen de sentimientos, ideas y afectos de
Jesús Redentor encarnado y sacramentado...
Ésta,
ésta es la compañía de compasión, la que pone entre Jesús y yo presentes
comunicación y cambio de miradas, de palabras, de necesidades, de afectos... La
que me hace mirar, hablar, oír, pedir, recibir, confiar, sentir y amar como Él
y con Él...
Cómo debo estar yo con Jesús en el
Sagrario
Llena
el alma de ese vivir sintiendo y compadeciendo con Él, procura no ver,
ni oír, ni sentir, ni querer las cosas, los acontecimientos y a las personas,
sino como Jesús desde su Sagrario las ve, oye, siente y quiere. Y de esta
suerte la presencia nuestra ante el Sagrario, que por ser corporal está
limitada sólo al tiempo en que estamos delante de El, por esta compasión le
podemos acompañar no a ratos, sino siempre, siempre...
Por
esta compañía de compasión, nuestro corazón y nuestra vida se convierten en eco
del Corazón y de la Vida que palpitan en nuestro Sagrario...
Alma
que crees con fe viva en la presencia real de Jesús en la Eucaristía ¿puedes
medir la inmensidad del amor que el Corazón de Jesús recibiría en su Sagrario y
de la dulzura y seguridad y paz que te inundarían, si tu corazón no tuviera más
ritmo que el ritmo del Corazón de Jesús Sacramentado?
Dos
corazones con el mismo ritmo son un solo corazón. Ésa es la obra de la compasión
perfecta.
Y
ahora, unas preguntas a las almas reparadoras:
El
Jesús de vuestros Sagrarios ¿está acompañado por la unidad de ritmo?
¿Se
da al poco conocido y menos amado Corazón de Jesús Sacramentado, el honor, la
acogida y el desagravio de esa compasión?
¿No
proferirá la misma queja, muchas veces rodeado de comulgantes y visitantes, que
en medio de las muchedumbres de Palestina: "Este pueblo me honra con los
labios, pero su corazón está lejos de Mí?" 1.
Soledad
en tus sentimientos y en tus amores ¡cómo te hará sufrir no pocas veces en tus
Sagrarios acompañados, Jesús mío!
Nota:
23 Mt 15,8
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