Texto íntegro de la conferencia pronunciada el
pasado 20 de enero por el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la
Fe, Mons. Gerhard Ludwig Müller, en el marco de las XII Conversaciones de
Derecho Canónico que organiza la facultad de Derecho Canónico de Valencia,
integrada en la Universidad Católica de Valencia “San Vicente Mártir”
1. El nuevo impulso de la "Evangelii
gaudium". 2. Origen de la unidad en Jesucristo. 3. La Iglesia única en su
misión universal y su concretización local. 4. La unidad de Primado y
Episcopado. 5. Papa y Obispos al servicio de la Iglesia única.
1. El nuevo impulso de la
"Evangelii gaudium"
Al hablar de la Iglesia solo podemos hacerlo con
motivo de la cuestión sobre Dios y el conocimiento de su presencia humana para
el mundo en Jesucristo.
Las guerras civiles y el terrorismo, la pobreza
y la explotación, la situación de los refugiados, las muertes de drogadictos,
el incremento de los suicidios, la adición a la pornografía en un 20% de la
juventud, la crisis de sentido y la desorientación espiritual y moral de
millones de personas, etc., todas estas tragedias globales y cotidianas hacen
que sobrevenga a la Iglesia de Dios la tarea trascendental de dar nuevamente
esperanza a la humanidad.
Pero la Iglesia no es la Luz, ella sola puede
dar testimonio de la Luz que ilumina a cada hombre, es decir, un testimonio de
Jesús, el Hijo de Dios y Redentor de todos los hombres. En este conocimiento de
Dios, se decide si el ser humano es consciente de su vocación divina y si tiene
un futuro en este mundo y más allá de él.
Una Iglesia que solo girase en torno a los
propios problemas estructurales, sería espantosamente anacrónica y ajena al
mundo, pues en su ser y misión, no es otra cosa que la Iglesia del Dios
trinitario, origen y destino de cada hombre y de todo el universo.
Un reajuste de independencia y colaboración de
las Iglesias locales, de la colegialidad episcopal y del Primado del Papa nos
permitirá no perder de vista la exigencia trascendental de la cuestión sobre
Dios. El Papa Francisco, en su Exhortación Apostólica "Evangelii
gaudium", habla de una saludable “descentralización”. La vida de la
Iglesia no puede concentrarse de tal forma en el Papa y su Curia, como si en
las parroquias, comunidades y diócesis tuviera lugar sólo algo secundario. Papa
y Obispos se remiten más bien a Cristo, el único que da esperanza a los seres
humanos.
El Papa no puede ni debe abarcar centralmente
desde Roma las diversas condiciones de vida que se le presentan a la Iglesia en
las distintas naciones y culturas, ni resolver por sí mismo los problemas de
cada lugar. Una centralización exagerada de la administración no ayudaría a la
Iglesia sino que más bien impediría su dinámica misional (EG 32). Por eso un
ejercicio reformado del Primado también pertenece a la nueva evangelización,
tema del último Sínodo de los Obispos (7-28/10/2012). Este ejercicio incumbe a
las estructuras de la dirección universal de la Iglesia, concretamente, a los
Dicasterios de la Curia Romana, de los que el Papa se sirve en el ejercicio de
la Potestad suprema, plena e inmediata, sobre toda la Iglesia. Éstos, “en
consecuencia, realizan su labor en su nombre y bajo su autoridad, para bien de
las Iglesias y servicio de los sagrados pastores” (CD 9).
En este contexto de la nueva evangelización,
también los Obispos, los Sínodos y las Conferencias Episcopales deben ejercer
una mayor responsabilidad que incluya “una cierta competencia magisterial”,
pues ésta les corresponde por la consagración y la misión canónica, y no sólo
por una habilitación Papal especial: “Los Obispos, cuando enseñan en comunión
con el Romano Pontífice, deben ser respetados por todos como testigos de la
verdad divina y católica” (LG 25).
El magisterio Papal no sustituye al magisterio
de los Obispos y su acción conjunta a nivel nacional o continental (por
ejemplo, los documentos del CELAM: Puebla, Medellín, Santo Domingo, Aparecida),
sino que lo presupone y exige por la responsabilidad de los Obispos para la
Iglesia entera (EG 16).
Sobre este tema, el Papa se refiere expresamente
al Motu Proprio "Apostolos suos" (1998), en el que Juan Pablo II,
basándose en el Concilio Vaticano II, describió más de cerca las competencias
de las Conferencias Episcopales. Con esto, no se ha dado la señal para un
cambio de dirección o una “revolución en el Vaticano”, en contraposición con
interpretaciones superficiales. La Iglesia solo podría permitirse luchas de
poder y disputas de competencias so pena de la pérdida de su tarea misional.
Según la síntesis eclesiológica del Vaticano II,
debemos excluir una interpretación antagónica o dialéctica de la relación entre
la Iglesia Universal y las Iglesias locales. Los extremos históricos del
Papismo / Curialismo por una parte, y por otra del Episcopalismo /
(Conciliarismo / Galicanismo / Febronianismo / Veterocatolicismo) solo nos
demuestran, de que formas no funciona la Iglesia, y que la absolutización de un
elemento constitutivo a expensas de otro contradice la confesión de Ecclesia
una, sancta, catholica et apostolica. La unidad fraternal de los Obispos de la
Iglesia Universal cum et sub Petro se fundamenta en la sacramentalidad de la
Iglesia, y con ello, en el derecho divino. Solo a precio de una desacralización
de la Iglesia podría realizarse una lucha de poder entre fuerzas centralistas y
particularistas. Al final quedaría una Iglesia secularizada y politizada, que
solo se diferenciaría en grado de una ONG, y esto sería un contraste completo
respecto a la Exhortación Apostólica "Evangelii gaudium".
Según el género literario, este escrito
no es dogmático sino un texto parenético. Se presupone como su base dogmática,
se presupone la doctrina sobre la Iglesia expuesta en "Lumen gentium"
con la más alta vinculación magisterial (EG 17). Al Papa le interesa con ello
una superación tanto del letargo y de la resignación ante la secularización
extrema, como un final de las disputas debilitantes dentro de la Iglesia entre
ideologías tradicionalistas y progresistas
A pesar de todas las tormentas y vientos
contrarios, la barquilla de Pedro debe volver a izar las velas de la alegría
por Jesús, que está junto a nosotros. Y los discípulos deben asir sin miedo el
timón para que la misión de la Iglesia avance llena de fuerza.
Cuando la Iglesia presenta hacia afuera una
imagen de desgarramiento y hostilidad, no se puede esperar que alguien perciba
la Iglesia como testigo creíble del amor de Dios ni que aprenda a amarla como
su madre.
2. Origen de la unidad en
Jesucristo
El Concilio Vaticano II, en la Constitución
dogmática sobre la Iglesia "Lumen gentium", no se sitúa desde una
determinación sociológico-inmanentista, como si la Iglesia fuese constituida
desde una voluntad comunitarizante de miembros de una misma convicción
religioso-moral.
La Iglesia tiene más bien su origen más profundo
en la procedencia interno-divina del Hijo desde el Padre. En el Hijo todos los
seres humanos ya están llamados desde la eternidad a participar en la vida
divina. La comunidad de los hombres con Dios está ya prefigurada en Cristo
desde el principio de la historia de la humanidad. Esta comunidad sería
preparada histórico-salvíficamente en el Pueblo de la Antigua Alianza,
constituida finalmente en la venida del Señor y en la efusión del Espíritu
Santo, y, después, revelada en la Iglesia de la nueva y definitiva Alianza (LG
2).
En tanto la Iglesia no es una organización
puramente humana, la pregunta sobre su fundación socio-jurídica, a través del
Jesús “histórico”, es objetivamente inapropiada y resulta anacrónica desde una
hermenéutica teológica de la revelación histórica. La Iglesia, más bien, se
funda como comunidad de vida con Jesús, en su naturaleza divina y en su
relación filial con el Padre; y se revela históricamente en su actuar como
hombre, pues en su persona ha llegado el Reino de Dios. A esto pertenece la
reunión de los discípulos, a quienes Él les da parte en su pleno poder y
misión. Jesús, como el mediador escatológico del reinado de Dios (1.), a través
de su anuncio, de sus obras salvíficas y, sobre todo, a través de su muerte en
cruz y resurrección, ha fundado el Pueblo escatológico de la alianza como
comunión de la humanidad con Dios, y ha dado (2.) parte en su misión a la
comunidad que cree en él.
Son, por tanto, los dos elementos, la comunión y
la misión, los que constituyen a la comunidad de los discípulos de Jesús como
signo e instrumento de unidad de los hombres con Dios y de unidad entre ellos
mismos. Por tanto, la Iglesia es esencialmente una sola, como servidora y
mediadora de esa unión. La Iglesia no es la posterior suma de los individuos en
su relación autónoma e inmediata con Dios, sino que está ya unida con Cristo
orgánicamente como el cuerpo con la cabeza.
Cristo constituye como cabeza el principio de la
unidad de todos los miembros del cuerpo. Solo así todos pueden alegrarse y
sufrir con el otro, cuando el otro se alegra y sufre. La pluralidad de los
miembros del cuerpo está en relación con la cabeza única (Gal 3,28):
"totus Christus – caput et corpus". Cristo, como el sólo y único
mediador, es el hombre escatológico, el nuevo Adán; y todos los miembros del cuerpo
son introducidos en una relación filial con el Padre en el Espíritu Santo (Gal
4, 4-6).
Nos encontramos con la palabra “Iglesia”, que ya
aparecía en los LXX como traducción griega para la asamblea del Pueblo de Dios,
siempre en singular, y en relación con Dios –el Padre, Cristo, el Hijo, y el
Espíritu Santo–: como el solo y único Pueblo de Dios, el sólo y único cuerpo de
Cristo, que es la Iglesia, y el sólo y único Templo del Espíritu Santo. Esta
Iglesia una, que subsiste en la Iglesia Católica (LG 8, respuesta de la
Congregación para la Doctrina de la Fe a una cuestión acerca de algunos
aspectos relacionados con la doctrina sobre la Iglesia, 2, 2007), se sitúa por
completo en el servicio de la mediación salvífica de Cristo, una y
universal/católica, y es por ello necesariamente universal en su esencia y en
su misión, es decir, católica, pues la Iglesia anuncia la salvación a todos los
hombres.
El evangelio de Cristo libera a los hombres de
su dispersión babilónica, y los convoca de entre la multitud de pueblos y
lenguas a entrar en la unidad pentecostal del Pueblo único de Dios. Esta
Iglesia única está presente en la multitud de pueblos y culturas,
configurándolos con la única humanidad en Cristo, cabeza de toda la creación.
3. La Iglesia única en su
misión universal y su concretización local
La sacramentalidad de la Iglesia se funda en la
Encarnación. En analogía con la unidad divino-humana de Cristo, la Iglesia una,
santa, católica y apostólica se fundamenta como una comunidad de vida con Dios
espiritualmente invisible, y en tanto visible, como una sociedad constituida
jerárquicamente. La unidad visible se muestra en la doctrina apostólica común,
en la vida sacramental y en la constitución jerárquica. De este modo, la
Iglesia no puede ser meramente una idea trascendente que unifica a los pueblos,
es decir una civitas platónica.
Como Iglesia para la humanidad, en su dimensión
constitucional espiritual y corporal y en su forma existencial histórica y
social, ella se concretiza en las coordenadas de espacio y tiempo según las
condiciones de vida culturales de los hombres. La Iglesia de la Palabra de
Dios, Palabra que ha entrado en el espacio y tiempo, se realiza simultáneamente
universal y localmente.
La Iglesia única y universal, dirigida por el
Papa y los Obispos en comunión con él, existe en y desde las Iglesias locales.
Este es el sentido de la fórmula “in quibus et ex quibus una et unica Ecclesia
catholica existit” (LG 23). La misión de Cristo concierne a todos los seres
humanos, de todos los lugares y de todos los tiempos. Y, con todo, Él mismo
vivió en uno de los muchos lugares de la tierra y, durante un minúsculo espacio
de tiempo, en la historia de la humanidad.
Esta misión se realizó históricamente una vez en
el hombre Jesús de Nazaret, que ha vivido y actuado durante un tiempo
determinado en un determinado lugar del mundo. Ya en el tiempo prepascual nos
encontramos con la tensión entre misión universal y presencia local. Jesús
elige para sí a los Apóstoles a fin de enviarlos a aquellos lugares a los que
Él mismo no podía ir. Después de la Pascua, Él envía a los Apóstoles al mundo
entero, y les promete su presencia a todos juntos y a cada uno; de modo que el
Cristo único está presente en la mediación de la multitud de apóstoles,
mediadores de salvación en cada lugar del mundo y unificadores de la humanidad.
En este sentido, el concepto de “Iglesia” puede
ser utilizado también para las Iglesias locales. La sola y única Iglesia de
Dios está presente como Iglesia universal en las Iglesias de Dios en Corinto,
Roma, Tesalónica, etc. Y en cada lugar, los fieles no tienen que ver con otra
cosa que no sea la Iglesia única de Cristo, en la cual el Espíritu Santo une
entre sí a todos los bautizados, y los inserta en la unidad del Cuerpo de
Cristo, de modo que todos son uno en Cristo y como hijos e hijas de Dios forman
en Cristo la única familia Dei.
No se trata, por tanto, de una potestad
espiritual etérea que se administra para la Iglesia universal y las Iglesias
locales según las consideraciones políticas y las conveniencias estratégicas
entre el Papa y los Obispos. Más bien Cristo ha llamado a los apóstoles
conjuntamente −como Colegio−. Él mismo ha antepuesto al Apóstol Pedro como
fundamento y principio de la unidad de la potestad apostólica única y de la
misión para la Iglesia entera. La consagración episcopal muestra la naturaleza
colegial de la función episcopal en la inserción del Obispo singular en la
totalidad del Colegio con el Papa como cabeza, sin el cual, el Colegio no puede
ejercer ninguna potestad universal en la función magisterial y pastoral. “La
unión colegial se manifiesta también en las mutuas relaciones de cada Obispo
con las Iglesias particulares y con la Iglesia universal. El Romano Pontífice,
como sucesor de Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible de
unidad así de los Obispos como de la multitud de los fieles. Por su parte, los
Obispos son, individualmente, el principio y fundamento visible de unidad en
sus Iglesias particulares, formadas a imagen de la Iglesia universal, en las
cuales y a partir de las cuales existe la Iglesia católica, una y única. Por
eso, cada Obispo representa a su Iglesia, y todos juntos con el Papa
representan a toda la Iglesia en el vínculo de la paz, del amor y de la unidad”
(LG 23).
La determinación de la relación entre
universalidad y particularidad resulta exitosa sólo desde una perspectiva
consecuentemente cristológica y eclesiológica. No hay ninguna analogía para
esta relación en comparación con formas de organización, estatales y no
estatales, de sociedades humanas y empresas. De hecho, la unidad de la Iglesia
se realiza en la particularidad local-eclesial, por ello una comunidad personal
nunca puede ser Iglesia local en sentido propio, del mismo modo que la
naturaleza de cada Iglesia local no puede ser otra cosa que la Iglesia
universal en un lugar determinado.
Este hacerse presente recíproco es la comunión
católica de la Iglesia, que se constituye como communio ecclesiarum. En esto
podemos observar que la totalidad de la Iglesia no se puede entender como la
mera suma de las porciones eclesiales, sino que la precede ontológica y
temporalmente. El documento "Communionis notio", que la Congregación
para la Doctrina de la Fe publicó en 1992, lo explica de la siguiente manera:
“En efecto, ontológicamente, la Iglesia-misterio, la Iglesia una y única según
los Padres precede la creación, y da a luz a las Iglesias particulares como
hijas, se expresa en ellas, es madre y no producto de las Iglesias
particulares. De otra parte, temporalmente, la Iglesia se manifiesta el día de
Pentecostés en la comunidad de los ciento veinte reunidos en torno a María y a
los doce Apóstoles, representantes de la única Iglesia y futuros fundadores de
las Iglesias locales, que tienen una misión orientada al mundo: ya entonces la
Iglesia habla todas las lenguas. De ella, originada y manifestada universal,
tomaron origen las diversas Iglesias locales, como realizaciones particulares
de esa una y única Iglesia de Jesucristo. Naciendo en y a partir de la Iglesia
universal, en ella y de ella tienen su propia eclesialidad. Así pues, la
fórmula del Concilio Vaticano II: la Iglesia en y a partir de las Iglesias
("Ecclesia in et ex Ecclesiis"), es inseparable de esta otra: Las
Iglesias en y a partir de la Iglesia ("Ecclesiae in et ex Ecclesia").
Es evidente la naturaleza mistérica de esta relación entre Iglesia universal e
Iglesias particulares, que no es comparable a la del todo con las partes en
cualquier grupo o sociedad meramente humana” (n. 9).
4. La unidad de Primado y
Episcopado
En el tercer capítulo de "Lumen
gentium" se describe la unidad de la universalidad y de la particularidad.
Se presupone aquí la constitución apostólica de las Iglesias locales. Esto
significa que las Iglesias locales, como la Iglesia de Cristo, no son
constituidas en absoluto por la voluntad asociacional de cada uno de los
cristianos. Más bien es Cristo mismo, quien, mediante sus Apóstoles y los
sucesores de éstos (en el munus praedicandi, sanctificandi et gubernandi),
funda la Iglesia universal en y desde las Iglesias locales como communio
ecclesiarum. Solo se puede hablar de Iglesia local, cuando ésta realiza
visiblemente en el Obispo, sucesor de los Apóstoles, la unidad con las otras
Iglesias locales y la unidad con el origen de la Iglesia en Cristo y los
Apóstoles.
Esto se muestra en la unidad de la confesión
apostólica y de la actualización sacramental-litúrgica de la salvación en
Cristo. La Doctrina de los Obispos como sucesores de los Apóstoles, de su
unidad colegial entre ellos, y de su unidad con el sucesor de Pedro como cabeza
visible de toda la Iglesia y del Colegio Episcopal, es, por tanto, constitutiva
para el concepto católico de Iglesia.
Solo desde este presupuesto se puede apreciar
correctamente la consiguiente descripción de universalidad y particularidad
como descripción de la unidad y unicidad de la Iglesia de Cristo: “Así como,
por disposición del Señor, San Pedro y los demás Apóstoles forman un solo
Colegio apostólico, de igual manera se unen entre sí el Romano Pontífice,
sucesor de Pedro, y los Obispos, sucesores de los Apóstoles. (…) El Colegio o
Cuerpo de los Obispos, por su parte, no tiene autoridad, a no ser que se
considere en comunión con el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, como cabeza
del mismo, quedando totalmente a salvo el poder primacial de éste sobre todos,
tanto pastores como fieles. (…) Este Colegio, en cuanto compuesto de muchos,
expresa la variedad y universalidad del Pueblo de Dios; y en cuanto agrupado
bajo una sola Cabeza, la unidad de la grey de Cristo. Dentro de este Colegio
los Obispos, respetando fielmente el primado y preeminencia de su Cabeza, gozan
de potestad propia para bien de sus propios fieles, incluso para bien de toda
la Iglesia porque el Espíritu Santo consolida sin cesar su estructura orgánica
y su concordia. La potestad suprema sobre la Iglesia universal que posee este
Colegio se ejercita de modo solemne en el concilio ecuménico. (…) Esta misma
potestad colegial puede ser ejercida por los Obispos dispersos por el mundo a
una con el Papa, con tal que la Cabeza del Colegio los llame a una acción
colegial o, por lo menos, apruebe la acción unida de éstos o la acepte
libremente, para que sea un verdadero acto colegial” (LG 22).
La Iglesia católica subsiste en y desde las
distintas Iglesias locales. Cada Iglesia local participa de la totalidad de la
Iglesia mediante la unidad con ella y con su origen apostólico, a través de la
unidad de la confesión de la fe, a través de la mediación salvífica con sus
formas litúrgico-sacramentales, y a través de la Autoridad Apostólica, que se
encarna y garantiza en el Obispo por la sucesión que se remonta a los
Apóstoles.
Esta totalidad no impide sino que exige su
señorío, el cual aflora mediante la inculturación con los pueblos y épocas de
la historia. La Iglesia local de Roma es una entre muchas Iglesias locales, con
la peculiaridad de que su fundación apostólica mediante el testimonio −verbi et
sanguinis− de los Apóstoles Pedro y Pablo le otorga un primado en el testimonio
conjunto y en la unidad de vida de la catholica communio. Debido a esta
potentior principalitas, cada Iglesia local debe coincidir con ella (cf.
Ireneo, adv. haer III, 3, 2). Según la sustancia de la fe, incluso en ambos
Concilios Vaticanos no se ha añadido nada más sobre la catolicidad y
particularidad, ni sobre la colegialidad de los Obispos y la orientación hacia
la Cátedra de Pedro en doctrina y disciplina.
Las advertencias de la Congregación para la
Doctrina de la fe sobre el Primado del Sucesor del Pedro en el misterio de la
Iglesia (1998) determinan, por ello, resumidamente: “Las características del
ejercicio del Primado deben entenderse sobre todo a partir de dos premisas fundamentales:
la unidad del Episcopado y el carácter episcopal del Primado mismo. Al ser el
Episcopado una realidad ‘una e indivisa’, el Primado del Papa comporta la
facultad de servir efectivamente a la unidad de todos los Obispos y de todos
los fieles, y ‘se ejerce en varios niveles, que se refieren a la vigilancia
sobre la transmisión de la Palabra, la celebración sacramental y litúrgica, la
misión, la disciplina y la vida cristiana’; a estos niveles, por voluntad de
Cristo, en la Iglesia todos −tanto los Obispos como los demás fieles− deben
obediencia al Sucesor de Pedro, el cual también es garante de la legítima
diversidad de ritos, disciplinas y estructuras eclesiásticas entre Oriente y
Occidente” (n. 8).
5. Papa y Obispos al servicio
de la Iglesia única
Es importante interpretar el ministerio
episcopal como realidad sacramental en la Iglesia sacramental y no confundirlo
con el servicio de un moderador de puras asociaciones humanas.
Pues el Episcopado es un Ministerio instituido
para siempre (LG 18). Los “Obispos, puestos por el Espíritu Santo” (Hch 20,
28), se sitúan en el lugar de Dios ante el Rebaño de Cristo (LG 19). En la
consagración sacramental actúa de tal modo el Espíritu, que, “los Obispos, de
modo visible y eminente, hacen las veces del mismo Cristo, Maestro, Pastor y
Pontífice, y actúan en lugar suyo” (LG 21). Ellos son “vicarios y legados de
Cristo” (LG 27) en el ejercicio de su servicio.
Ya el hecho de que en la ordenación sacramental
del sucesor se hace referencia a la consagración mediante “Obispos vecinos de
otras Iglesias” indica la dimensión colegial y universal-eclesial del
Episcopado. Ninguna comunidad se constituye sola ni a sí misma ni su
ministerio. La consagración episcopal integra al Obispo emblemáticamente en el
Colegio Episcopal y le confiere una responsabilidad para la única Iglesia
Católica extendida por el mundo, que subsiste en la communio ecclesiarum.
El Obispo es en su Iglesia local “principio y
fundamento visible de unidad” (LG 23). Esto se relaciona con la comunión de
todos los fieles y el colegio de quienes ostentan un cargo: presbíteros,
diáconos y demás oficios eclesiales. El único oficio episcopal no agota la
pluralidad de misiones y servicios. A través del oficio episcopal, no solo se
impide el desmoronamiento de los servicios individuales, sino que también se
exige la pluralidad de servicios en cada uno de los miembros y se asegura la
unidad de la misión de la Iglesia única en martirio, diaconía y liturgia.
En tanto que el colegio del Obispo sirve a la
unidad de la Iglesia, éste debe portar en sí mismo el principio de esa unidad.
Por ello el Obispo solo puede ser Obispo de una Iglesia local y no el
presidente de una federación de alianzas eclesiales regionales y continentales.
Y su colegio no puede ser sólo un principio objetivo puro (decisión
mayoritaria, delegación de derechos a un gremio de dirección elegido, etc.). En
tanto que en la esencia interior del oficio episcopal se trata de un testimonio
personal, el principio de la unidad del episcopado mismo se encarna en una
persona.
Según la concepción católica, el principio
personal de la unidad, tanto en el origen como en su aplicación actual, se da
en el Obispo de Roma. Como Obispo, él es el sucesor de Pedro, quien en persona
encarna la unidad del Colegio Apostólico. Para una teología del Primado resulta
decisiva la descripción del servicio de Pedro como una misión episcopal, como
también el conocimiento de que este Oficio no es de derecho humano sino divino,
en tanto en cuanto solo puede ser ejercido en la Potestad de Cristo, en virtud
de un carisma entregado personalmente a su portador en el Espíritu Santo.
“Jesucristo, Pastor eterno (…) para que el mismo
Episcopado fuese uno solo e indiviso, puso al frente de los demás Apóstoles al
bienaventurado Pedro e instituyó en la persona del mismo el principio y
fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de fe y de comunión” (LG 18;
DH3051).
El Papa sugiere en "Evangelii gaudium"
una praxis corregida, correspondiente a la civilización global y digitalizada
de hoy. Aunque Primado y Episcopado pertenecen a la esencia de la Iglesia, las
formas de su realización en la historia son necesariamente diversas. La
invitación del Papa a una renovada percepción de la Colegialidad de los Obispos
es lo contrario a una relativización del servicio que Cristo le ha encomendado
de forma inmediata, es decir: un servicio a la unidad de todos los Obispos y
fieles en la fe revelada, un servicio a la vida común desde la gracia
sacramental, y un servicio a la misión de mediar la unidad de los hombres en
Dios (LG 1).
En tanto que el Episcopado tiene naturaleza
colegial, al Obispo, en virtud de la Consagración y de la misión canónica,
también se le confiere la co-preocupación y la co-responsabilidad para el bien
de la Iglesia universal: “El cuidado de anunciar el Evangelio en todo el mundo
pertenece al Cuerpo de los Pastores (…) por tanto, todos los Obispos, en cuanto
se lo permite el desempeño de su propio oficio, están obligados a colaborar
entre sí y con el sucesor de Pedro, a quien de modo especial le ha sido
confiado el oficio excelso de propagar el nombre cristiano” (LG 23).
En el reconocimiento del fructuoso apostolado
que habían ejercitado las Conferencias Episcopales ya entonces existentes, y
con el deseo de que estos organismos fuesen erigidos en todas partes, el
Concilio Vaticano II formuló, por así decir, una breve definición: “La
conferencia episcopal es como una asamblea en que los Obispos de cada nación o
territorio ejercen unidos su cargo pastoral para conseguir el mayor bien que la
Iglesia proporciona a los hombres, sobre todo por las formas y métodos del
apostolado, aptamente acomodado a las circunstancias del tiempo” (CD 38,1). La
implementación teológica y práctica del servicio de las Conferencias
Episcopales a la totalidad de la Iglesia y a las partes eclesiales comprendidas
en ella, ha continuado siendo desarrollada y concretizada en el Motu Proprio "Apostolos
suos".
A este servicio también le corresponde una
competencia magisterial de los Obispos pertenecientes a una Conferencia
considerados en su conjunto (cf. AS 21; CIC can. 753). Estas instituciones
surgen al servicio de la unidad de la fe y de la implementación concreta en un
espacio cultural. La referencia al sucesor de Pedro, principio visible de la
unidad de la Iglesia, es constitutiva para cada Concilio ecuménico, para cada
sínodo particular y para cada Conferencia Episcopal; y además, es de derecho
divino, al cual se debe subordinar todo derecho de la Iglesia. Una Conferencia
Episcopal no puede emitir nunca una declaración dogmática vinculante de forma
separada, ni tampoco relativizar dogmas definidos o estructuras sacramentales
constitutivas (por ejemplo, hacer depender el propio ministerio magisterial y
pastoral de organismos de puro derecho eclesial).
Tendencias separatistas y comportamientos
prepotentes solo dañarían a la Iglesia. La revelación ha sido encomendada a la
Iglesia única y universal para su fiel custodia, Iglesia guiada por el Papa y
los Obispos en comunión con él (LG 8; DV 10). La Iglesia Católica es communio
ecclesiarum y no una federación de Iglesias estatales o una alianza mundial de
comunidades eclesiales confesionalmente emparentadas, que respetan por
tradición humana al Obispo de Roma como presidente honorífico. Pues nación,
idioma, cultura, no son principios constitutivos para la Iglesia, que testifica
y realiza la unidad de los pueblos en Cristo; pero son medios indispensables,
en los cuales se despliega toda la riqueza y la plenitud de Cristo en los
redimidos.
La "Evangelii gaudium" quiere
reunificar interiormente a la Iglesia, para que el Pueblo de Dios, en su
servicio misionero, no sea obstáculo a una humanidad necesitada de salvación y
ayuda. El Papa Francisco propone en su escrito apostólico “algunas líneas que
puedan alentar y orientar en toda la Iglesia una nueva etapa evangelizadora,
llena de fervor y dinamismo” (EG 17).
Gerhard Ludwig Müller, Prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe
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