MISAS MATUTINAS
EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS
SANCTAE MARTAHE
EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS
SANCTAE MARTAHE
Entre
Cristo
y la Iglesia
y la Iglesia
ninguna
dicotomía
Jueves 30 de enero de 2014
Jueves 30 de enero de 2014
El
sensus Ecclesiae —que nos salva de la «absurda dicotomía de ser
cristianos sin Iglesia»— se apoya en tres pilares: humildad, fidelidad y
servicio de la oración. Lo afirmó el Papa Francisco en la misa del jueves 30 de
enero, por la mañana, en la capilla de la Casa Santa Marta.
Le
sugirió la reflexión la lectura del salmo 132 (131) que, dijo el Pontífice,
«nos abre la puerta para reflexionar sobre la Palabra de Dios en la liturgia de
hoy». Dice el texto: «Señor, tenle en cuenta a David todos sus afanes». Por lo
tanto, explicó el Papa, he aquí «el rey David como modelo; el rey David como el
hombre que trabajó mucho, que se entregó en gran medida por el reino de Dios».
Un
pensamiento que se relaciona con el «pasaje del segundo libro de Samuel (7,
18-19.24-29) que hemos escuchado hoy, continuación del de ayer», destacó el
Santo Padre. El texto relata el pensamiento de David, que reflexiona: «yo vivo
en un palacio, pero el arca del Señor está aún en una tienda: hagamos un
templo». La respuesta del Señor es negativa: «No, tú no, lo hará tu hijo». Y
«David acepta, pero acepta con alegría», presentándose ante Dios y hablándole
«como un hijo a un padre».
David
empieza así: «¿Quién soy yo, mi Dueño y Señor, y quién la casa de mi padre,
para que me hayas engrandecido hasta tal punto?». Él, destacó el Papa, ante
todo se pregunta: «¿Quién soy yo?». Recuerda bien haber sido «un joven pastor
de ovejas, como dice en otro pasaje, tomado de entre las ovejas» y que se
convirtió «en rey de Israel». He aquí, entonces, el sentido de la pregunta de
David: «¿Quién soy?».
Una
pregunta, afirmó el Pontífice, capaz de revelar que «David tenía precisamente
un sentimiento fuerte de pertenencia al pueblo de Dios». Y esto, dijo, «me hizo
reflexionar: sería hermoso preguntarnos hoy cómo es nuestro signo de
pertenencia a la Iglesia: el sentir con la Iglesia, sentir en la Iglesia». En
efecto, continuó, «el cristiano no es un bautizado que recibe el bautismo y
luego sigue adelante por su camino». No es así, porque «el primer fruto del
bautismo es hacer que pertenezcas a la Iglesia, al pueblo de Dios». Por lo
tanto, precisó, «no se comprende un cristiano sin Iglesia. Por ello, el gran
Pablo VI decía que es una dicotomía absurda amar a Cristo sin la Iglesia; escuchar
a Cristo pero no a la Iglesia; estar con Cristo al margen de la Iglesia. Es una
dicotomía absurda».
En
efecto, añadió el Papa Francisco, «el mensaje evangélico lo recibimos en la
Iglesia y nuestra santidad la hacemos en la Iglesia. Nuestro camino está en la
Iglesia». La alternativa, dijo, «es una fantasía» o, como decía Pablo VI, «una
dicotomía absurda».
El
Pontífice profundizó luego el significado «de este sentir con la Iglesia. En
latín se dice sensus Ecclesiae: es precisamente sentir, pensar y querer
dentro de la Iglesia». Y «reflexionando en este pasaje de David, sobre la
pertenencia al pueblo de Dios, podemos encontrar tres pilares de esta
pertenencia, de este sentir con la Iglesia»: humildad, fidelidad y servicio de
la oración.
En
cuanto al primero, el obispo de Roma explicó que «una persona que no es humilde
no puede sentir con la Iglesia: sentirá lo que a ella le gusta». La auténtica
humildad, precisamente, «se ve en David», quien pregunta: «¿Quién soy yo, Señor
Dios, y qué es mi casa?». David tiene «consciencia de que la historia de
salvación no comenzó conmigo y no acabará cuando yo muera. ¡No! Es precisamente
una historia de salvación», a través de la cual «el Señor te toma, te hace ir
adelante y luego te llama; y la historia continúa». Humildad es, por lo tanto,
ser consciente de que «la historia de la Iglesia comenzó antes de nosotros y
seguirá después de nosotros». Porque «somos una pequeña parte de un gran pueblo
que sigue el camino del Señor».
La
fidelidad, el segundo pilar, está «relacionada con la obediencia». Al respecto,
el Papa Francisco volvió a proponer la figura de David que «obedece al Señor y
también es fiel a su doctrina, a su ley»: por lo tanto «fidelidad a la Iglesia,
fidelidad a su enseñanza, fidelidad al Credo, fidelidad a la doctrina y
custodiar esta doctrina». Así, «humildad y fidelidad» van juntas. «También
Pablo VI nos recordaba —dijo— que nosotros recibimos el mensaje del Evangelio
como un don. Y debemos transmitirlo como un don. Pero no como algo nuestro. Es
un don recibido que damos». Y «en esta transmisión» es necesario «ser fieles,
porque nosotros hemos recibido y debemos dar un Evangelio que no es nuestro, es
de Jesús. Y no tenemos que convertirnos en dueños del Evangelio, en dueños de
la doctrina recibida para usarla a nuestro gusto».
Con
humildad y fidelidad, «el tercer pilar es el servicio: servicio en la Iglesia.
Está el servicio a Dios, el servicio al prójimo, a los hermanos», explicó el
Santo Padre, «pero yo aquí hago referencia sólo al servicio a Dios». Punto de
partida es una vez más la actitud de David: cuando «termina su reflexión ante
Dios, que es una oración, ora por el pueblo de Dios». Precisamente «éste es el
tercer pilar: rezar por la Iglesia».
Se
lee en el pasaje del Antiguo Testamento: «Tú, mi Dueño y Señor, eres Dios, tus
palabras son verdad y has prometido a tu siervo este bien». También a nosotros,
comentó el Papa, el Señor nos aseguró que «la Iglesia no será destruida» y las
puertas del infierno no prevalecerán «contra ella». El pasaje del segundo libro
de Samuel sigue así: «Dígnate, pues, bendecir esta casa de tu siervo, para que
permanezca para siempre ante ti». Son palabras que sugieren una pregunta:
«¿Cómo es nuestra oración por la Iglesia? ¿Rezamos por la Iglesia? En la misa,
todos los días, ¿y en nuestra casa? ¿Cuándo recitamos nuestras oraciones?». Se
debe orar al Señor por «toda la Iglesia, por todas la partes del mundo». He
aquí la esencia de «un servicio ante Dios que es oración por la Iglesia».
Por
lo tanto, resumió el Pontífice, la humildad nos hace comprender que «estamos
integrados en una comunidad como una gracia grande» y que «la historia de la
salvación no comenzará conmigo, no acabará conmigo: cada uno de nosotros puede
decir esto». La fidelidad nos recuerda, en cambio, que «hemos recibido un
Evangelio, una doctrina» a los cuales hay que ser fieles y custodiar. Y el
servicio nos impulsa a ser constantes en la «oración por la Iglesia». Que el
Señor, fue su deseo como conclusión, «nos ayude a seguir por este camino para
profundizar nuestra pertenencia a la Iglesia y nuestro sentir con la Iglesia».
Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en
lengua española, n. 6, viernes 7 de febrero de 2014
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