San Luis Beltrán
Amad a vuestros
enemigos
«Amad a vuestros
enemigos
y rogad por los que os odian»
y rogad por los que os odian»
El Evangelio de este domingo, que
[trata] del amor que hemos de tener a los enemigos: Amad a vuestros
enemigos.
En la música hay voces discordes,
altas y bajas; y lo primero que ha de tener, para ser buena y suave, es
concordar las voces: los tiples con los tenores; y para esto hay dos llaves,
una alta y otra baja, con las cuales se vienen a proporcionar las voces que
nacen de ellas, y hacen una gran suavidad que arroba los corazones.
Hermanos míos, entended, pues, que la
vida nuestra no es otra cosa sino una música de voces diferentes.
Voces altas y bajas, ricos y pobres
menesterosos, grandes y pequeños, buenos y malos. Es música, en fin, en donde
hay tiples y tenores, que son desiguales. Y para esto Dios nos ha proveído de
las llaves de San Pedro, para reconciliarnos con nuestros enemigos y soltarnos
de nuestros pecados, y hacer que amemos a nuestros enemigos. Y lo que más nos
ha de mover a la unidad de la música es el amor, para que de esta unidad,
concordia y caridad de amor que ha de haber entre unos y otros, nazca una
modulación y suavidad con que Dios se regale.
Los cantores, para hacer una buena
música, guardan una Regla; así nosotros para hacer buena música y cantar bien
este canto de amor, no podremos [hacerlo] sin tener la Regla de la Virgen,
Regla que nunca se torció [y] Regla que, quien la siguiere, nunca errará en la
música del amor. [Además] los cantores no sólo tienen la Regla, pero también el
punto, que está en la Regla; así también nosotros no nos basta la música, sino
el punto que está en la Regla. Este punto es Jesucristo, Hijo de Dios, que está
en la Regla, porque antes de nacer estuvo en sus entrañas, y ahora lo tiene en
sus brazos, como lo pinta la Iglesia. Veis, pues, hermanos, cómo está el punto
en la Regla, y si miramos con advertencia la Regla y la seguimos, veremos muy
bien el punto verdadero Jesucristo, en sus brazos, como punto en la Regla. (…)
Para entender este punto de amor que
Cristo, nuestro Redentor, como reformador de la vida espiritual, enseñó a sus
creyentes, es menester que entendamos que, aunque Dios es trino en personas, y
uno y puro en esencia, sin ninguna división de esencia, como sea uno, es amigo
de [la] unidad y conformidad, y por consiguiente del amor. Que Dios sea amigo
de [la] unidad y conformidad, mostrólo claramente cuando, después de haber
criado todas las cosas del mundo, tantas y tan variables, al sexto día crió al
hombre, donde lo cifró y recopiló todo, porque en él puso los cuatro elementos.(…)
Pues, con cuánta razón podemos decir,
hermanos, que Dios es Dios de amor, que todo él es brasas de amor que abrasan.
Pues no se contentó con abreviarlo y cifrarlo todo en el hombre, sino que
también quiso que, en la sexta edad, viendo que todas las cosas criadas y por
criar estaban separadas, quiso confirmarlas y hacer una [sola cosa] de ellas, y
para eso [determinó] que viniese otro Hombre, en quien estuviese cifrado todo
lo criado y lo increado, que es Dios; de suerte, que no sólo estuviesen allí
cifradas todas las criaturas, pero aún el Criador de ellas, y finalmente todo
cuanto hay en el mundo criado y por criar.
Este Hombre fue Jesucristo, nuestro
Redentor, Dios y hombre verdadero, como lo dice Isaías: Destrucción y disminución
hará el Señor de los ejércitos en toda la tierra (Is 10,23). Vendrá
Dios en la sexta edad y hará el epílogo y unidad de todas las cosas criadas,
donde se abreviará y cifrará todo el bien del cielo y de la tierra, para que de
aquí nos manase gracia y todos los bienes, para todas las gentes. Pues,
¿paréceos, hermanos, que no son estas cosas para hacer derretir corazones, y
guijarros, que todo cuanto hay, hoy lo viniese a recopilar en el amor?
¡Misericordia sobre misericordia, para derretir nuestro corazón duro [y]
atraernos por esta vía el bien del mundo!
Pero, aún [más], abrevió y redujo
todas las leyes de los profetas y antiguos Padres a la ley del amor, como lo
dice San Pablo: Toda la Ley en este precepto se encierra: Amarás a tu
prójimo como a ti mismo (Ga 5,14). Y porque no dudásemos de qué amor
hablaba Dios, dice: Quien ama al prójimo, tiene cumplida la Ley (Rm
13,8). Porque no puedes amar a Dios sin amar al prójimo, y en esto cumples la
ley de Dios. Y porque podías dudar en qué consiste el amor del prójimo,
adviértenoslo el mismo Cristo nuestro Señor: Ama a tu prójimo, como a
ti mismo (Mt 19,19 y 22,39).
¿Sabéis por qué dice San Pablo que
quien ama a su prójimo cumple y guarda toda la Ley? Porque los
mandamientos, no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, etc.,
todos los guarda quien ama al prójimo; y por eso os hago saber, dice San Pablo,
que el amor es el cumplimiento de toda la Ley (Rm 13,9-10).
¿Habéislo entendido, hermanos? Pues en esto se remata y cifra la ley de Dios; y
así, entre otras cosas que dijo, vino a concluir con este dicho del Evangelio
del día de hoy: Habéis oído que se dijo a los antiguos: Amarás a tu
prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y
rogad por los que os persiguen (Mt 5,43-44).
Dijo el verdadero maestro del mundo,
Jesucristo: «Ya sé que anda entre vosotros un refrán de gente vieja y malaventurada,
[que reza]: «Amarás a tu amigo y aborrecerás [a] tu enemigo»; [pues], dejadlo
estar, porque es refrán de mala gente [y] desventurada, que tiene poco calor y
amor de Dios, y seguid mi consejo: Amad a vuestros enemigos, haced el
bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan y rogad por los que os
maltraten (Lc 6,27-28). Y no os ha de espantar el refrán de [los]
antiguos, porque eran viciosos y, como viciosos, tenían poco calor de amor y
caridad. Pero vosotros, pues estáis [=sois] mozos renovados y rociados con mi
sangre y con mi muerte, no habéis de hacer así, sino que habéis de tener mucho
calor de amor y caridad». Yo en cambio os digo, etc.
Este precepto del amor, si se mira a
primera vista, parece muy duro y muy áspero: ¿Que haya yo de amar a quien me
persigue y hace mal?... Pero, si se considera como se ha de mirar, cierto que
no lo es; sino muy suave y muy fácil de cumplir. Esto es, ni más ni menos, como
si os dijesen: «Mirad, ¿veis aquí esta cuesta?, subid por ella».
Si vos esta subida la tomáis al ojo,
sería [para] reventar: ¿cómo puedo subir yo por aquí? Pero, si es por la
industria humana, con brevedad la remontaréis.
Considerad que, para subir una
cuesta, [se va] dando vueltas al rededor, para que puedan subir con mucha
facilidad. [Así] no os cansaréis [y] tendréis en nada la subida: todo se os
hará fácil. Si os dijese uno: «Amad a vuestro enemigo, porque él os aborrece»;
eso sería reventar y tomar la cuesta por lo más fragoso. Si os dijesen: «Haced
bien a vuestro enemigo, porque os quiere matar»; [eso] sería cosa terrible de
hacer.
Pero, si vos buscáis las vueltas y
rodeos que hay, se os hará fácil y ligero amarlo y hacerle bien; no porque os
hace mal, sino porque lo manda Dios.
Decid ahora: «Yo quiero amar a mi enemigo,
porque Dios me lo manda; porque Dios lo quiere, quiero amar a mi enemigo;
porque Dios me lo manda y es precepto de Dios». Y de esta manera, yo os prometo
que no [os] será cosa pesada, ni áspera, sino dulce y suave. Cierto está, que
si os dijese vuestro señor: «Dad a fulano cien ducados», sin más ni más, que os
sería muy áspero y muy duro. Pero si os dijese el señor: «De los doscientos
ducados que allá tenéis, y más, dad a fulano cincuenta», ¿seríaos pesado y
difícil?... Eso no, por cierto, porque no da nada de lo suyo. Pues, hermanos,
sabed que en el bautismo habéis dado vuestro corazón a Dios, si [de verdad]
sois cristianos, y así [el corazón] no es vuestro. Pues, si esto es verdad,
como lo es, ¿qué mucho [es] que Dios os mande, de ese corazón que es suyo, dar
un poquito a vuestro enemigo? Y si sois cristiano y bautizado, ¿por qué os ha
de saber mal, mandándolo Dios?...
De aquí podéis sacar, si sois
cristianos o no. Si vos no amáis a vuestros enemigos, no habéis dado vuestro
corazón a Dios, porque él manda que deis un poquito al enemigo, y vosotros os
alzáis con todo. Pues ésta es la prueba del verdadero amor cristiano. ¿Queréis
conocer si sois de Dios? Mirad si dais lo que es de Dios, vuestro amor y
corazón. Si lo dais, es buena señal; y si no, no sois cristianos ni amigos de
Dios.
Y si lo sois, habéis de haber dado
enteramente vuestro corazón a Dios, dejándolo en sus manos, [para] que Él
disponga de él a su gusto. Estas son las vueltas que alivian al caminante a
amar a su enemigo, porque ya ha dado su corazón a Dios. Y cuando lo contrario
es, es apartarse del Evangelio santo y faltar a lo [propio] del cristiano.
Por reverencia de Dios, hermanos, que
pues somos cristianos, que lo mostremos y no judaicemos [ni] gentilicemos,
guardando refranes viejos y antiguos. ¿Queréis ver acerca de esto un
maravilloso ejemplo, para que, con él movidos, améis a vuestros enemigos? En el
libro cuarto de los Reyes (6, 14 y ss.), se lee que, una vez, los de Siria
vinieron con gran ejército sobre Eliseo, profeta de Dios, para matarle; y el
profeta rogó a Dios que los volviese a todos ciegos, para que no le viesen. «
¿Queréis a Eliseo?», [les dijo él]. [Pues] andad acá, que yo os lo pondré en
las manos. ¡Hecho está! Guióles el profeta, como a ciegos, [a] la ciudad de
Samaria, y púsolos en la plaza en medio de sus enemigos; y allí volvió a rogar
a Dios que les abriese los ojos. Mirad [cómo] se hallarían en la plaza en medio
de sus enemigos. [Entonces] el rey de Samaria dijo al profeta: «Éstos te venían
a matar. ¿Quieres que haga armar [algunos de mi] gente para que te vengues de
estos tus enemigos?» Respondió [el profeta]: «No me manda Dios que yo tal
consienta, [para] que sepan los de la gentilidad, que en Israel hay quien ama a
sus enemigos». Y así les preparó mesas, y les hizo grandes banquetes y les
dijo: «Esto sea en pago de que me queríades matar». No lo hacéis ahora,
hermanos míos, como este santo profeta, sino que estáis con el rencor dos y
tres semanas, por no decir meses y años. Pues si esto hacéis, ¿no os parece que
judaizáis y que sois gente gentilicia?
Pero yo os digo: amad a vuestros
enemigos, haced bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen y orad
por los que os calumnian (Lc 6,27-28). De manera que, el
reparador de la vida, para atajar todos los pasos a los cristianos, de no
aborrecer a sus enemigos, [y] considerando que habían tres cosas con que podía
recibir daño el enemigo, [a saber], con el corazón, aborreciéndole a él y a sus
cosas; dañándole en su persona; [y] con la lengua, difamándole y murmurando de
él; en el Evangelio de hoy cierra estas tres puertas, y dice: «Porque con el
corazón podéis aborrecer a vuestro enemigo, yo os mando que lo ocupéis en
amarle: Amad a vuestros enemigos. Y porque con las manos podéis
dañarle, yo os mando que le hagáis el bien: Haced bien a los que os
odian. Y porque con la lengua podéis murmurar de él, yo os mando que
roguéis a Dios por él: Orad por los que os persiguen y os calumnian».
Así que todas las cosas con que
podíamos dañar al enemigo las ocupó Dios para que se le procurase todo bien y
no nos quedase con qué hacerle mal. No se contentó Cristo, nuestro Redentor,
con decir: «Haced bien a vuestros enemigos»; sino que todas estas tres cosas nos
mandó expresamente, como el buen cirujano que cura a un hombre que tiene muchas
llagas, y no se contenta con curarle una o dos, y dejar las otras, sino que
todas las cura, [para] que las que quedaren no reverdezcan las demás.
Así quiso Dios, nuestro Redentor,
como cirujano verdadero, que nosotros fuésemos medicina para curar a nuestros
enemigos.
Y así, para la llaga del enemigo que
está en el corazón, teniendo vos a Dios, os dio su medicina para le amar, para
con esto atraerles [a] que hagan penitencia y se conviertan y que pidan perdón.
Y para la llaga que tiene en las manos, la medicina es que, haciéndoos mal, le
hagáis bien. Y para la llaga de la boca, que os dice cosas malas y deshonestas,
ordenó la medicina que oréis por él, porque es verdad que no hay cosa que más
confunda a uno que os tiene ira y rencor, como que vos le améis y le hagáis bien.
No hay espada que más corte, que viendo vuestro enemigo que os hace mal, que
vos le hagáis bien. [Y] no hay cuchillo más penetrante, que ver a vuestro
enemigo que os deshonra y os dice mil pesares, [y] que vos oréis por él.
¿No es esto verdad, hermanos? ¿No es
esto bastante para ablandar corazones más duros que [las] piedras, [y] que se
enternezcan y vuelvan al camino del cielo?... Como lo hizo David con Saúl, que
yéndole a matar, se entró en una cueva a dormir. [Y] David, [que] iba tras de
él, córtale un pedazo de su ropa, y sálese David de la cueva, y dícele: «Saúl,
Saúl, quien te cortó ese pedazo de ropa, también te pudo haber quitado la vida.
¿Por qué me persigues?» [Y] caló tanto esta buena obra en el corazón duro de
Saúl, que se resolvió en lágrimas, y dijo: «Pudísteme quitar la vida y no lo
hiciste, señal es que eres mejor que yo» (cfr. 1 Re 26). Mirad cómo le rindió.
Esto mismo hizo Jacob, como el que
sabe que los enemigos se ablandan y enternecen con dádivas. Viendo a su hermano
Esaú, se dijo para aplacarle: Lo aplacaré con los regalos que preceden,
y después me presentaré a él; quizás se me mostrará propicio (Gn
32,20). Y así le aplacó, porque suelen decir [que] las dádivas quebrantan
peñas.
Pues no quiere Dios que solamente
amemos a los enemigos, sino que también les hagamos bien; y además, que
roguemos por ellos, para que de esta manera les venzas y les quites las fuerzas
y rencor que tienen contra ti, para que ellos se enternezcan y sean buenos.
¡Oh qué lance habéis hecho, hermanos,
en convertir un alma a Dios, que la crió! Veis aquí, hermanos, que llevándole
[al enemigo] por estos rodeos es muy fácil y amoroso el camino. ¿Queréislo ver
más claramente? Si Dios diera este precepto de amor a la carne, parecería cosa
dura, porque el enemigo la pudiera dañar a cada paso. Pero no lo dio este
precepto sino al alma espiritual, que no está agraviada, porque [a] nuestra
alma nadie la puede tocar. Si lo diera a la carne, que recibe los daños y
males, fuera muy áspero y pesado. [Pero], ¿por qué le ha de ser al alma áspero
y dificultoso y pesado amar al que no la ha enojado?... Y así, en mandar Dios
que améis a vuestros enemigos, no hizo ningún agravio a la carne, porque supone
el alma, y ésta no tiene en esto de qué quejarse, porque ella no recibe agravio
del enemigo, antes todo para su provecho.
Cualquier denuesto, cualquier agravio
que hace nuestro enemigo a nuestra carne, nos ayuda [espiritualmente], y hace
mal a nuestra enemiga, la carne.
Decidme a quien deberíais más: ¿a
quién os ayuda a tener venganza de vuestro enemigo, o al que no? Claro está que
al que os ayuda. Pues, ¿no veis, hermanos, que vuestro enemigo [principal] es
vuestra carne, y que cuando hacéis bien a vuestros enemigos no hacéis otra cosa
sino vencer la carne, y para esto os ayuda vuestro enemigo? Pues mirad si hay
razón para amar [a los enemigos] por estos rodeos, siendo dado por manos de
Dios, que os manda perdonar al que os ayudó a vencer vuestra enemiga la carne,
porque es incapaz [de por sí] del amor de Dios.
Manda amar a quien puede amar, que es
el alma, y manda amar al que le ayuda a vencer [a] su enemigo. Y no sé, por
cierto, qué dificultad hay en esto, [si no es que] nosotros somos de tal metal,
y [con] tantas imperfecciones, que no guardamos bien esta ley, ni más que los
gentiles. Ni hay tanto pleito allá entre los moros, ni hay allá tantas
trapazas, marañas, latrocinios. ¿No profesáis la ley evangélica? Pues, ¿por
qué, en enfrentándoos, alegáis y seguís la ley de Italia o del César? ¿Para qué
decís que la bofetada se ha de vengar con esto y con lo otro? ¿Por ventura sois
de los de la parte de Italia o de los Césares? ¿O, con eso pensáis seguir a
Cristo? ¿Por qué no hacéis lo que él os manda? ¿Por qué no amáis? ¿Por qué no
os aconsejáis con [hombres] buenos y temerosos de Dios, que os quiten el rencor
y mala voluntad, y no con unos lucíferes que os indignan y sacan mil leyes, que
el diablo no las enseñó?... ¡Oh, maldito hombre, ministro de Satanás, que dice
a su hermano que se vengue, y que le cumple, [porque] si no le tendrá por
hombre ruin!
Mirad la misericordia de Dios. Queriendo
asolar a Sodoma, por las abominaciones y pecados que hacían, consultólo con
Abraham: El clamor de Sodoma y de Gomorra se aumenta más y más, y la
gravedad de su pecado ha subido hasta lo sumo (Gn 18,20). «¿Qué te
parece Abraham?», dícele Dios. «Yo quiero destruir a los de Sodoma». Dícele
Abraham: «No hagáis eso, Señor, por vuestra misericordia, porque siempre habrá
algunos justos, [y] los justos algo de han de valer delante de vos».
Enterneció tanto esto el corazón de
Dios, que le prometió que no destruiría la ciudad por diez justos. ¿Tenía
Dios necesidad de aconsejarse con Abraham? No por cierto, que bien lo sabía
todo; sino por dar a entender que, cuando estáis airados, os habéis de
aconsejar con gente santa y buena, y no con los diablos. Con un Abraham que os
aconseje, esfuerce y anime a sufrir estas persecuciones, y os amoneste y os
diga: «Mirad, hermano, mirad, que así lo manda Dios».
Finalmente, ¿qué queréis que os diga,
sino que es falta de conocimiento de Dios, no querer perdonar a los
enemigos?... Cuando os viéredes en tales tribulaciones, sed como David, el
cual, persiguiéndole unos y otros, pedía a Dios paciencia: Señor,
apresúrate a socorrerme (Sal 69,2). «Señor, por vuestra misericordia
os ruego, me deis paciencia y que no dé [=devuelva] mal por mal»: ¡Oh
Dios!, por tu nombre sálvame y con tu poder defiende mi causa(Sal 53,1),
como lo hacen muchos por conocerte.
Decidme, hermanos, los que habían
oído muchas veces este sermón, si están en el infierno, cómo les pesará de no
haber obrado lo que supieron; y si lo oyeron y [lo] hicieron, ¡cómo se holgarán
estando en el cielo! Pues procurad, hermanos, de aprovecharos de estas cosas,
ahora que es tiempo; que el hacerlo al contrario procede de no conocer a Dios,
como lo decía Cristo: Harán estas cosas porque no conocieron al Padre,
ni a mí (Jn 16,3).
Sermón 1º de San Luis Beltrán, el
viernes después de Ceniza
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