Todo lo que de ese mal del abandono
del Sagrario llevo dicho y escrito, nada es comparado con lo que queda por
decir. Y mal conseguiría yo el fin que me propongo al escribir estos renglones,
si por miedo a gastar tinta y tiempo, dejara de pintar ese mal con toda la
desgarradora propiedad que sea dada a mi pobre pluma.
Quiero, pues, sumergirme en los
mares del abandono del Sagrario y contaros con toda sinceridad las impresiones
de ese viaje a...
Los adentros del abandono
Si la Eucaristía es el milagro de la
permanencia perpetua de Jesucristo, el abandono de la Eucaristía es la
frustración práctica de ese milagro y con ella, la de los fines misericordiosos
y altísimos de su permanencia.
La Eucaristía abandonada es, en
cuanto esto se puede decir de Dios: Jesucristo contrariado con la más amarga de
las contrariedades, y las almas y las sociedades privadas de ríos y de mares de
bienes.
No es que no existan o nos importen
poco otros males que ofenden a Dios y afligen a nuestros hermanos, sino que
dejamos a otras Obras o Instituciones nacidas o especializadas para eso, el
remedio de estos otros males, que después de todo no son sino efectos o
síntomas de aquel gravísimo y trascendental mal del abandono.
Los que hacen el daño
Lo he dicho ya: es mal desde luego
de católicos, no de herejes ni de impíos, que éstos odian. Es mal de los que
desconocen a Jesucristo debiendo conocerlo, de los que no le tratan o le
tratan mal debiendo tratarlo mucho y bien. De los que saben que se
sacrifica Él por ellos en cada Misa que se celebra, y ellos no se sacrifican
por Él asistiendo a una sola o con el cuerpo nada más. De los que saben que Él
es alimento del alma que sacia todas sus hambres y prefieren morir de inanición
y no comulgan o comulgan mal. De los que saben que el Sagrario es la casa donde
se quedó a vivir Jesús para estar cerca de sus hijos y acompañarlos todos los
días de su vida, y ellos lo dejan solo días y días, años y años...
El abandono es el mal de los que
saben que Jesús tiene ojos y no se dejan ver de ellos. Y oídos y no le hablan.
Y manos y no se acercan a recoger sus regalos. Y Corazón que les ama
ardientemente, y no lo quieren ni le dan gusto. Y doctrina de toda verdad y la
desdeñan o la interpretan a su capricho. Y ejemplos de vida y no los copian.
¡Es mal de próximos y amigos!
Cómo ofende al Corazón de Jesús
Y me fijo principalmente en el
Corazón de Jesús, cuando retrato y lamento lo malo del abandono, porque, sin
dejar de afectarle los otros males, creo y siento que éste va más directamente
contra su Corazón.
Otras ofensas son quizá más ruidosas, visibles,
escandalosas, alarmantes. Ésta, sin manifestaciones hostiles, sin ataques
positivos, sin organizaciones pensadas, sin odios sistemáticos, pone en el
Corazón de Jesús todo lo aflictivo de aquéllas, quitando el bien del desagravio
o alejando la esperanza del remedio.
El abandono interior, en efecto, por
lo que en sí mismo es, vuelca sobre la llaga de ese Corazón la amargura del
desprecio, la negrura de la ingratitud, la frialdad heladora de la
indiferencia, el cansancio de la esperanza nunca realizada, del deseo nunca o
casi nunca satisfecho y de la petición jamás atendida. La dureza de la grosería
de sentimientos, la tristeza de la soledad... ¿Y qué son estos elementos sino
formas variadas de una misma esencia, la esencia del desamor? ¡Desamor
injusto, te pareces tanto al odio! Porque, esa esencia y esas formas ¿difieren
mucho de las constituidas por las negaciones del impío, las obstinaciones del
hereje, las altanerías del blasfemo? Con la añadidura de que el odio de los
malos alarma a los buenos, los despierta, los reacciona, los excita a pelear e
impele al desagravio. Pero el abandono de los buenos, de los que debieran serlo
o figuran entre los que lo son, quita al Corazón abrevado de sus amargas
esencias, la esperanza y el consuelo de la protesta enérgica, del despertar
valiente, del desagravio reparador...
¡Desamor injusto del abandono, eres
verdugo de mi Padre y a la par adormecedor de mis hermanos para que no lo
sientan ni lo lloren! Pero verdugo, no para matar a mi Jesús, con cuchillo ni
hacha, sino con hambre no satisfecha de amores de hijos, con aislamiento de
corazones, con inacción a fuerza de incomunicarle y alejarle las almas, con
cansancio de esperar a los que no acaban de venir o vienen sin ganas...
Cómo daña a las almas
Y si eso eres para Él, ¿qué serás
para las almas? No eres torrente que arrasas en un instante, sino gota que
lentamente ablanda, descompone, afloja y arruina. No eres rayo que vuelcas las
torres y hiendes las techumbres de los templos, sino roedor oculto de sus
cimientos. No eres león, ni elefante, ni monstruo fiero que amenaza de muerte,
sino polilla que carcome, microbio que infesta, orín que corroe. No eres
actividad incansable, sino pereza sólo activa para contagiar. No eres ceguedad,
sino cortedad de vista. No eres oscuridad que aterra, sino niebla que no
alarma. No eres veneno, pero sí semilla de cizaña que ahoga y seca la vida de
la fe, el jugo de la dulce confianza, la savia de la caridad y la alegría y el
aroma y la fecundidad de todas las virtudes, de todos los sanos optimismos y
generosidades. No eres la palabra no quiero, sino esta otra mentidamente
dicha: no puedo, y que equivale a esta otra verdadera: no hago.
¡Abandono del Corazón de Jesús, tú
no eres el odio, es verdad, pero el odio más encarnizado no podría jamás
ufanarse de hacer tanto daño a su mayor enemigo como tú haces a las almas en
que te albergas y al que aun llamas ¡tu Amigo! y... ¡tu Padre! y... ¡tu Dios!
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