Horror del nombre
Puesto a escribir sobre esta especie
de paradoja de abandono en la compañía de los Sagrarios, quiero
comenzar por la explicación de los términos que empleo, que en buena dialéctica
debe ser el comienzo de toda cuestión.
¡El abandono del Sagrario! He aquí
el "es duro este lenguaje" 1 que le ha quitado a la acción de las Marías,
reparadoras de toda clase de abandonos de Sagrario, más de una simpatía y les
ha acarreado no pocas murmuraciones, recelos y protestas.
Cierto que quien dice abandono de
una persona o cosa buena, dice desprecio, ingratitud, dureza de corazón,
deslealtad y otras cosas tan feas como ésas. Y que decir que todas esas
fealdades cuelgan de un Sagrario como jirones de telarañas polvorientas, es
harto doloroso y vergonzoso. Pero ¿son razón bastante ese dolor y vergüenza
para suprimir del vocabulario cristiano la reunión de esas dos palabras: Sagrario
abandonado?
¡Pluguiera a Dios que antes se
hubieran encontrado unos con otros los astros y saltado en millones de pedazos,
que haberse encontrado y marchado juntas en uno de ellos esas dos palabras!
Pero, repito, el dolor y la
vergüenza y hasta el escándalo que a los pequeñuelos pudiera producir el
pronunciar reunidas esas dos palabras, ¿impiden el pronunciarlas?
Cuando se demuestre que las
enfermedades no se curan con medicinas, sino disimulándolas y callándolas,
entonces diré que el mal del abandono del Sagrario se remedia no haciendo
mención de él.
Nombre evangélico
Aparte de esta razón, y sin negar lo
desagradable del nombre, me movió a usarlo tan tenazmente el ejemplo del
Evangelio. Son los evangelistas los que me han enseñado y decidido a usar el
verbo abandonar, para expresar, no el odio, ni la persecución, ni la
envidia de los enemigos de Jesús, que esto lo llaman con sus propios nombres,
sino la deslealtad, la frialdad, la ingratitud, la inconsecuencia, la
insensibilidad e indelicadeza, la cobardía de los amigos suyos, de los que le
conocían, trataban y recibían sus distinciones y confidencias.
Este irse de su lado los que
debieron estar siempre con Él. Ese no asistirlo con su presencia y con su
adhesión incondicional cuando más lo hubo menester es llamado por los
evangelistas abandono y huida... "Y abandonándole, huyeron
todos..." 2.
¿Por qué siempre que se vuelve a ver
o sentir a Jesús en su vida de Sagrario pasar por el mismo trance, no podrá
decirse con justicia y sin exageración ni escándalo que está abandonado o
que padece abandono?
Causa del horror al nombre
No creo que ninguno de los que se
horrorizan de la palabra abandono aplicada a su Sagrario, deje de
aceptar estas razones. Lo que ocurre es que por no sé qué confusión de
términos, hábilmente explotada por el diablo, se ha hecho temer o sospechar que
la nota del abandono sobre un Sagrario incluye la de descuido, tibieza o flojedad
de celo de los sacerdotes que lo guardan y de las almas buenas que lo
acompañan. O más claro, que llamar a un Sagrario abandonado es acusar a todos
sus vecinos de causantes de ese abandono y al Párroco o al sacerdote
encargado de él, de cómplice o culpable del mismo.
¡Pobres párrocos y pobres almas
fieles! ¡Cómo os demostraría yo mi admiración y mi compasión por veros trabajar
en esos campos, que no faltan, de siembras constantes y cosechas nulas, tardías
o escasas!
Para destruir esa confusión, y
¡ojalá fuera para siempre!, me valdré del mismo ejemplo del Evangelio que acabo
de citar.
¿Se puede asegurar con todo rigor de
verdad que Jesús estuvo abandonado de los suyos en toda su Pasión y en
su muerte? Y consta, sin embargo, que ni su Madre Inmaculada, ni sus Marías
fieles, ni san Juan, dejaron de estar lo más cerca de Él que pudieron.
¿Por qué no ha de poder decirse que
Jesús está abandonado en su Sagrario, de miles de vecinos bautizados
y adoctrinados que no van, aunque tenga a su lado a un sacerdote fiel como
san Juan y a un grupo de almas constantes y compasivas, como las primeras
Marías?
Claro que si ese sacerdote falta o
esas almas fieles también se van, el abandono sería absoluto y total y
mayor que el del Calvario. Pero éste no es el caso ordinario, a Dios gracias.
Precisamente una de las penas que
más acerbamente desgarrarían aquellos corazones fieles, sería la de ver y
sentir tan abandonada en su Sacrificio la Víctima augusta de su amor.
Horror al hecho
Sí, queridos sacerdotes: desechad el
miedo de la palabra y trocadlo en horror al hecho que le da realidad tan triste
y significación tan desconsoladora.
Que a eso se enderezan estos
renglones: a descubrirnos no tanto la extensión como la intensidad de
esas tristezas.
Sí, que el tiempo y las fuerzas que
se gastan en indignarse contra la palabra abandono, estarán harto mejor
empleados en trabajar contra el hecho del abandono, a fin de que,
aminorado éste, borrado, vaya perdiendo realidad y razón aquélla.
Y, por consiguiente, que la
cuestión, más que plantearla sobre si se debe hablar de abandono del Sagrario,
debe plantearse así: ¿Hay abandono del Sagrario? ¿En dónde? ¿Cómo? ¿Hasta
cuándo? ¿De qué clase? ¿Por qué causa? ¿Cómo se remedia?
A esto urge responder.
Notas
1 Jn 6,60
2 Mc 14,50
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