Homilía del Emmo. y Rvdmo.
Sr. Cardenal Arzobispo de Madrid
Antonio Rouco Varela
en la Fiesta de las Familias
Domingo de la Sagrada Familia
Plaza de
Colón, Madrid, 29.XII.2013
Mis
queridos hermanos y hermanas en el Señor, queridas Familias:
1.
Hoy, Fiesta de la Sagrada Familia, es día para anunciar de nuevo al mundo el
Evangelio de la alegría: ¡la alegría del Evangelio de la Familia! La alegría
del amor que ha madurado en la fidelidad del esposo a la esposa y de la esposa
al esposo veinticinco, cincuenta y más años. La alegría del primer amor que
surge en los corazones jóvenes como una primera llama que se enciende
interiormente a través de la mirada y del conocimiento mutuo, que traen su
causa de un amor más grande de Alguien que trasciende al novio y a la novia:
¡como una vocación que viene de Dios! La alegría del amor matrimonial entre el
esposo y la esposa llega a su máxima expresión cuando fructifica en el
esplendor de los hijos, si ninguna causa inculpable lo imposibilita. ¡Qué bien
y que hermosamente canta el Salmista ese amor fecundo de los esposos que se
aman generosamente!: “Tu mujer como parra fecunda en medio de tu casa; tus
hijos como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa” (Sal 127, 3). ¡Sí, hoy
es el día para proclamar y testimoniar con gozo la alegría de la Familia como
lugar privilegiado para el anuncio del Evangelio a todas las naciones! Nuestro
Santo Padre, el Papa Francisco, nos ha invitado a emprender la nueva etapa
evangelizadora de la Iglesia marcándola con el sello de la alegría que brota de
las entrañas mismas del Evangelio, porque “con Jesucristo siempre nace y
renace la alegría” (EG, 1) −nos dice−. Y no cabe ninguna duda: a ese
Evangelio de la alegría, que es Jesucristo, pertenece como nota esencial la
Buena Noticia de la Familia: ¡de la familia cristiana! Aquí, en la madrileña
Plaza de Colón, os encontráis hoy, de nuevo un año más, numerosas familias
venidas de Madrid, de toda España y de distintos puntos de Europa, fieles,
valientes e incansables. Habéis venido unidas. Unidas en el interior de
vosotras mismas por los lazos de un amor que es respeto, aprecio, cariño,
entrega, donación mutua que no pide ni exige precio alguno, salvo el del amor.
Unidas entre vosotras en la Comunión de la Iglesia, para atestiguar
públicamente ante el mundo y ante los hombres de nuestro tiempo que la familia,
vivida a la luz de una fe amiga de la razón, en la esperanza y en el amor de
Jesucristo es la fuente de la primera y fundamental alegría: la alegría de la
vida nueva que nace natural y sobrenaturalmente; la alegría capaz de
sobreponerse a cualquier clase de sacrificios, convirtiéndolos en oblación de
amor; la alegría duradera, perdurable, segura y fiable porque se funda en la
mutua donación entre el marido y la mujer, entre los padres y los hijos, entre
los abuelos y nietos; en último término, porque se fundamenta y enraíza en la
gracia de Dios.
2.
Con aquella sabiduría alimentada y madurada en la experiencia multisecular de
la fe de su pueblo en las promesas de Dios, el pueblo de la Antigua Alianza,
probado a lo largo de una historia de acontecimientos y períodos amargos y
tantas veces trágicos como consecuencia de la desobediencia a Él, el autor del
Libro del Eclesiástico acaba de recordarnos la antigua y siempre nueva “regla”
del mandamiento de Dios para poder vivir el bien, el gozo y la paz de la
familia: “Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la
autoridad de la madre sobre su prole. El que honra a su padre expía sus
pecados, el que respecta a su madre acumula tesoros… Hijo mío, sé constante en
honrar a tu padre, no lo abandones mientras vivas; aunque chochee, ten
indulgencia, no lo abochornes mientras viva” (cfr. Ecl 3,2-6. 12-14). Se
trata de “una regla” −¡“regla divina”!− que se puede cumplir; más
aún, que se debe de observar cuidadosamente. Es más, esa sabia regla de vida
familiar se llena de un contenido nuevo en y por el Evangelio de la Sagrada
Familia de Nazareth. ¡En la familia cristiana, y en virtud de su dinamismo
interior, no resulta ninguna utopía el poder vivir como “elegidos de Dios,
santos y amados” vestidos “de la misericordia entrañable, bondad,
humildad, comprensión”, sabiéndose sobrellevar mutualmente y perdonándose “cuando
alguno tenga quejas con otro”, siguiendo la exigente y misericordiosa línea
de conducta típica de la existencia cristiana dibujada por San Pablo en la
Carta a los Colosenses. Con su clave última de comprensión: “Y por encima de
todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada” (Cfr. Col
3,12-21).
3.
Justamente es la familia donde se inician y se dan los primeros y decisivos
pasos del itinerario de ese amor humano fiel y fecundo sin el cual el
nacimiento y el crecimiento de la sociedad y de toda la humanidad en justicia,
solidaridad y en paz se hace inviable y sin el cual la misma Iglesia no logrará
edificarse y consolidarse, día a día, como la comunidad de fe en Jesucristo
Redentor del hombre, fundada y sostenida por Él. Es lo que esperamos y queremos
decir cuando con su Doctrina Social afirmamos que la familia es la célula
básica o primaria de la sociedad y de la comunidad política y, al mismo tiempo,
“la eclesiola”, es decir, la célula esencial para el desarrollo del
tejido sobrenatural del Nuevo Pueblo de Dios que es la Iglesia, Cuerpo de
Cristo.
4.
Dar testimonio del Evangelio de la alegría con obras y palabras en nuestro
tiempo es tarea y urgencia primordial de la familia cristiana. Sin su
testimonio, sobre todo en esta hora crucial de la humanidad, la evangelización
del mundo empalidecería y languidecería hasta su desaparición efectiva. Son
muchos los tristes y doloridos que encontramos a nuestro alrededor. ¿Estaremos
presenciando y viviendo un nuevo predominio social de la cultura de la
tristeza? Nuestro Santo Padre, el Papa Francisco, nos pone en alerta al inicio
de su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium ante la inminencia de ese
peligro: “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora
oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo
y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia
aislada” (EG, 2). No hay otro lugar de la experiencia y de la existencia
humana donde se puede encontrar quien pueda consolar, aliviar, ayudar
eficazmente y alentar animosamente a los enfermos crónicos, a los terminales, a
los que han perdido el puesto de trabajo, a los desocupados sin expectativas de
empleo en tiempo previsible, a los jóvenes que han embarrancado sus vidas en el
alcohol, en la droga, en el sexo salvaje… que no sea en el ambiente cercano,
acogedor, tierno y comprensivo de la familia. Naturalmente, de la familia en la
que la fidelidad mutua, vivida y mantenida con la fuerza del amor cristiano
ofrece brazos abiertos, casa y hogar. En esta dura y persistente crisis, por la
que atraviesan todos los países europeos, la familia cristianamente constituida
está demostrando, una vez más, en una dificilísima coyuntura histórica, su
insuperable e insustituible valor para la solidaridad y la paz social. Aunque
no solo sean las circunstancias de extraordinarias contrariedades económicas,
sociales y culturales con las que han de enfrentarse, sino con algo mucho más
complicado y costoso humana y espiritualmente: un clima de opinión pública y de
medio-ambiente ciudadano en el que prima una concepción de la vida personal
caracterizada por “la transitoriedad”, como gusta expresarse el Papa
Francisco. Ni siquiera el don de la vida se entiende como definitivo e
inviolable y, por lo tanto, tampoco, el don del amor.
5.
Si siempre ha sido necesaria la luz y la fuerza de la fe para comprender
totalmente, aceptar cordialmente y vivir gozosamente el valor natural de la
familia constituida sobre el matrimonio indisoluble como “la íntima
comunidad de vida y amor conyugal fundada por el Creador” (Vat II, GS, 42),
cuanto más lo es hoy en la agobiante atmósfera intelectual y “mediática”,
que nos envuelve, tan contaminada por una visión radicalmente secularizada del
mundo y del hombre. ¡No! No se ha hecho imposible el modelo de la familia
cristiana. Esa luz y esa fuerza de la gracia de una madura fe cristiana la hace
invencible y capaz de sobreponerse y superar cualquier desafío del Maligno y
cualquier debilidad nacida del pecado. Esta fe viva está al alcance de la
familia cristiana cuando en la escucha de la Palabra de Dios, en la oración
compartida y en la acción de gracias eucarística se abre a la gracia de la
presencia y del ejemplo de la Sagrada Familia de Nazareth. Desde el momento en
que el Hijo Unigénito de Dios Padre, en la unidad del Espíritu Santo, toma
carne en el seno de la Virgen María y es confiado a la paternidad de San José,
se hace hijo del hombre en el seno de una familia obediente a la ley de Dios y,
formando parte de ella, comienza la obra salvadora del género humano. Desde ese
instante no es sostenible ni admisible, ni en la teoría ni en la práctica, el
que se mantenga la tesis de que la comprensión y la vivencia de la familia en
todo el valor que le viene de Dios Creador no sean posibles. Antes, al
contrario, se confirma definitivamente como la verdadera fórmula personal y
social para el bien y la realización plena de la persona humana y para el
futuro de la humanidad como una gran familia en la que impere como suprema ley
la ley de la fraternidad entre las personas y los pueblos. El Santo Padre, el
Papa Francisco, actualiza esta verdad con clara concisión en su Mensaje para el
día de la paz del inminente Año Nuevo 2014: “La familia es la fuente de toda
fraternidad, y por eso es también el fundamento y el camino primordial para la
paz, pues, por vocación, debería contagiar al mundo con su amor” (Papa
Francisco, La Fraternidad, Fundamento y Camino para la Paz, 1).
6.
Queridas Familias Cristianas: no tengáis miedo de seguir manteniendo abierto lo
más íntimo de vuestros hogares al don precioso del Evangelio de la Sagrada
Familia, al amor de María y José, que por virginal y exhaustivamente realizado
y consumado en el amor a su Divino Hijo y en la entrega a su misión salvadora
de ser el Redentor, el Amigo, el Señor y el Hermano de todos los hombres, fue
amor limpio, íntegro, incondicional… modelo sublime de todo amor a Dios y a los
hombres: ¡el modelo por excelencia del amor de Jesucristo! ¡Que ese amor de
María y José aliente, sostenga y santifique vuestro amor de esposos y de padres
de familia, sellado sacramentalmente el día en que habéis contraído santo
matrimonio ante Dios y ante la Iglesia! ¡Que modele también la respuesta de
amor de vuestros hijos y su vivencia mutua como hermanos! Así lo imploramos a
Dios en el nuevo día de la Fiesta de la Sagrada Familia, unidos a toda la
familia de los hijos de Dios, que es la Iglesia, extendida por todos los
rincones de la tierra. No estáis solos, como tampoco lo estaban María y José cuando
se desencadena por Herodes la persecución del Niño Jesús y la matanza de “los
inocentes”. ¡La oración de innumerables almas consagradas a la plegaria y a
la oblación de sus vidas por la Iglesia os acompaña! Vuestros Pastores y las
comunidades eclesiales, a las que pertenecéis, quieren estar y están a vuestro
lado con su oración, con su cercanía y amor fraterno: en las alegrías y en las
penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de vuestra vida.
7.
La Iglesia y el mundo de nuestros días os necesitan −como muy pocas veces ha
sucedido en el pasado− para llevar el Evangelio al corazón del hombre y de la
cultura contemporáneas. Habéis recibido de Dios un don precioso de incalculable
valor: el de la fe y el de ser familia cristiana. “Redescubrir la alegría de
creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe” (Benedicto
XVI, Porta Fidei). ¡Comunicadla y transmitidla en familia y familiarmente a
todas las personas y a todas las familias vecinas y lejanas, incluso más allá
de vuestras fronteras. ¡Sed familias misioneras! El Papa Francisco os invitaba
a reconoceros como tales en el encuentro mundial de las familias con motivo del
año de la Fe el pasado 23 de octubre: “Las familias cristianas son familias
misioneras. Hemos escuchado en la Plaza de San Pedro el testimonio de familias
misioneras. Son misioneras también en la vida de cada día, haciendo las cosas
de todos los días, ¡poniendo en todo la sal, y la levadura de la fe. ¡Conservar
la fe en familia y poner la sal y la levadura de la fe en las cosas de todos
los días!”.
Al
finalizar la Liturgia de la Palabra procederemos al envío de más de un centenar
de familias cristianas dispuestas a ser misioneras del Evangelio de la Familia
a dondequiera que la Iglesia se proponga enviarlas, sea a países
descristianizados del viejo mundo, sea a países nuevos de “misión ad gentes”.
Han recibido mucho del Señor −¡el don de la fe y de la vida cristiana en sus
familias!− y quieren darlo y comunicarlo a todos. Son unos testigos
excepcionales de lo que es y de lo que significa el amor cristiano y el de
compartirlo en plenitud. Quieren ser testigos con obras y palabras de la
presencia salvadora de la Sagrada Familia de Nazareth en la hora presente de la
humanidad. ¡Sembradores a manos llenas del gozo del Evangelio! ¡De la alegría
del Evangelio de la familia cristiana!
Los encomendamos al cuidado maternal de la Santísima Virgen, a la
protección paternal de San José y a la gracia y a la ternura divina del Niño
Jesús. Les ofrecemos todo nuestro afecto y nuestro cariño de hermanos, todo
nuestro apoyo público y privado y, muy especialmente, nuestra oración. ¡Contad
con la oración de la Iglesia!
Amén.
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