PAPA FRANCISCO
MISA MATUTINA EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS
DE LA DOMUS
SANCTAE MARTAHE
La fidelidad a Dios
no se negocia
Lunes 18 de noviembre de 2013
Fuente:
L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 47, viernes 22 de
noviembre de 2013
Existe una insidia que recorre el
mundo. Es la «globalización de la uniformidad hegemónica» caracterizada por el
«pensamiento único», a través del cual, en nombre de un «progresismo
adolescente», no se duda en negar las propias tradiciones y la propia
identidad. Lo que nos debe consolar es que, sin embargo, ante nosotros está
siempre el Señor fiel a su promesa, que nos espera, nos ama y nos protege. En
sus manos iremos seguros en todo camino. Es ésta es la reflexión propuesta por
el Papa Francisco el lunes 18 de noviembre. Concelebró con él el arzobispo
Pietro Parolin, secretario de Estado, que ese día iniciaba su servicio en el
Vaticano.
El Pontífice comenzó su reflexión
comentando la lectura tomada del primer libro de los Macabeos (1, 10-15; 41-43;
54-57; 62-64), «una de las páginas más tristes de la Biblia», dijo, donde se
habla de «una buena parte del pueblo de Dios que prefiere alejarse del Señor
ante una propuesta de mundanidad». Se trata, indicó el Papa, de una actitud típica
de la «mundanidad espiritual que Jesús no quería para nosotros. En tal medida
que había orado al Padre a fin de que nos salvase del espíritu del mundo».
Esta mundanidad nace de una raíz
perversa, «de hombres malvados capaces de una persuasión inteligente: “Vayamos
y pactemos con las naciones vecinas. No podemos estar aislados” ni anclados en
las viejas tradiciones. “Pactemos con las naciones vecinas, pues desde que nos
hemos aislado de ellas nos han venido muchas desgracias”». Este modo de
razonar, recordó el Papa, se consideró tan bueno que algunos «tomaron la
iniciativa y acudieron al rey, a tratar con el rey, a negociar». Esos, añadió,
«estaban entusiasmados, creían que con esto la nación, el pueblo de Israel se
convertiría en un gran pueblo». Cierto, destacó el Pontífice, no se plantearon
el problema si sería más o menos justo asumir esta actitud progresista,
entendida como un ir adelante a toda costa. Es más, decían: «No nos cerramos.
Somos progresistas». Es un poco como sucede hoy, indicó el Obispo de Roma, con
la afirmación de lo que definió como «el espíritu del progresismo adolescente»
según el cual, ante cualquier opción, se piensa que sea justo en cualquier caso
ir adelante más bien que permanecer fieles a las propias tradiciones. «Esta
gente —prosiguió el Papa volviendo al relato bíblico— trató con el rey,
negoció. Pero no negoció costumbres... negoció la fidelidad al Dios siempre
fiel. Y esto se llama apostasía. Los profetas, en referencia a la fidelidad, la
llaman adulterio, un pueblo adúltero. Jesús lo dice: “generación adúltera y
malvada” que negocia una cosa esencial al propio ser, la fidelidad al Señor».
Tal vez no negocian algunos valores, a los cuales no renuncian; pero se trata
de valores, indicó el Pontífice, que al final están tan vacíos de sentido que
quedan sólo como «valores nominales, no reales».
Pero de todo esto luego se pagan las
consecuencias. Refiriéndose al relato bíblico el Pontífice recordó que se
acomodaron «a las costumbres de los gentiles» y aceptaron la orden del rey que «prescribe
que en su reino todos formen un solo pueblo y que cada uno abandone las propias
costumbres». Ciertamente no se trataba, dijo el Papa, de la «hermosa
globalización» expresada «en la unidad de todas las naciones» que, sin embargo,
conservan las propias costumbres. Aquella de la que se habla en el relato es,
en cambio, la «globalización de la uniformidad hegemónica». El «pensamiento
único fruto de la mundanidad».
Tras recordar las consecuencias para
esa parte del pueblo de Israel que había aceptado el «pensamiento único» y se
había dejado llevar por gestos sacrílegos, el Pontífice destacó que actitudes
similares se registran aún «porque el espíritu de la mundanidad también hoy nos
lleva a este querer ser progresistas, al pensamiento único».
Negociar la propia fidelidad a Dios
es como negociar la propia identidad. Al respecto el Papa recordó el libro
«Señor del mundo» de Robert Hugh Benson, hijo del arzobispo de Canterbury
Edward White Benson, que habla del espíritu del mundo y «casi como si fuese una
profecía, imagina lo que sucederá. Este hombre, se llamaba Benson, se convirtió
luego al catolicismo e hizo mucho bien. Vio precisamente el espíritu de la
mundanidad que nos lleva a la apostasía». También a nosotros nos hará bien,
sugirió el Papa, pensar en lo relatado por el libro de los Macabeos, en lo que
sucedió, paso a paso, si decidimos seguir ese «progresismo adolescente» y hacer
lo que hacen todos.
Lo que nos debe consolar, concluyó el
Pontífice, es que «ante el camino marcado por el espíritu del mundo, por el
príncipe de este mundo», un camino de infidelidad, «siempre permanece el Señor
que no puede negarse a sí mismo, el fiel. Él siempre nos espera» y está
dispuesto a perdonarnos, incluso si hacemos algún pequeño paso por este camino,
y a tomarnos de la mano así como hizo con su pueblo dilecto para llevarlo fuera
del desierto.
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