La
mujer de los siete maridos
(Lc 20, 27-37)
Si el hermano de alguno
viene a morir… Los saduceos, que eran la
parte más detestable de los judíos, tientan al Señor con esta cuestión.
Abiertamente les reprende su malicia y, en sentido místico, retuerce su
posición, precisamente con la doctrina de una castidad
ejemplar, tomando pie del problema que ellos le propusieron; ya que, según la letra, una mujer debería
casarse aún contra su voluntad para
que el hermano del difunto le diese un heredero. De aquí ese dicho de la
letra mata (2 Co 3, 6), como una
propagadora de vicios, mientras que el Espíritu es el maestro de la
castidad.
Por tanto, miremos a ver
si esta mujer no representa a la
Sinagoga. También ésta tuvo siete maridos, como dijo a la Samaritana: Tuviste cinco maridos (Jn 4, 18);
y es que la Samaritana no seguía más
que a los cinco libros de Moisés, mientras que la Sinagoga seguía principalmente siete, y, a causa de su mala fe,
no recibió de ninguno descendencia, posteridad ni herederos. Y por eso, en el día de la resurrección no podrá
tener consorcio con sus esposos,
puesto que ella ha cambiado un mandamiento espiritual dándole un contenido enteramente carnal; pues
no se trata de que sea un hermano
según la carne quien suscite la descendencia del hermano difunto, sino
aquel Hermano que recibió del pueblo muerto de los judíos el conocimiento del
culto divino, como para una esposa, con el
fin de tener de ella una descendencia en la persona de los apóstoles, los cuales, como restos del todo distintos de los judíos difuntos, permaneciendo
todavía en el seno de la Sinagoga, merecieron ser conservados, por una
gracia de elección, en la unión con la nueva semilla.
Es cierto que la Sinagoga
recibió frecuentemente la estola, que es la insignia del matrimonio, puesto que ella es la madre de los creyentes y
ha sido con frecuencia también repudiada, porque fue la madre de los sin fe. Para ella la Ley, literalmente tomada, es muerte, mientras que, aceptada en
sentido espiritual, la hace resucitar. Por
tanto, si el santo pueblo de Dios ama los siete libros de la Ley como
con un amor conyugal y obedece sus órdenes como si se tratara de las de su
marido, tendrá en la resurrección esa unión celestial, donde ninguna mancha del
cuerpo avergonzará su pudor, antes, por el contrario, allí se enriquecerá con
los dones de la gracia divina.
SAN AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas
(I), L.9, 37-39, BAC Madrid 1966, pág. 548-50
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