sábado, 9 de noviembre de 2013

Domingo XXXII (ciclo c) San Ambrosio

La mujer de los siete maridos
(Lc 20, 27-37) 

Si el hermano de alguno viene a morir… Los saduceos, que eran la parte más detestable de los judíos, tientan al Señor con esta cuestión. Abiertamente les reprende su malicia y, en sentido místico, retuerce su posición, precisamente con la doctrina de una castidad ejemplar, tomando pie del problema que ellos le propu­sieron; ya que, según la letra, una mujer debería casarse aún contra su voluntad para que el hermano del difunto le diese un heredero. De aquí ese dicho de la letra mata (2 Co 3, 6), como una propagadora de vicios, mientras que el Espíritu es el maestro de la castidad.

Por tanto, miremos a ver si esta mujer no representa a la Sinagoga. También ésta tuvo siete maridos, como dijo a la Sa­maritana: Tuviste cinco maridos (Jn 4, 18); y es que la Samari­tana no seguía más que a los cinco libros de Moisés, mientras que la Sinagoga seguía principalmente siete, y, a causa de su mala fe, no recibió de ninguno descendencia, posteridad ni herederos. Y por eso, en el día de la resurrección no podrá tener consorcio con sus esposos, puesto que ella ha cambiado un mandamiento espiri­tual dándole un contenido enteramente carnal; pues no se trata de que sea un hermano según la carne quien suscite la descen­dencia del hermano difunto, sino aquel Hermano que recibió del pueblo muerto de los judíos el conocimiento del culto divino, como para una esposa, con el fin de tener de ella una descendencia en la persona de los apóstoles, los cuales, como restos del todo dis­tintos de los judíos difuntos, permaneciendo todavía en el seno de la Sinagoga, merecieron ser conservados, por una gracia de elección, en la unión con la nueva semilla.

Es cierto que la Sinagoga recibió frecuentemente la es­tola, que es la insignia del matrimonio, puesto que ella es la madre de los creyentes y ha sido con frecuencia también repu­diada, porque fue la madre de los sin fe. Para ella la Ley, literal­mente tomada, es muerte, mientras que, aceptada en sentido espi­ritual, la hace resucitar. Por tanto, si el santo pueblo de Dios ama los siete libros de la Ley como con un amor conyugal y obedece sus órdenes como si se tratara de las de su marido, tendrá en la resurrección esa unión celestial, donde ninguna mancha del cuerpo avergonzará su pudor, antes, por el contrario, allí se enriquecerá con los dones de la gracia divina.
SAN AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas (I), L.9, 37-39, BAC Madrid 1966, pág. 548-50

 

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