BENEDICTO XVI
ÁNGELUS
Domingo 31 de octubre
de 2010
Queridos hermanos y
hermanas:
El evangelista san
Lucas presta una atención particular al tema de la misericordia de Jesús. De hecho,
en su narración encontramos algunos episodios que ponen de relieve el amor
misericordioso de Dios y de Cristo, el cual afirma que no vino a llamar a los
justos, sino a los pecadores (cf. Lc 5, 32). Entre los relatos típicos
de san Lucas se encuentra el de la conversión de Zaqueo, que se lee en la
liturgia de este domingo. Zaqueo es un «publicano», más aún, el jefe de los
publicanos de Jericó, importante ciudad situada junto al río Jordán. Los
publicanos eran los recaudadores de los impuestos que los judíos debían pagar
al emperador romano y, por este motivo, ya eran considerados pecadores
públicos. Además, aprovechaban con frecuencia su posición para sacar dinero a
la gente mediante chantaje. Por eso Zaqueo era muy rico, pero sus conciudadanos
lo despreciaban. Así, cuando Jesús, al atravesar Jericó, se detuvo precisamente
en casa de Zaqueo, suscitó un escándalo general, pero el Señor sabía muy bien
lo que hacía. Por decirlo así, quiso arriesgar y ganó la apuesta: Zaqueo,
profundamente impresionado por la visita de Jesús, decide cambiar de vida, y
promete restituir el cuádruplo de lo que ha robado. «Hoy ha llegado la
salvación a esta casa», dice Jesús y concluye: «El Hijo del hombre ha venido a
buscar y a salvar lo que estaba perdido».
Dios no excluye a nadie,
ni a pobres y ni a ricos. Dios no se deja condicionar por nuestros prejuicios
humanos, sino que ve en cada uno un alma que es preciso salvar, y le atraen
especialmente aquellas almas a las que se considera perdidas y que así lo
piensan ellas mismas. Jesucristo, encarnación de Dios, demostró esta inmensa
misericordia, que no quita nada a la gravedad del pecado, sino que busca
siempre salvar al pecador, ofrecerle la posibilidad de rescatarse, de volver a
comenzar, de convertirse. En otro pasaje del Evangelio Jesús afirma que es muy
difícil para un rico entrar en el reino de los cielos (cf. Mt 19, 23).
En el caso de Zaqueo vemos precisamente que lo que parece imposible se realiza:
«Él —comenta san Jerónimo— entregó su riqueza e inmediatamente la sustituyó con
la riqueza del reino de los cielos» (Homilía sobre el Salmo 83, 3). Y
san Máximo de Turín añade: «Para los necios, las riquezas son un alimento para
la deshonestidad; sin embargo, para los sabios son una ayuda para la virtud; a
estos se les ofrece una oportunidad para la salvación; a aquellos se les
provoca un tropiezo que los arruina» (Sermones, 95).
Queridos amigos,
Zaqueo acogió a Jesús y se convirtió, porque Jesús lo había acogido antes a él.
No lo había condenado, sino que había respondido a su deseo de salvación.
Pidamos a la Virgen María, modelo perfecto de comunión con Jesús, que también
nosotros experimentemos la alegría de recibir la visita del Hijo de Dios, de
quedar renovados por su amor y transmitir a los demás su misericordia.
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