Palabras de
Mons. Héctor Aguer
en el programa televisivo
“Claves para
un Mundo Mejor”
2 de marzo de 2013
Hace muchos años ya, leí la “Historia de los Papas”, de Ludwig von Pastor, una obra monumental que en la edición española llega a 39 tomos, y me llamó la atención, sobre todo en el estudio que allí se hace de la época del Renacimiento y en los siglos XVI y XVII, cómo en los Cónclaves para elección del Sumo Pontífice se ejercían presiones e influencias tremendas, especialmente por parte de las potencias de entonces.
Los embajadores de los Príncipes, como se los llamaba, trataban de introducirse mediante mensajes y mensajeros en las deliberaciones, con riesgo de violar el secreto en el Cónclave para satisfacer los propósitos también de sus mandantes. Era, sobretodo, tradicional la disputa entre el emperador y el rey de Francia competían en influir en la elección del Papa porque uno y otro pensaban que un Papa favorable a su respectiva política europea podría satisfacer sus ambiciones de hegemonía.
Ese problema se ha presentado muchas veces en la historia de la Iglesia y de una manera, muy distinta, pero también efectiva, se hace notar hoy.
Hace poco, el 23 de febrero pasado, la Secretaría de Estado de la Santa Sede publicó un comunicado que se refiere precisamente a la libertad de los Cardenales que, en el Cónclave, tendrán que elegir al sucesor del Benedicto XVI.
En el texto se decía “si en el pasado eran las denominadas potencias, es decir los estados, los que intentaban hacer valer sus condicionamientos en la elección del Papa ahora se intenta poner en juego el peso de la opinión pública, a menudo sobre la base de evaluaciones que no reflejan el aspecto típicamente espiritual del momento que la Iglesia está experimentando.
El peso de la opinión pública. Ustedes lo habrán notado tanto en los comentarios de los expertos en cuestiones religiosas, de los datos que trasmiten los corresponsales a sus agencias o a sus periódicos.
También se nota el mismo afán en las expresiones que circulan en las redes sociales, en las cuales se difunde una especie de charlatanería enfermiza. Se trata de una democratización de la cátedra, podríamos decir con Discépolo: “lo mismo un burro que un gran profesor”. Todo el mundo se expresa y muchas veces lo hace opinando sobre personas o situaciones con una ligereza, con una irresponsabilidad sorprendente. Parece que quisieran influir de algún modo en la elección del Papa. Y al próximo ya se le escribe la agenda. La opinión pública que se crea ejerce cierto tipo de presión; aunque de hecho no pueda influir, lo intenta. Se trata de crear opinión en favor de tal tipo o tal otro tipo de Papa; se descartan presuntos candidatos, etc. Pero como lo advertía el comunicado de la Secretaría de Estado, no se reconoce el momento espiritual que la Iglesia está viviendo.
Es que, efectivamente, el Cónclave es un momento espiritual en la vida de la Iglesia. La Iglesia quiere tutelar siempre la libertad de los Cardenales mediante el secreto en sus deliberaciones para que los criterios que se pongan en juego en la elección sean lo más objetivos posible. Y, por otra parte, porque en ese ejercicio de opinión y de libertad de los Padres Cardenales también se manifiesta la intención de Dios y la guía con la cual el Espíritu Santo conduce a la Iglesia a través de las vicisitudes de la historia. La secular regulación de los cónclaves, periódicamente ajustada, tiende precisamente a salvaguardar la libertad de los electores y su apertura al discernimiento de la voluntad de Dios.
Los que desean influir desde afuera no lograrán nada, porque en la Capilla Sixtina se juega otra cosa, intervienen otros factores; ese es un momento espiritual y otros parámetros los que los electores tienen en cuenta, más allá de las elucubraciones políticas que hacen los expertos en cuestiones religiosas que, me atrevo a señalar, a veces entienden bastante poco del tema porque no perciben la realidad misteriosa de la Iglesia.
Lo decíamos hace una semana en esta columna televisiva: ¿quién puede entender la naturaleza y la misión de la Iglesia fuera de la fe? No se puede entender. También al Cónclave hay que mirarlo con los ojos de la fe.
¿Y que nos toca hacer a nosotros? A nosotros nos toca rezar, porque esa elección no es como una elección política cualquiera. Se hace en un clima de profunda oración y comienza con una invocación al Espíritu Santo. Se canta el Veni Creator mientras los Cardenales entran en la Capilla Sixtina. Por eso nosotros nos ponemos a tono con ese nivel propiamente espiritual de la situación que estamos viviendo. Es una hora importante para la vida de la Iglesia pero también llena de confianza. Confianza en qué: en que es el Señor el Pastor Supremo de la Iglesia y que es el Espíritu Santo quien la guía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario