Manuel González García
en Granitos de
Sal
Segunda Serie
Zoología
espiritual
Las almas águilas
Ya es hora de volar bien, paréceme oír a los que han venido leyendo estos articulillos y se han sentido acongojados ante los apuros y ahogos de las almas que quieren subir al cielo volando como los cigarrones o como los mamíferos más favorecidos por la crueldad de los niños, los murciélagos.
Ya lo he dicho antes, y lo repito
ahora, con vuelos como los de esos dos animalitos no se va a ninguna parte y
mucho menos al cielo, el más alto y difícil de todos los puntos de destino.
Para llegar allá hay que volar como
vuelan las águilas.
¿No las habéis visto levantarse
majestuosas, describiendo graciosas espirales, sin apresuramientos, sin vuelos
quebrados ni vacilantes, siempre hacia arriba y mirando al sol, sin ofuscarse
por sus rayos ni acobardarse por su altura?
¡Qué bien se ha ganado el águila su
título de real! Verdadera marcha de reina que visita sus dominios del espacio
es el vuelo del águila real.
¡Qué! ¿No os parece que ese modo de
subir a la altura es el propio para el alma criada y redimida por Dios para
subir a la altura de las alturas?
¡Vaya que sí! Como que las alas que ese
Dios altísimo y bueno ha puesto en las almas de sus hijos son mucho más
potentes y grandes que las alas que dio al águila.
Andan los hombres tan ufanos porque al
fin han encontrado alas, siquiera sean todavía muy frágiles y arriesgadas, para
hacer volar los cuerpos humanos y compartir con las águilas el domino del aire.
¡Y qué poco ufanos se muestran de la rica y preciosa facultad con que el Padre
celestial ha dotado a las almas de los hombres de poder volar por las alturas
no ya de mil, dos mil o cinco mil metros, sino de alturas infinitas como las
que separan al Creador de la criatura!
¿Las alas?
¡Qué! ¿Sentís curiosidad por conocer el
misterioso motor que nos puede hacer subir tanto?
¿Sentís nostalgia de la altura y
no sabéis elevaros? Pues leed estas palabras del gran maestro de aviadores espirituales el padre Kempis:
“Con dos alas se levanta el hombre de
las cosas terrenas, que son la sencillez y pureza.
La sencillez ha de estar en la
intención y la pureza en la afición”.
¿Qué os parece?
Por los menos, no me negaréis que son
baratas y que no hay riesgo en su uso, como diz que acontece con las otras alas
de última invención.
Todo se reduce a saber mirar y a saber querer.
Voy a explicarme.
Saber
mirar, ¡qué cosa tan difícil, aunque a muchos les parezca que es muy fácil!
Mirar los hace cualquiera que tenga
ojos; pero saber mirar, es ver en las
cosas y en las personas sólo lo que
hay o lo que son.
De ordinario, ¿qué digo?, casi siempre
miramos en las cosas no lo que son o lo que tienen, sino los que en ellas pone nuestra ilusión, nuestro
interés, nuestro amor propio; éste nos hace ver en las cosas sólo lo que a él tendría cuenta que hubiera.
A una aspirante a elegante y a reina de
la moda, aunque sea de percalina, le hará ver su amor propio en todas las que
crea contrincantes, unas cursilonas de mal gusto, coquetonas, ridículas, aunque
sean diosas de elegancia y hermosura.
A un poseído de su ciencia, virtud,
ingenio, poder, jamás le dejará ver su amor propio nada de eso en ninguno que
de verdad lo tenga, a menos que éste se declare rendido ante el otro; entonces,
¡con qué placer le dispensa protección y hasta elogio!
¡Saber mirar! ¡Pero si el género humano
en su casi totalidad es un pobre ciego! ¡Si apenas se encuentran dos personas
que vean de un modo una misma cosa! Lo que demuestra que por lo menos una de
las dos está ciega espiritualmente.
¿Por qué esta
ceguera?
Porque falta la condición que Dios ha
puesto para la visibilidad espiritual de las cosas, la sencillez de intención.
Lo que es la luz en la visibilidad de
los cuerpos es la sencillez en la de las almas.
Si Dios ha hecho al hombre a imagen y
semejanza suya, y si todas las criaturas llevan de algún modo esa imagen, para
un alma que vea bien no deben ser ni
los hombres ni las cosas más que espejos
que reflejen la imagen de Dios.
Ésa es la sencillez de intención, ver en las cosas y en las personas lo que
tienen de Dios, que es todo lo bueno, lo puro, lo verdadero, lo recto que
tengan; y ésa es la pureza de corazón,
la otra ala para volar como águila, querer y apegarse a las personas y a las
cosas sólo en lo que tienen de Dios,
en lo que recuerden, reflejen y lleven a Dios. ¡Y es tan difícil saber querer eso sólo!
Un sencillo
de intención ve a Dios en todo lo que lo rodea, en lo agradable y en lo
desagradable, en lo chico y en lo grande, a Dios que le bendice, que le prueba,
que le castiga, que levanta, que le sostiene, que le aconseja, que le manda,
que le prohíbe y que en todo eso le ama sin cansarse…Un puro de corazón vive enamorado de cuanto le rodea, porque en todo
eso siente y ama a su Dios; y ama más a lo que más tiene de Dios.
El puro
de corazón no se amarra alas cosas por la comodidad, el recreo, el placer,
la utilidad que le reporten, sino por lo que en usarlas o abstenerse de ellas
hay más agrado para su Dios.
El hombre
libre
Ése sí que es el verdadero hombre
libre, que sabe dónde va y va donde quiere.
Los que no son sencillos de intención
son ciegos, los que no son puros de cariño están amarrados a las cosas con las
ligaduras tan fuertes como íntimas de sus desordenadas aficiones…¡Ciego y
paralítico del alma! ¡Vaya un tipo del hombre libre!
¡Bendita sencillez y pureza que hacen al alma subir y volar siempre hacia su
Dios y le impiden enfangarse en los lodazales humanos!
“El corazón puro penetra el cielo y el
infierno” ha dicho Kempis.
¡Benditas y mil veces benditas las
almas águilas que saben encontrar subidas
en todas las cosas y por todas partes.
Como éstas, se levantan majestuosas,
describiendo graciosos espirales, sin apresuramientos, sin vuelos quebrados ni
vacilantes, siempre hacia arriba y mirando al sol sin ofuscarse por su altura.
¡Sí, benditas…!
Excelentes pensamientos de este gran apóstol de la Eucaristía. En particular las ideas sobre el águila son sublimes y expresan una exquisita vida espiritual y un gran poder de observación de las cosas pequeñas.
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