“Dejando al instante las redes…”
Y bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de
Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores1. Simón, que todavía no era Pedro, pues todavía no
había seguido a la Piedra (Cristo)2, para que pudiera llamarse
Pedro; Simón, pues, y su hermano Andrés estaban a la orilla y echaban las redes
al mar y cogieron peces. «Vio—dice—a Simón y a Andrés, su hermano, largando las
redes al mar, pues eran pescadores». El Evangelio afirma tan sólo que echaban
las redes, más no que cogieran algo. Por tanto, antes de la Pasión se afirma
que echaron las redes, mas no hay constancia de que capturaran algo. Después de
la pasión, sin embargo, echan la red y capturan tanto que las redes se rompían3. «Largando las redes en el mar, pues eran
pescadores». Y Jesús les dijo: «Venid en pos de mí, y os haré pescadores de
hombres.»4. ¡Feliz cambio de pesca!: Jesús
les pesca a ellos, para que a su vez ellos pesquen a otros pescadores. Primero
se hacen peces para ser pescados por Cristo; después ellos mismos pescarán a
otros. «Jesús les dice: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres».
Y al instante, dejando sus redes, le siguieron5. «Y al instante». La fe verdadera no conoce
intervalo; tan pronto se oye, cree, sigue, y se convierte en pescador. «Al
instante, dejando las redes». Yo pienso que en las redes dejaron los pecados
del mundo. «Y le siguieron». No era, en efecto, posible que, siguiendo a Jesús,
conservaran las redes. Y caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de
Zebedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes6. Cuando se dice arreglando, se indica que se
habían roto. Echaban, pues, las redes en el mar, pero, como estaban rotas, no
podían capturar peces. Arreglaban las redes en el mar, es decir se sentaban en
el mar, se sentaban en una pequeña barca, con su padre Zebedeo, y arreglaban
las redes de la ley. He dicho esto, siguiendo una interpretación espiritual.
Los que arreglaban las redes en la barca eran justamente los mismos que estaban
en ella. Estaban en la barca, no en el litoral, no en tierra firme, sino en la
barca, golpeados de uno y otro lado por las olas. Y al instante los llamó. Y
ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca, con los jornaleros, se fueron
tras él7. Tal vez alguien diga:
temeraria es la fe. Pues, ¿qué signos habían visto, qué majestad se les había
manifestado, para que, al ser llamados, inmediatamente le siguieran? Realmente
aquí se nos da a entender que los ojos y el rostro de Jesús irradiaban un algo
divino y atraían hacia sí poderosamente la atención de quienes lo miraban8. De lo contrario, cuando Jesús les decía:
seguidme, nunca le habrían seguido. Pues si le hubieran seguido sin una razón,
más que fe habría sido temeridad. Es como si a mí, que estoy ahora aquí
sentado, cualquiera que pasa me dice: ven, sígueme, y le sigo, ¿habría fe acaso
en ello? ¿Por qué digo todo esto?9. Porque la palabra del Señor de
suyo era eficaz y hacía lo que decía. Si, pues, «habló y fueron hechas todas
las cosas, ordenó y fueron creadas»10, del mismo modo los llamó y
ellos al instante le siguieron.
Y al instante los llamó, y ellos al instante, dejando a su padre
Zebedeo..., etc. «Escucha, hija, mira y pon atento oído, olvida a tu pueblo y
la casa de tu padre, y el rey se prendará de tu belleza»11. «Y dejando a su padre Zebedeo
en la barca». Escuchad, monjes, imitad a los apóstoles: escucha la voz del
Salvador y olvídate de tu padre carnal. Mira al verdadero padre del alma y del
espíritu y deja al padre corporal. Los apóstoles dejan al padre, dejan la nave,
dejan todas las riquezas en un instante: dejan el mundo y todas sus infinitas
riquezas. Pues todo lo que tenían lo abandonaron. Dios no se fija en la
cantidad de las riquezas, sino en el espíritu de quien las deja. Quienes
dejaron poco, igualmente hubieran dejado mucho. «Dejando a su padre Zebedeo en
la barca con los jornaleros, le siguieron». Poco antes hemos dicho algo de modo
enigmático sobre los apóstoles, que arreglaban las redes de la ley. Rotas como
estaban, no podían capturar peces; corroídas por la salobridad del mar, no
podían ser reparadas si no hubiera venido la sangre de Jesús y las hubiera
renovado. Dejan, por ende, a su padre Zebedeo, es decir, dejan la ley, y lo
dejan plantado en la barca, en medio de las olas del mar.
Y fijaos en lo que sigue. Dejan, dice el evangelista, a su padre, es
decir, la ley, con los jornaleros. Pues todo lo que hacen los judíos, lo hacen
para la vida presente y son, por ello, jornaleros. «Quien cumple la ley vivirá
por ella»12, dice, no en el sentido de que
gracias a la ley podrá vivir en el cielo, sino en el sentido de que por lo que
hace recibe recompensa en el presente. También está escrito en Ezequiel: «Les
di preceptos no buenos y mandatos no perfectos, siguiendo los cuales, vivirán
según ellos»13. Según ellos viven los judíos:
no buscan otra cosa que tener hijos, poseer riquezas, gozar de buena salud.
Buscan todas las cosas terrenales y no piensan en ninguna de las celestes. Por
ello son jornaleros. ¿Queréis saber por qué los judíos son jornaleros? El hijo
aquel, que había disipado su hacienda, y que es figura de los gentiles, dice: «¡Cuántos
jornaleros hay en la casa de mi padre!»14. «Y dejando a su padre en la
barca con los jornaleros, le siguieron». Dejaron a su padre, es decir, la ley,
en la barca con los jornaleros. Hasta hoy los judíos navegan, y navegan en la
ley, y están en el mar, y no pueden llegar a puerto. No creyeron en el puerto,
por tanto, no consiguen llegar a él.
Entran en Cafarnaúm15. ¡Feliz y hermoso!: dejan el
mar, dejan la barca, dejan los vinculas de las redes, y entran en Cafarnaúm. El
primer cambio es éste: dejar el mar, dejar la barca, dejar el antiguo padre,
dejar los antiguos vicios. Pues en las redes y en los vínculos de las redes se
dejan todos los vicios.
(SAN JERÓNIMO, Comentario al Evangelio de San Marcos, II,
Mc 2, 13-31)
(1) Mc 1, 16
(2) La piedra es Cristo, prefigurado en aquella roca, de la que los hebreos
bebieron agua hecha brotar milagrosamente por Moisés. Aquí San Jerónimo une
concisamente el episodio del Éxodo (17, 5-6) con las aplicaciones que saca San
Pablo (1 Co 10, 4).
(3) Lc 5, 6; Jn 21, 11.
(4) Mc 1, 17.
(5) Mc 1, 18.
(6) Mc 1, 19.
(7) Mc 1, 20.
(8) Mc 11, 15.
(9) Como habrá notado el lector, esta pregunta, que sirve para recapitular
y concluir, («Hoc totum quare dico?», o «... quare dixi?») es habitual en San
Jerónimo.
(10) Sal
148. 5.
(11) Sal 44,
11 ss.
(12) Lv 18,
5; Rm 10, 5
(13) Ez 20, 25.
(14) Lc 15, 17; cf. Jerón., Epis. 21, 14.
(15) Mc 1, 21.
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