viernes, 18 de enero de 2013

II Domingo durante el año (ciclo c) - San Alberto Hurtado

Caná de Galilea
La historia
El Señor se prepara a volver a Galilea, después de haber conquistado los primeros discípulos. Había dos caminos, uno por Perea y otro por Samaría. Viaje a pie de tres días, desde la ribera del Jordán, cerca del sitio de su bautizo. Escogió este segundo camino. Había una razón especial: pasaba por Caná y allí vería a su Madre que iba a asistir a una fiesta de matrimonio.
El viaje
Viaje de esfuerzo, a pie como todos los viajes de Cristo, por caminos áridos, pedregosos, polvorientos... Toda la vida de Cristo es un gran esfuerzo. Nada de molicie. Nacido en una cueva, su primera cama es un pesebre, luego de niño tiene que emprender en brazos de sus padres el rudo viaje a Egipto; vuelto a Nazareth, la vida de trabajo en el taller. Trabajo de esfuerzo: arados, bancos... Sale a la vida pública y lo vemos en el desierto árido, solo con las bestias salvajes, las grandes aves que cruzarían graznando sobre ese terreno muerto; pasa a vivir en una choza, o quizás al aire libre junto al río: "Los pájaros tienen nido, las zorras cuevas... el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar su cabeza"(Mt 8,20). De ahí lo vemos emprender este viaje de tres días... Luego dormirse en el bote de Pedro, recostando su cabeza sobre las cuerdas; dormir en el monte, sentarse rendido de cansancio junto al pozo de Jacob, recorrer los trigales hambriento, tanto que sus discípulos frotan las espigas para comer algo... Cuando multiplicó los panes, se fue a aquel monte para poder descansar, pero siguió trabajando.
¿Ropa? ¡La puesta! La túnica inconsútil... calzado: sandalias que haría remendar antes de las grandes excursiones, ¡como ahora se hacen revisar las llantas del auto! ¿Hotel? Con frecuencia el cerro, la sombra de un árbol, la casa de un amigo o de un compasivo campesino... y entonces el mejor sitio para sus compañeros. ¿Qué Santo Padre es el que recuerda emocionado la tradición de que de noche se levantaba a ver si estaban cubiertos? Esa es la imagen de Cristo: austero, de una pieza, sin blanduras muelles. Recuerde a Mistral... Cristo, el de las carnes...
Esa ha sido la imagen de los grandes santos: Francisco de Asís: cómo vestía; su cama, una roca; su vida en el Averno; su comida sazonada con ceniza; su figura ascética. Francisco Javier: Nuncio haciendo su comida, lavando su ropa, corriendo por el cerro en busca de los caballos. El Marqués de Comillas. Cura chileno de Isla de Maipo, que dio su fortuna, y cuando no quedaba sino unos cuantos pesos, los entregó, a pesar que eso habría sido para su medicina. O'Callahan, medalla del Congreso: The bravest man I ever met, días sin comer, pasando de uno a otro las bombas caldeadas y a punto de explotar. Camilo de Lellis curando sus enfermos. Thonet, el presidente de la JOC, muriendo de hambre, y murió cantando.
Esa austeridad es necesaria para todos
El lujo en la vida privada... ¡se puede defender! Sí, -a veces con dificultad, pero, en fin, ¡se logra a veces defender! Pero ¿ha convertido a alguien el lujo, de la gran casa, del magnífico auto? "Todo me es lícito, pero no todo conviene", diría San Pablo (1 Co 6,12). Y me atrevería a decir que ahora, en nuestro siglo, Nuestro Señor incluso para su casa quiere que ésta se asemeje más a la mansión de sus hermanos obreros: El, que nunca quiso privilegios, no debe sentirse bien entre mucho oro, cuando Él mismo, ¡É1 mismo, en su cuerpo místico, está muriendo de tuberculosis en la calle o debajo del puente! ¿No ha sido acaso la hermosa tradición de la Iglesia vender sus joyas en las grandes calamidades de los pobres?... y ¿no es toda la vida moderna una gran calamidad? ¡No sea cosa que conservemos las joyas y perdamos las almas!
Si miramos honradamente a Cristo y a los santos ¿qué hallamos? El primer paso de los que se acercan a Cristo, es la pobreza; el primer voto de la vida religiosa es la pobreza, y la primera causa de todas las decadencias espirituales ha sido la riqueza (por eso es que nos suprimieron a tiempo"'). ¡El llamado final de la Divini Redemptoris a una vida más modesta! Y, para reformar la sociedad, dice Quadragessimoanno": reforma moral y reforma instituciones.
Por lo que respecta al seglar católico, qué hermoso sería darle un aspecto más austero. Vestido... menos gasto, menos exquisitez, por lo menos en la vida diaria, que es vida de trabajo y el traje ha de indicar que se está en trabajo. Esto no quita que en el momento de fiesta, sea fiesta, pero la fiesta debe ser como el postre en la comida, o el azúcar en el café, no más del 10%... ¡El trabajo mismo debe ser una fiesta y una alegría permanente!! Casa: cómoda sencilla... pero no puede la mía tener una comodidad como 100, cuando la de miles de mis hermanos no tiene como! ¡En Santiago, 5.000 de mis hermanos no tienen más casa que el cielo, más cama que el suelo polvoriento o barroso, más abrigo que el calor de otro miserable o el de un perro que se apretuja en contra de él! Fiestas... Sí. Y... se puede defender el derecho de usar "la magnificencia" y se puede citar a Santo Tomás... pero, ¿es cristiano derrochar sumas enormes cuando otros mueren de hambre. –Es que todos los de mi situación social lo hacen... –Pero ¿no será tiempo de comenzar a hacerlo de otra manera? Matrimonio costoso... Pololeos caros... Yo me pregunto a veces, pero ¿nos hemos dado cuenta del mundo en que vivimos?, ¿nos hemos dado cuenta de lo que tenemos nosotros... y de lo que carecen otros?
Hay algo que no vemos nosotros al no salir de Chile, pero que los extranjeros que vienen a Sud América, y sobre todo a Chile, ven al punto: La horrenda distancia de dos mundos que conviven sin tocarse por ninguno de sus extremos... Paltee (y lo citaba Times –Ave María–) Howard, Heering... caen al punto en la cuenta de algo que nosotros no vemos. Pelletier: una exquisita elite; pero, ¡a qué precio, qué caro!
En Estados Unidos y Canadá pude yo también apreciar ese problema nuestro que intuía, pero no veía cómo podía ser solucionado. Nuestro problema es doble: el de los que tienen demasiado poco, y el de los que tienen demasiado; no demasiado dinero, pero sí demasiada comodidad, una vida demasiado fácil, ¡frente a una vida demasiado dura! Nuestras clases separadas por un inmenso abismo. En Estados Unidos me impresionaba ver los muchachos en su traje de diario: en Washington — ¡la capital! tan sencillo; todo lo inútil eliminado... sus bototos, su gorra, o cabeza descubierta en mitad del invierno... su abrigo barato, corto; su ropa sin pretensión. La casa cómoda, pero sin pretensiones: sin grandes salones de recibo (salvo la Embajada Rusa...), su living. Auto, frigidaire, lavandería, porque todo hay que hacerlo en casa, y todos lavando la vajilla, por eso se sabe lo que se usa; ¡pues una sirviente es un dólar por hora! ¡Su trabajo es humano, tiene derecho a una vida decente y si la necesito la tengo que pagar!
Las mujeres con su pañuelo en la cabeza. Los alumnos de nuestros colegios cuántos recogen los platos, trabajan en la tarde, o en el verano, o siguen en cursos de la tarde para ganarse la vida y poder estudiar. Y ¡yo pensaba en los que pololean a costa del bolsillo del papá!
Sobriedad de vida; austeridad; esfuerzo. Y sentirnos vinculados a los que sufren, amarlos, procurar comprenderlos, vivir más en la inteligencia de su espíritu, y más cerca de sus rudezas y dolores. Al comunista chileno, que viajaba con Pelletier, lo que más chocaba en nuestro clero era que precisamente siendo muchos de condición modesta y llevando una vida dura, tuvieran tanta mentalidad de clase pudiente.
Espíritu de equipo
Jesús no viaja solo, no participa en las actividades solo. Salvo cuando ora, siempre está acompañado de sus apóstoles; con ellos va a todas partes, incluso a los banquetes. La gran fuerza que da el vivir con otros del mismo ideal, el trabajar con otros en la causa común. Vivir con otros: para el sacerdote, el terrible peligro para su alma y sus nervios de vivir solo. En Norte América y Canadá, cada sacerdote vive con otros sacerdotes, se divierten juntos y eso es un gran resguardo. Hacen vida íntima de familia; si necesitan salir a tomar un helado, salen... pero juntos. El gran beneficio de nuestra vida de comunidad, pero a condición de vivir plenamente en ella... de no minimizarla, de amar los recreos, los días de campo, las fiestas en común. ¡Oh todo lo que se pudiera decir de nuestros recreos! Recuerde lo que nos decía el Padre Charles: ¡ventajas únicas! Vivir en la comunidad, con la comunidad, para la comunidad.
Trabajar en equipo: el resultado enorme que podríamos sacar si nos ayudáramos en nuestros trabajos. Si hiciéramos obra de equipo... Un curso de religión en equipo; un libro, un retiro... en equipo. La dirección espiritual ligados al Prefecto, Maestrillos, Padre Espiritual... Las obras de caridad apuntalándonos con los medios que cada uno tiene: todos a la disposición de los demás.
El espíritu de equipo significa, en los que lo practican, un inmenso renunciamiento: somos tan aficionados de hacer mi obra, en la que yo deje mi huella, y pasar a hacer la obra común, que no va a ser la mía, en la que yo no figuro sino como rueda en el engranaje común... ¡Caramba que significa renunciamiento!
Significa mortificación para acomodarme a los demás, esa terrible mortificación interior de soportar caracteres lentos, egocéntricos, susceptibles, quisquillosos... y que no se suba jamás la leche... guardar la calma, sonreír cuando uno patearía... Dios mío es canonizable el que trabaja en equipo. Y obras como la Acción Católica son imposibles sin espíritu de equipo.
Significa el cultivo de honestas amistades, un franquearse, un dar y recibir, sin sentimentalismo de niños, pero sin estiramientos de falsa ascética. Aprender a tratar a mis hermanos, no sólo ocasionalmente, sino en forma más estable. Una amistad —que no es enfermiza sino viril—, es absolutamente necesaria. Si uno trata a todos por igual no puede pedir una respuesta cordial profunda. No rechazar a nadie, bondadoso con todos, pero natural para ahondar aquellas relaciones que Dios pone en su camino.
Cuando uno se va de un país, de una casa, el recuerdo más grato que uno lleva es el de aquellas almas bondadosas que se han sacrificado por uno, que le han dado no fría cortesía, sino algo de sí, un calorcito de amistad. ¡La gracia supone la naturaleza! Por otra parte, este espíritu de equipo es la señal de las obras llamadas a perseverar. Lo que es sólo mío, morirá conmigo... y allí quedará. Es la ventaja de la vida religiosa, que es ella la que toma la obra... y eso da aliento para realizar en ella cualquier trabajo. Es la manera como trabaja la Iglesia: es el Cuerpo Místico que trabaja y los frutos se comunican mediante esa corriente de vida que se llama comunión de los santos.
Espíritu social
Íntimamente relacionado con el espíritu de equipo está el espíritu social: participar en la vida social, en las alegrías y en los dolores... Vemos a Jesús, que hay una boda, hay mucha gente convidada... y aunque quizás en la fiesta pueda haber algún exceso, allí está Él y allí está su Madre. En medio del pueblo, de la vida humana, de la vida de familia, en las alegrías más legítimas. ¡Qué distinto es Jesús y es su Madre de aquel solitario taciturno que se empeñan algunos en describir. Sencillo, austero, pero lleno de bondad, de cortesía, de sentido social, lo vemos acudir a la invitación a las bodas, como en otras ocasiones a casa de Leví, de Simón el Fariseo, de Pedro. El apóstol ha de ser fermento de la masa, pero esto significa que está en la masa... Sal de la comida, en medio de ella, ¡no aislado!
Por tanto, no hacernos a un lado de la vida social. En todas partes donde sea honesto, allí deberíamos estar: en un día de santo, de matrimonio, en un funeral, en una alegría y en una pena. En la fiesta del regimiento, en la mesa del radical y en la del conservador, en las fiestas patrias... El sacerdote en todas partes... pero en todas: en el sindicato. En Norte América, en las grandes huelgas: ¡dos sacerdotes en medio de sus piquetes! Llorente hacinado con seis esquimales. ¡Que puede haber abusos! Sí... También la Santa Eucaristía a qué abusos no está expuesta: sacrilegios, profanaciones... El abuso es "por accidente". Claro que esto supone sacerdotes de vida interior. Monseñor Miller, el inmenso bien que hizo entre gente alejada, porque nunca se alejó de ellos... ¡Cuánto sacrificio suponen estas visitas! ¡Cuánto mejor estaría uno durmiendo una siesta! Yo confieso que las hago muy poco, pero no por virtud, sino por falta de ella.
En medio de los pobres. Este espíritu social del sacerdote no dañará, antes por el contrario, si se hace con todos, sobre todo con los pobres, como vemos a Jesús, que si bien fue a casa de Simón, fue a Cana... a Leví el pobre usurero.
En Caná lo vemos entre los pobres. Una pareja de pobrecitos que se casan: me parece un par de huasitos. Han echado la casa por la ventana... Debajo de la higuera están los novios, los otros convidados debajo del parrón, en el patio, ¡¡bailando su cuequita!! Y Jesús está en ese ambiente y allí feliz, ¡¡la Santísima Virgen!!
Pienso en el cura Brochero que no se negaba a ninguna de las alegrías de sus fieles; en nuestro Monseñor Labbé compadre de todos los caucheros de la Pampa; en San Francisco Javier jugando cartas para ganar un alma; en San Ignacio visitando a Javier para ganárselo.
Y en el más humilde sitio entre los pobres... Estaban Jesús y María, conocidos de nadie... El carpintero de la infeliz aldea de Nazareth y su Madre que venían con un grupo de pescadores polvorientos, convidados a última hora... ¿Dónde? junto a la cocina, donde estaba la mesa de servicio, donde iban y venían los sirvientes... ¡¡Por eso es que María se dio cuenta al punto de lo que pasaba! Llaneza... no ser exigentes. Contentarse con todo: ¡Que todo nos quede grande! Cuerpo de pobre.  ¡En cualquier sitio sentirnos bien! Menos preocupados de nuestra autoridad que de nuestra caridad. Que la autoridad en el cristiano es servir; ¡el Papa es el siervo de los siervos! Y Dios es el que sirve... si no nos dan asiento, si nos hacen esperar; ¡que no se suba la leche! Si nos tratan con poca deferencia... Alegría, sonreír. ¡Contento, Señor!'"
Con María en nuestros apuros
¡Faltó el vino! ¡Pero allí estaba María felizmente! Ella con su intuición femenina vio el ir y venir, el cuchicheo, los jarros que no se llenaban... Y sintió toda la amargura de la pareja que iba a ver aguada su fiesta, la más grande de su vida... Sintió su dolor como propio. ¡Comprensión! de los dolores ajenos... No decir esas palabras huecas que no significan nada... y menos aún pasar de largo. Cuando hay un dolor que allí estemos: sin quitarle el cuerpo. Como lo hace el pueblo que es más niño y por eso está más cerca de Dios: ¡que va a sentir con el doliente! Idea cristiana que está a la base de nuestros velorios. Que la pena de las chacras y del gorgojo sea nuestra pena, y que no nos desdeñemos de esas cosas nosotros que somos canales de la gracia, pues si nos desentendemos de lo humano los canales se tapan y a estas almas no llegará la Gracia de Cristo.
Y Ella comprendió que Ella podía hacer algo, y que Él lo podía hacer todo. Ella guardaba en su corazón el secreto desde hace 30 años... sabía que vendría un día en que Él tendría que manifestarse, en vano había esperado hasta ahora esa manifestación. Unas cuantas palabras a los 12 años y ¡nada más! ¿Cuándo llegaría ese momento? Ella presentía que en ese momento estaría Ella, su Madre, junto a Él. La buscó para comenzar su vida; Ella intervendría en su manifestación pública, como iba a estar presente en el último momento, como lo estaría en su Ascensión y en el descendimiento de su Espíritu. Ella ligada irrevocablemente a su obra.
Y le dice: "¡No tienen vino!". La respuesta de Jesús: "Pero qué nos va a mí y a ti. ¿No ves que aún no ha llegado mi hora?"(Jn 2,3-4). María comprende: Aun no ha llegado mi hora, es la idea central en la respuesta de Cristo. Y así es, ni antes, ni después de mucho tiempo, ningún milagro en la vida de Jesús. En su plan, los milagros vendrían después... después de la predicación, serían los signos que la confirmarían. En verdad todavía no era la hora. Pero, al propio tiempo ¿por qué toma en serio la observación de María?, ¿por qué no la deja pasar? ¡Ah! María comprendió al punto que no era su hora, pero que no le iba a decir que no, a Ella su Madre. Y Ella que había comprendido como nadie el sentido de la Encarnación, que era un mensaje de amor, de redención, de elevación, de pacificación, de alegría para las almas, comprende también que Jesús estará feliz de anticipar esa hora para alegrarla a Ella y para mostrar la preeminencia de la caridad sobre toda consideración. Y por eso con llaneza y seguridad únicas dice a los sirvientes: "Haced cuanto Él os dijere" (Jn 2,5).
¡Oh, María, contigo estoy tranquilo! Vela tú por mí, que el infierno nada podrá en contra mía, y Jesús, tu Hijo, fruto bendito de tus entrañas, se plegará a tus dulces deseos. ¡Y Jesús obra a su manera! ¡Qué manerita! ¡Si parece que quisiera tomarnos el pelo! ¿Falta vino? ¡¡Pues echen agua a las tinajas!!Y ahora lleven esa agua al maestresala. A la base de la fe, está la "rendición incondicional" y por eso parece que ahora, como entonces, quiere exigir de nosotros ese salto en el vacío, ese abrazar su autoridad, ese paso de la lógica a la fe, de las razones a la aceptación del misterio, porque es Él quien lo dice y nada más, motivo formal de la fe.
Y quien no da ese paso no llega a la fe; y quien se espanta como el caballo ante la sombra y recula, necesitará que Jesús, buen jinete le clave las espuelas y si a pesar de todo no pasa, indócil a la gracia de Dios, se esterilizará y morirá.
La fe, ¡base de toda vida cristiana! El primer contacto del hombre con Dios es por la fe. "¡Sin fe es imposible complacer a Dios!" (Heb 11,6). ¿Cómo obtenerla? Pedirla, suplicarla, actuarse; humildad de corazón. Realizar la verdad, porque "el que obra la verdad, va a la luz" (Jn 3,21).
(ALBERTO HURTADO, SJ, Un disparo a la eternidad, Universidad Católica de Chile, 2004, pp. 249-256)

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