A) JESÚS CRECÍA
a) Exordio. Jesús, modelo de adolescentes
Todas las obras del Señor fueron ejemplo saludable. Yo os he dado el ejemplo para que vosotros hagáis también como yo he hecho (lo. 13,15). Cristo adolescente se lo da a los jóvenes de lo que más necesitan, a saber, de cómo han de crecer y aprovechar. Invoquemos a Dios antes de seguir.
b) CUATRO CRECIMIENTOS DEL SEÑOR
Et lesus proficiebat... (Le. 2,52). Cuatro crecimientos observamos en Jesús: en edad en cuanto al cuerpo, en ciencia en cuanto a la inteligencia, en gracia en cuanto al alma, y, finalmente, ante los hombres. Es admirable que el Eterno creciera en edad, el infinitamente sabio en ciencia, el autor de la gracia en ella misma, y que esto fuera ante los hombres en vez de los hombres ante El.
El crecimiento de la edad es fácilmente inteligible. Los otros son más difíciles, pues si su gloria era como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad (lo. 1,14), lleno debió estar siempre, pues siempre fue Unigénito.
Dícese que alguien crece en ciencia, no sólo cuando la va adquiriendo, sino cuando la va manifestando. Cristo de tal manera quiso conformarse a nuestra naturaleza humana, que manifestó su saber acomodándose al crecimiento normal.
C) CRECIMIENTO EN EDAD. PARALELO A LOS OTROS TRES
Enséñanos este paralelismo que el desarrollo del cuerpo y del alma deben ser iguales, pues, de lo contrario, se daría un crecimiento monstruoso, como cuando crece más un miembro que otro. Crezca el cuerpo y crezca el alma.
Cuando yo era niño, hablaba como niño...; cuando llegué a ser hombre, dejé como inútiles las cosas de niño (1 Cor. 13, 11‑12). Sólo debemos conservar la sencillez y la humildad (Mt. 18,3).
Sería también un crecimiento pernicioso. El mercader que deja pasar el tiempo de la feria y de los negocios, el estudiante que no asiste a las mejores lecciones, juzgan después haberse perjudicado grandemente. Pues bien, para cosas más importantes que éstas nos ha dado Dios el tiempo.
Ni el ojo vio, y ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios ha preparado para los que le aman (1 Cor. 2,9), y atendiendo a ello dice el Eclesiástico (14,14): No te prives del bien del día.
El libro de los Proverbios afirma a su vez: No des tu honor a los extraños, ni tus años a un cruel, para que no disfruten extraños de tu hacienda (5,9‑10). Dios te ha dado tus fuerzas para que ganes tu honor peleando con el demonio; cuando las empleas en servirle, le has entregado lo que pudo ser tu honor, y las obras buenas que quizás hayas hecho también, servirán de alegría a los extraños, a los justos del cielo, pero no a ti.
Crecimiento, en tercer lugar, que te acarreará gran trabajo, porque mucho te ha de costar corregirte después.
El labriego ara fácilmente porque se acostumbré a ello desde su juventud. Instruye al niño en su camino, que aun de viejo no se apartará de él (Prov. 22,6). Si, pues, vives mal de joven, o desesperas de salvarte o te preparas un trabajo demasiado fuerte.
Crecimiento peligroso, porque Dios te exigirá cuenta de todo y de todas las edades. Se asemeja el reino de Dios a un rey que quiso tomar cuentas a sus siervos (Mt. 18,23).
El Eclesiastés (11,9) dice: Alégrate, mozo, en tu mocedad...; sigue los impulsos de tu corazón y los atractivos de tus ojos, pero ten presente que de todo esto te pedirá cuenta Dios.
¿Cómo, pues, crece en edad y en espíritu? Creciendo a la vez en sabiduría y gracia. Aun cuando el texto habla primero de la sabiduría, hablemos nosotros antes de la gracia, que es su causa.
d) CÓMO SE CONOCE EL CRECIMIENTO EN GRACIA. LA PAZ
Las causas ocultas, como la gracia, se conocen por sus efectos visibles, y ninguno tan visible como la paz. No hay paz para los malvados, dice el Señor (1s. 48,22). Id, jóvenes, como Jesús, al llegar al uso de la razón, a Jerusalén, ciudad de paz.
La paz del hombre existe cuando resuelve la lucha existente entre el espíritu y la carne.
Las condiciones de la paz son: primero, que sea elevada, pues si el alma se sujetara al cuerpo sería baja y falsa.
Viviendo en medio de violenta guerra de ignorancia, llamaron paz a tan grandes males (Sap. 14,22). La paz al consiste en sujetar el cuerpo al alma mediante la maceración y sin consentirle nada, porque criados tan viles no se sacian nunca, y, concebida una libertad, atrévense a mayores.
En las mortificaciones externas que puedan percibir los demás, acomódate a lo que hagan las personas de buena conciencia, del mismo modo que el Señor subió a Jerusalén secundum consuetudinem (Lc. 2,12). Dios no gusta de esta clase de singularidades.
Además, la paz ha de ser larga, por la constancia, y prevenida contra los aliados de la carne, como los parientes y los amigos peligrosos...
e) CRECIMIENTO EN SABIDURÍA MEDIANTE LA CONTEMPLACIÓN. SUS CONDICIONES
La sabiduría se adquiere mediante la contemplación. Lugar de contemplación es el templo (contemplatio a templo). Y allí encontraron a Jesús. Veamos qué es lo que hacía para cotejar nuestra contemplación con la suya. Para adelantar en la sabiduría es necesario:
1. Oír atentamente
Porque es tan honda la ciencia, que nadie puede alcanzar su contemplación sin lecciones de otro. No digas que eres ya sabio: Oyendo el sabio crecerá en doctrina (Prov. 1,5).No hay sabio que no aprenda oyendo. Jesús dio ejemplo al escuchar a los doctores de la Ley.
2. Oír con constancia
Nadie alcanzará ciencia de una sola lección. Al Niño lo encontraron después de buscarle asiduamente durante tres días. Bienaventurado quien me escucha y vela a mi puerta cada día (Prov. 8,34).
3. Oír a muchos
Pues Dios ha dividido sus gracias. San Gregorio da lecciones de moral, Agustín resuelve las disputas, Ambrosio es maestro en alegorías. El que empieza debe oír a un solo maestro hasta que se fundamente en la ciencia, pero, una vez afianzado en ella, debe escoger las flores de diversos jardines. Así estaba el Niño en medio de los doctores de la Ley , como quien es juez, para ir eligiendo lo mejor.
4. Inquirir buscar
Mucho corren y se afanan los mercaderes. Más valiosa que sus ganancias es la sabiduría. Es más preciosa que las perlas y no hay tesoro que la iguale (Prov. 3,15). Si la buscas como se busca la plata, cual si excavaras un tesoro, la hallarás (Prov. 2,4).
¿Dónde debes buscar la ciencia? En tres lugares. Primero, ‑en tu maestro, que es tu padre, pues te engendra espiritualmente. ‑Segundo, preguntando a los mismos ausentes, como son los libros de autores antiguos. Pregunta, si no, a las generaciones precedentes; atiende a la sabiduría de los padres. Nosotros somos de ayer y no sabemos nada (Job 8,8‑9). Observa la naturaleza, en la que Dios difundió su sabiduría de artífice. Pregunta a las bestias, y ellas te enseñarán; a las aves del aire, y te lo dirán (lob 12,7). El tercer medio para aumentar tu sabiduría es enseñar a los demás. Es de experiencia que no hay uno que no aprenda al enseñar. El solo hecho de tener que responder a las preguntas obliga a aquilatar los conceptos.
Pero para contestar se necesita una triple prudencia. La primera, para acomodar la doctrina a la propia capacidad. Si tienes que responder, responde; si no, tápate la boca con la mano (Eccli. 5,14). La segunda, para contestar 'ad quaestionem' y no divagando. El Niño Jesús maravillaba por la discreción de sus respuestas (Lc. 2,47). La última y madre de toda la prudencia es meditar atentamente. De ello fue modelo la Santísima Virgen , que conservaba en su corazón todas las palabras (Le. 2.51).
Buenas tardes. Me pueden ayudar con el autor de la imagen de la Sagrada Familia, que ha publicado en este interesante artículo. Quedo atenta
ResponderEliminar