sábado, 17 de noviembre de 2012

Domingo XXXIII (ciclo c) San Juan de Ávila

Señales que precederán el juicio
Gran día es éste. ¿Por qué grande?
Es grande de cuenta, grande de parte del juez, y grande de parte de los juzgados, y grande de parte del castigo. Bienaventurado el que estuviere en pie este día. ¿Queréis saber cuán grande día es? Miraldo a la víspera, qué tales serán las señales que precederán aquel día.
¿Habéis oído a los muchachos que representan las Sibilas la noche de Navidad? Dicen allí que los árboles sudarán sangre, la mar se secará, los animales y peces bramarán.
¿Si son estas cosas verdades o no? San Jerónimo dice que las halló en los libros de los judíos, y dicen que no tienen mucha autoridad; y Santo Tomás a la letra dice que no tienen mucha  autoridad. Grandes cosas son éstas; pero si bien miramos, las palabras que en el Evangelio decimos —dice la misma Verdad, Aquel que sabe lo por venir—, lo mismo que las Sibilas nos dicen y aun mucho más; y aunque no lo diga por las mismas palabras, de lo que dice se infiere, pues dice: Habrá señales en el sol y luna y estrellas; dará la mar bramidos; serán tantas las señales de Dios, que los hombres se secarán viendo lo que acontecerá. Ruégoos que me digáis: ¿qué será aquello que ha de acaecer, que de vello se secarán los hombres de espanto, que bramará la mar y temblará la tierra, y caerse han las estrellas y secarse han los hombres del sentimiento que traerán de ver lo que en todo el mundo acaecerá? Será tan grande el sentimiento que en todo el mundo habrá, que la tierra temblará, los árboles se arrancarán de raíz, la mar dará bramidos con sus ondas, las estrellas se caerán. No se caerán, sino que caerán tantas cometas, que verdaderamente parecerá a los hombres, y dirán: Las estrellas se caen. Aullarán las aves y las bestias, las piedras se darán unas con otras; será cosa espantable de ver lo que pasará. Cuando Dios crió al hombre, todas las cosas crió para su servicio, y justa cosa es que, pues Dios crió todo para el servicio del hombre, que todo haga sentimiento cuando castigare al hombre.
¡Oh Rey eterno! Cuán justamente hacéis esto en aquel día para que los hombres os teman, pues ahora no os quisieron amar, habiendo tantas causas para ello, para que aquéllos sepan que ha de venir a juzgar vivos y muertos y para que sepan que viene aquel día el Altísimo, que estén todos aparejados. Pues si tal, Señor, es la víspera, ¿qué tal será el día? Dios nos dé gracia que nos vaya bien. En él enviará Dios fuego que queme cuanto topare por delante. Caerse han las casas, allanarse ha todo; quedará a todos los hombres: a los malos será principio de infierno, y a los buenos purgatorio, y en muy breve tiempo dará tanta pena, que a los que merecieren cincuenta años de purgatorio, en una hora se purgarán, y pasarán tantos trabajos en aquella hora como en los cincuenta años de purgatorio. Estarán por ahí los hombres quemados, hechos hacinas; todo estará desolado; escurecerse ha el sol y la luna y estrellas, y, como dicen los profetas, el día del Señor, día de oscuridad, no es día, sino tinieblas, hasta que venga aquella trompeta que suene: Surgite, mortui, venite ad iudicium. Por vuestra vida que apeléis de aquella citación: ¡Voz de virtud!
 Dice San Juan en el Apocalipsis: Et vidi thronum magnum candidum, vide una silla altísima, y la silla era grande y blanca y estaba sentado en ella un rey de tanta majestad, que delante su acatamiento huye el cielo y la tierra. ¿Qué cosa fue ver venir a Cristo en la primera venida, tan manso, tan sin majestad, estimado el postrero de los hombres; y en la segunda venida está sentado en una silla de tanta majestad, que dice San Juan que es tan espantable, que el cielo y la tierra huyan delante de él, y Daniel dice que la silla era de fuego?
—¿Qué hacéis, cielos? ¿Por qué no osáis estar delante de su acatamiento? ¿Qué habéis hecho, qué habéis pecado? ¿Por qué huis, que nunca habéis, después que Dios os crió, traspasado sus mandamientos? Pues ¿por qué huis? —No osamos parecer delante de Aquel de quien en otra parte está escrito que delante su acatamiento tiemblan los poderíos del cielo y le adoran las dominaciones. —¿De qué tiemblan? ¿E han por ventura pecado? —E no, que en gracia los crió Dios, y nunca cayeron de ella. —Pues ¿de qué tiemblan los poderíos y serafines? De ver una majestad tan profunda estamos espantados, aunque no nos haya de condenar. Como cuando vos estáis junto a la mar, aunque está segura y toda pareja, y vos fuera, de ver una cosa tan honda, estáis temblando, aunque estáis en salvo; veis un pozo hondísimo, aunque vos estáis fuera y seguro de no caer, tembláis de ver aquella hondura; así tiemblan los poderíos de ver aquella grandeza inmensa de Dios, aunque están seguros: es un temor reverencial. Está un hombre en su casa enojado como un león, castigando a sus esclavos que han hecho mal, y está el hijo acullá temblando, aunque no ha hecho por qué merezca castigo. —¿Por qué estáis temblando, niño? —De ver a mi padre tan enojado con sus esclavos. Será tan grande la vergüenza de aquel día, que, aunque estén seguros, estarán temblando. Ultionem accipiam et non resistet mihi, dice Dios: yo tomaré venganza de los hombres malos, y no habrá hombre que me vaya a la mano. Cosa brava ver el rencor que tendrá Dios aquel día.
(SAN JUAN DE ÁVILA, Sermones Ciclo Temporal, Dom.1 de Adv , Ed. BAC, Madrid, 1970 pp. 19-21)

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