sábado, 14 de septiembre de 2019

El Dios de la vida y del amor humano - Conferencia Episcopal Argentina


EL DIOS DE LA VIDA Y DEL AMOR HUMANO


Introducción
1. Dios es la fuente de la vida
1.1. Nos creó a imagen y semejanza suya
1.2. Nos creó varón y mujer
1.3. Es el garante de la vida humana
2. Jesús revela que Dios es Amor
2.1. Jesús revela la intimidad de Dios: ¡es relación, es familia!
2.2. Dios comunica una vida nueva y plena
2.3. Nos ama hasta el extremo de darnos su Vida
3. Aprender a vivir y amar
3.1. Optar por la cultura de la vida
 3.2. Llevar la luz del Evangelio a madres, padres e hijos
3.3. Testigos de la belleza de la vida y del amor humano

EL DIOS DE LA VIDA Y DEL AMOR HUMANO
Introducción

Hace más de medio siglo la Iglesia expresaba su cercanía a las diversas realidades que vivía la comunidad humana diciendo que: El gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de toda clase de afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo, y nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón 1.

La misma intención es la que nos mueve hoy a asumir “el gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia” que vivimos en orden a dos realidades fundamentales de la existencia del hombre: la Vida y el Amor Humano. Al respecto, queremos acercarnos a los hombres y mujeres de nuestro tiempo con nuestra propuesta cristiana, que nos impulsa a reconocer al otro, sanar las heridas, construir puentes, estrechar lazos y ayudarnos «mutuamente a llevar las cargas» (Ga 6,2) 2.

Esta reflexión se dirige especialmente a los padres de familia, sujetos insustituibles de la educación en la fe de sus hijos, a los catequistas, a las comunidades educativas católicas, a sus docentes y directivos, a los sacerdotes, y obviamente, a toda persona cuya visión de la vida, del amor humano y de la familia, converge con los valores cristianos. Con aquellas personas que poseen otra comprensión del ser humano, de la pareja humana y del mundo, estamos dispuestos a dialogar y a valorarlos en las diferencias, y buscar en conjunto una convivencia en la libertad, la pluralidad, la humildad y el respeto al que opina distinto.


La Iglesia en Argentina se ha expresado en diversas ocasiones sobre estos temas 3. Las nuevas circunstancias en las que se desarrolla hoy una cultura que ya no se inspira en los valores del Evangelio −donde se concibe la vida como don de Dios y el amor humano como participación en el Amor de Dios− sino que prescinde de Él, entendiendo que el ser humano se construye exclusivamente a partir de las percepciones subjetivas que tiene de sí mismo, vemos necesario decir una palabra que ilumine estas realidades de enorme importancia para la persona, la familia y la sociedad.

Advertimos con esperanza en amplios sectores de nuestra sociedad, especialmente entre la gente sencilla y humilde, una valoración muy positiva de la vida como don de Dios, y la valoración del amor humano y de la familia tal como la recibimos revelada en la Sagrada Escritura. Son cada vez más frecuentes las expresiones, movimientos y asociaciones que defienden, cuidan y promueven la vida de la madre y del niño que gesta en su seno. Al mismo tiempo, hay una mayor conciencia de la importancia de una educación integral de la sexualidad que la vincule estrechamente con el amor, la libertad y responsabilidad.

Sin embargo, por otra parte, nos preocupa cómo se incrementan las esclavitudes que claman a Dios: la violencia en todas sus formas; la trata de personas, la explotación de los débiles, los vulnerables y empobrecidos (especialmente niños, mujeres y ancianos); las prácticas abortivas y la anticoncepción; la degradación de los vínculos interpersonales y la violencia doméstica, especialmente sobre la mujer; las adicciones a las drogas y a la pornografía, la indiferencia, etc.

A esto se suma la desorientación antropológica, que tiende a cancelar las diferencias entre el hombre y la mujer, consideradas como simples efectos de un condicionamiento histórico-cultural, estructurándose como pensamiento único y clausurado a un diálogo abierto y plural y, por lo tanto, excluyendo el encuentro 4. Todas estas esclavitudes generan angustia, atentan contra la integridad de la vida de las personas, y obstaculizan la posibilidad de construir una convivencia humana en la que efectivamente haya lugar para todos y a todos se les reconozca su inviolable dignidad.

Estamos convencidos de que la propuesta cristiana tiene una palabra luminosa, liberadora y de esperanza para vivir con sentido, alegría y plenitud la vida y el amor humano. Para ello, necesitamos recrear permanentemente en nosotros la mirada de Dios sobre nuestra realidad. Esa es la mirada que acompaña nuestra reflexión, una mirada que anhela ver todo lo que nos sucede con los ojos y el corazón de Jesús. Por eso, lo primero que surge desde lo más íntimo del corazón creyente es alabar a Dios por todo lo que Él es y todo lo que hace. Pero, al mismo tiempo, ver desde Dios lo que nos pasa exige también discernir aquello que nos hace bien de aquello que nos daña.

Se ha convertido en un lugar común la constatación de que estamos atravesando una época de profundas transformaciones, a tal punto que se la ha calificado como un verdadero cambio de época. La verdad es que van cayendo los viejos sistemas de pensamiento y este derrumbe nos coloca ante el desafío de abrirnos a una humanidad más libre y tolerante. En ella debemos aprender a convivir mediante el diálogo, el respeto por las diferencias y el anhelo en procurar siempre el bien del otro.

Con esta reflexión esperamos contribuir a una auténtica cultura del encuentro, de la vida y del amor humano, junto con todos aquellos que estén abiertos a una intercomunicación personal y pluralista, y buscan sinceramente el bien de todos, sin marginar ni excluir a nadie. En esta prolongada época transicional, el Espíritu Santo sigue suscitando “la nueva creación”, la humanidad nueva a la que la evangelización debe conducir, mediante la unidad en la variedad que la misma evangelización querría provocar en la comunidad cristiana” 5.

1. Dios es la fuente de la vida

En Ti está la fuente de la vida (Sal 36,10). Nuestro Dios es el Dios de la Vida, la fuente de nuestra vida, que ha vencido a la muerte en Cristo Resucitado. La vida es el primer don que recibimos, el regalo fundamental. Sin ella nada es posible. Es lo primero en el sentido del orden, pero también de la importancia para los seres humanos. Nuestra vida es don y es también tarea. Esto segundo es lo que a nosotros nos toca: hacer algo hermoso con el don inmerecido y maravilloso de la vida.

Vivir una buena vida es una aspiración que encontramos en todas las tradiciones de sabiduría. San Ireneo de Lyon decía: La gloria de Dios es el hombre viviente 6. La vida buena y feliz es una aspiración de cada persona, algo que llevamos profundamente en el corazón. Esta vida buena y feliz no es una vida aislada, sino que comprende la vida y la felicidad de los otros seres humanos, la plenitud de todo lo creado, de nuestra casa común. La vida plena y feliz de cada persona y de todas las personas es la gloria de Dios.

Es justo alabar a nuestro Dios por todo lo que Él es y por todo lo que Él hace. Dios es manantial de vida. Por eso la certeza del creyente desde el Antiguo Testamento es: el Señor concede la vida (2Mac 3,33) y que incluso puede devolverla después de la muerte. Es lo que claramente, años más tarde, afirmará el evangelio de Juan: El Padre resucita a los muertos y les da vida (Jn 5,21); el Padre dispone de la Vida (Jn 5,26).

Es impactante la frase que pone Jesús en boca del Padre Misericordioso frente al mayor de los hermanos que se resistía a participar de la fiesta: Hijo mío, es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado (Lc 15,32). Es así como el alejamiento de la comunión con Dios y con los hermanos es como estar muerto: es la experiencia de la “no vida”.

1.1. Nos creó a imagen y semejanza suya

Una de las revelaciones más profundas de la antropología la encontramos en el proyecto del Creador, que se pone de manifiesto desde el Antiguo Testamento.

Referido al ser humano, dice el texto que fue hecho ¡a su imagen y semejanza! He aquí la máxima dignidad que se puede predicar del ser humano: como toda creatura, el haber sido creado por el mismo Dios, pero de manera exclusiva, el haber sido hecho a su imagen y semejanza. Dios dijo: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen, según nuestra semejanza. Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer. Dios miró todo lo que había hecho, y vio que era muy bueno» (Gn 1,26-27).

La importancia y el valor del ser humano, radica en el hecho de ser creado a “imagen semejantísima” de Dios. No se trata de una coincidencia perfecta, sino de una copia hecha de acuerdo al original (imagen); de quien representa visiblemente a Dios en la tierra. Pero también “semejanza”, es decir, no coincide en todo, no son exactos. Sí, su representante más calificado: es creatura que debe el sentido profundo de su ser no a sí mismo, sino a Dios. ¡He aquí una gran buena noticia! El punto de referencia humano es el mismo Dios, de quien somos “imagen y semejanza”.

En esta expresión se ve el sentido de su misión: ser capaz de hacer aquello que hace Dios, imitar su hacer en la historia como creador y liberador, siguiendo su ejemplo, en el hacerse cargo con misericordia y ternura de todos los seres creados. Se deja ver también la identidad del ser humano, por su “dimensión espiritual”, es decir, porque tiene inteligencia y razón, un alma inmortal y es capaz de amar como Dios. Como representante de Dios, su responsabilidad es enorme: no puede ser ni tirano (al dominar) ni conquistador (al someter). No debe ser autónomo ni creerse fuera de todo control. Debe ser “teónomo” (sólo depende de Dios) un “rey pacífico y no violento”, así, cada varón y cada mujer deben recordar su identidad: iconos del amor, la ternura, la misericordia, la compasión, la justicia del mismo Dios.

Cuando llega la hora de la evaluación, lo primero que hace Dios es contemplar su obra: vio Dios (cf. Gn 1,1-31). Luego la valora, y satisfecho de lo realizado afirma que es bueno, que “le salió bien”, que se ajusta a lo que Él quería, como quien dice “objetivo logrado”. Cada cosa creada le produce alegría y satisfacción. En cada y vio Dios que era bueno, estamos frente al primer acto de amor de Dios hacia cada una de sus creaturas. Como si a cada una le dijera: “estoy contento que existas así, eres una belleza”.

Sin embargo, al evaluar la creación del género humano, la apreciación es aún más fuerte. En las traducciones no se llega a percibir la fuerza de la expresión, que en el original hebreo tiene un alcance realmente desbordante: luego de la habitual fase contemplativa Dios miró todo lo que había hecho (Gn 1, 31a), sigue la expresión de énfasis, que le da al “muy bueno” un indiscutible tono exclamativo. Debería escribirse entre signos de admiración porque expresa un sentimiento vivo: es como si hoy dijéramos un enérgico ¡magnífico! Por sí sola, esta interjección expresa el gozo de quien, maravillado y feliz, exclama por lo que acaba de salir de sus manos. Tal es la belleza y dignidad de la persona humana, que Dios la manifiesta en la primera exclamación gozosa de toda la Sagrada Escritura: es mucho más que “muy buena”, la persona humana es “buenísima”, es “estupenda”, es “increíble”.

El desafío que se nos propone, pues, es aprender a mirarnos con los mismos ojos de Dios. No deja espacio para el desprecio a sí mismo. A pesar de los propios límites, faltas y pecados, estamos llamados a apreciarnos y a exclamar con énfasis, como lo hizo y sigue haciendo Dios con cada ser humano: te alabo porque fui formado de manera tan admirable. ¡Qué maravillosas son tus obras! (Sal 139,14).

1.2. Nos creó varón y mujer

El primer vínculo que nos muestra la Biblia es entre varón y mujer, una relación fundante, base de la familia y de todo tejido social. Leemos en Gn 2,18.21-26: El Señor Dios dijo: «No conviene que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada». Entonces el Señor Dios hizo caer sobre el hombre un profundo sueño, y cuando éste se durmió, tomó una de sus costillas y cerró con carne el lugar vacío. Luego, con la costilla que había sacado del hombre, el Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre. El hombre exclamó: «¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Se llamará Mujer, porque ha sido sacada del hombre». Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne. Los dos, el hombre y la mujer, estaban desnudos, pero no sentían vergüenza.

El ser humano, imagen de Dios, ha sido creado “dos en una carne”. No es bueno ni conveniente que el ser humano esté solo. Esta unidad de dos, ambos la sienten como una armonía. El relato nos presenta la contextura íntima de la unidad elemental y primaria varón-mujer 7.

Al ser humano (adam), Dios lo creó a su “imagen y semejanza”, varón y mujer los creó. El paso del singular al plural indica que juntos son el “icono de Dios” sobre la tierra, y lo pueden ser solo juntos, es decir en la medida en que entren en relación armoniosa entre ellos. Por lo que la diferencia sexual no comporta separación ni contraposición, ni tampoco superioridad del uno sobre el otro, sino más bien distinción en la comunión recíproca.

Existe hoy una clara necesidad de volver a afirmar y clarificarnos respecto de esa diferencia y reciprocidad entre varón-mujer, inspirada en el mismo ser de Dios. En tal sentido, nos descubrimos avanzando como Iglesia en su comprensión y anuncio 8.

El texto citado anteriormente, al expresarse así, parece querer no solo revelar algo constitutivo del género humano, sino algo del mismo Dios. Es decir, Dios se refleja a la vez en lo masculino y en lo femenino, en la identidad-diversidad, en la fecundidad, en la socialización, en la comunión. Si estas características están en la imagen, tenemos también que creer que están en Dios. No hay razón para evitar, junto a tantos rasgos masculinos y paternales conocidos, atribuirle también a Dios rasgos típicamente femeninos y maternales: parturienta, relación madre-hijo, ternura materna, entre otros 9.

Esta unidad de coexistencia se beneficia con la bendición divina, y está destinada tanto a la fecundidad como al señorío de la creación (cf. Gn 1,28-30). Sin embargo, el pecado alcanzó esta unidad de dos: desequilibró la mutua relación de varón-mujer (cf. Gn 3,16b, Gn 4,19.23). El vínculo entre ambos se convirtió en “complicidad de dos” mediante el sutil engaño de creer que, viviendo a espaldas de su Creador, serían más poderosos y felices. Esa ilusión de liberarse de Dios es la tentación que acompaña al ser humano a lo largo de toda su historia; ilusión que se manifiesta ordinariamente en negar la realidad y construirse a sí mismo y a partir de sus propias fantasías. Consecuencia de ello fue siempre el individualismo y el aislamiento 10.

Esa negación de la realidad se puede verificar en la ideología genéricamente llamada gender, que niega la diferencia y la reciprocidad natural entre la mujer y el varón, y se constituye como una seria amenaza al vínculo primario y esencial del binomio humano. De este modo, la vida humana, así como la paternidad y la maternidad, se convierten en realidades componibles y descomponibles, sujetas principalmente a los deseos de los individuos o de las parejas 11.

También hoy nos enfrentamos a las mismas tentaciones de siempre que nos ilusionan, creyendo que, si nos liberamos de la tutela de Dios, seremos más felices y libres de gozar la vida hasta la saciedad. Una cosa es comprender la fragilidad humana o la complejidad de la vida, y otra cosa es aceptar ideologías que pretenden partir en dos los aspectos inseparables de la realidad. No caigamos en el pecado de pretender sustituir al Creador. Somos creaturas, no somos omnipotentes. Lo creado nos precede y debe ser recibido como don. Al mismo tiempo, somos llamados a custodiar nuestra humanidad, y eso significa ante todo aceptarla y respetarla como ha sido creada 12.

El amor y la Alianza de Dios con su pueblo son presentados en la Sagrada Escritura con la imagen y el símbolo de la relación matrimonial. Los profetas en su predicación manifiestan ese vínculo de fidelidad e incondicionalidad entre Dios y el pueblo (cf. Is 54,5-10; Jr 2,2). El judaísmo tardío resalta el valor de la vida en común y de la fidelidad conyugal con la compañera de la juventud 13. También destaca la felicidad de tener una buena esposa (cf. Eclo 26,1-4).

En el Nuevo Testamento, frente al debate sobre el matrimonio y el divorcio, Jesús restaura el orden creacional: Moisés les permitió divorciarse de su mujer, debido a la dureza del corazón de ustedes, pero al principio no era así (Mt 19,8). Jesús recuerda el ideal de la creación, Él siempre invita a la plenitud. Plenitud del amor, que vemos expresado en el simbolismo de las bodas de Caná (cf. Jn 2, 1-11): de las tinajas que servían para la purificación (ritualismo), Jesús propone el vino nuevo (amor, alegría) que ofrece en abundancia.

1.3. Es el garante de la vida humana

El Antiguo Testamento nos recuerda con claridad: No pondrás en peligro la vida de tu prójimo. Yo soy el Señor (Lv 19,16). Es Dios mismo quien nos da el mandamiento: No matarás (Ex 20,13; Dt 5,16).

Desde el principio, Dios defendió y custodió la vida humana: Yo pediré cuenta de la sangre de cada uno de ustedes: pediré cuenta al hombre de la vida de su prójimo (Gn 9,5). Cuando el Adversario se presentó ante Dios, en los primeros capítulos del libro de Job, Dios permitió que lo “toque”, pero le puso un límite: Respétale la vida (Job 2,6). El tan conocido relato de las primeras páginas del Génesis sobre “Caín y Abel” (cf. Gn 4,1-16) nos enseña que ¡Dios se hace garante! y que la persona humana es un bien inalienable.

Luego de que Caín mata a su hermano, Dios dialoga y exige cuentas al asesino. Caín se excusa y en su respuesta pronuncia su propia acusación. La mentira que dice: “no sé”, no es lo más grave. Más grave es la renuncia formal a ser “custodio” de la vida de su hermano. Por ser su hermano, lo había de proteger y por ser el mayor, estaba aún más obligado.

Dios alega la prueba de la sangre que “clama al cielo”, es decir, la sangre derramada reclama a Dios que se haga justicia (recordemos que, para los israelitas, la vida de la carne está en la sangre (Lv 17,11.14); o la sangre es la vida (Dt 12,23). Por eso quienes atentaban contra ella procuraban “echar tierra” para tapar la prueba del delito. Pero el Señor de la vida no puede desentenderse de delitos contra la vida.

Dios pronuncia sentencia contra Caín, pero, no obstante, la mitiga. No quiere acabar con los dos hermanos y nos regala una gran enseñanza: no se remedia una muerte añadiendo otras muertes. Dios se reserva el derecho a la vida de Caín y lo protege con una señal, para que nadie atente contra él.

Dios no sólo protege, defiende y promueve la vida del prójimo: tampoco quiere que pongamos en peligro la propia vida, ni quiere la muerte de nadie. En la Biblia algunos personajes le pidieron a Dios que acabara con sus vidas (Job, Jeremías, Tobit y otros) y, sin embargo, Dios nunca concedió tal pedido.

Si contemplamos el ejemplo de la Sagrada Familia, vemos que, por pedido del ángel de Dios, José, para proteger y defender la vida de su esposa y la del niño Jesús, obedece y se exilia en Egipto. Así lo expresa el evangelio de Mateo: Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo (Mt 2,13-16). Pasado el peligro vuelve a pedirle: Levántate, toma al niño y a su madre, y regresa a la tierra de Israel, porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño (Mt 2,20). Por la valentía y disponibilidad de la Virgen María y de san José, Dios salva las tres vidas de una familia pobre que lucha por sobrevivir en medio de las adversidades.

También Jesús resaltó el valor de la vida sobre el alimento y el del cuerpo sobre el vestido, invitando a la confianza plena en Dios que cuida y provee (cf. Mt 6,25-33).

2. Jesús revela que Dios es Amor

Yo soy…Vida (Jn 11,25; 14,6). La Iglesia debe reencontrase con toda determinación con lo que es esencial para ella, lo que siempre ha sido su centro: la fe en el Dios Uno y Trino, la fe y el amor al Padre, en Jesucristo el Hijo de Dios hecho hombre y la ayuda del Espíritu Santo que durará hasta el fin. Por la revelación de Jesús, sabemos que ésta es nuestra vocación.

2.1. Jesús revela la intimidad de Dios: ¡es familia!

La Biblia no tiene una fórmula de fe en la Trinidad como lo hará posteriormente el Credo, pero sí algunas características que constituyen la esencia del misterio; que, si tuviéramos que sintetizar en una sola expresión, bien podríamos decir que, en su intimidad, nucleados por el amor, Dios es relación, Dios es familia, son tres personas en comunidad.

Aunque la plena revelación del misterio de la Trinidad es algo propio y característico del Nuevo Testamento, no podemos negar algunos antecedentes en la revelación del Antiguo Testamento. De diversas formas, están presentes la paternidad de Dios, la sabiduría como un ser distinto y netamente personal, la trascendencia del Mesías, la esperanza de la venida del mismo Esposo a socorrer la esposa infiel, la acción santificadora y dadora de aliento vital del Espíritu. Rasgos no organizados y claros todavía como en el Nuevo Testamento, pero igualmente válidos.

Dios es familia y ello significa que es comunión, reciprocidad, alteridad, vínculo de personas que se aman mutuamente y que se interrelacionan.

Por amor, esencia de esta familia trinitaria perfecta, Dios decide enviar al Hijo para hacer partícipe a la humanidad de la plenitud de vida que ellos tres poseen: Dios es amor. Así Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos Vida por medio de él (1Jn 4,8-9). Vida que nos da el Hijo cuando nos promete el Espíritu Santo, que es el Amor en persona. Así los cristianos, gracias a la obra del Hijo y del Espíritu (cf. Tit 3,4-6), podemos llegar a ser templos del Dios Trino, a quien estamos llamados a glorificar, incluso con nuestros cuerpos (cf. 1Cor 6,19-20).

2.2. Dios comunica una vida nueva y plena

Jesús hoy −como hace más de 2000 años− sigue sanando, restaurando, iluminando, salvando, resucitando, como fruto de su obra redentora. Él es la Vida (Jn 11,25), Él es el autor de la vida (Hch 3,15), en Él está la vida (cf. Jn 1,4), pero además quiere dar misericordiosamente, comunicar la vida sana, la vida plena, la vida nueva (cf. 1Cor 15,45).

Dando cumplimiento a la profecía de Isaías (cf. Is 61,1-2), Jesús presenta su plan en la Sinagoga de Nazaret: El Espíritu del Señor está sobre mí. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír (Lc 4,16-21).

Las narraciones de curaciones en los evangelios no tienen un propósito de espectáculo ni de anécdota, sino que tienen una referencia central que pertenece al núcleo del Nuevo Testamento: anuncian que la potencia de la vida, presente en Jesucristo, libera de todo lo que reduzca o haga indigno al ser humano (dolencia física, moral, peligro de muerte, o la misma muerte). La vida representa el bien supremo, por eso define plenamente la misión de Jesús en todo su alcance: Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia (Jn 10,10).

Se nos ofrecen muchos textos en este sentido. Jesús quiere la vida plena: por eso alimenta, sana, salva, libera y hasta resucita los muertos 14.

En definitiva, asumiendo las palabras de San Juan al final de su evangelio, podemos concluir diciendo: Estos (signos) han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre (Jn 20,31).

2.3. Nos ama hasta el extremo de darnos su Vida

Jesús no solamente hizo gestos y dijo palabras que dieron vida, sino que −por amor extremo− entregó (nadie se la quitó) su propia vida “por nosotros” para que tengamos vida plena y seamos salvos (cf. Jn 10,10- 18).Jesús Pastor Bueno da su vida por las ovejas, es el Amigo del amor más pleno: No hay amor más grande que dar la vida por los amigos (Jn 15,13).

También en nuestra vida cotidiana nos conmovemos profundamente cuando alguien arriesga su propia vida para salvar a otra persona. Admiramos ese gesto, lo calificamos como heroico y, en el fondo, sentimos que estamos en presencia de un acto inconmensurable y, al mismo tiempo, esencialmente distintivo de la condición humana.

Desde esa perspectiva, el Amor de Dios que se nos ha revelado en su Hijo Jesucristo, es un potente faro de luz para ver cuál es la dinámica auténtica del amor cristiano: “dar la vida”. El discípulo de Jesucristo, asume como propio y distintivo ese componente martirial, por la que está dispuesto a dar la vida. Aquí está el punto capital de inflexión que cualifica todas las relaciones del ser humano y determina la calidad de esas relaciones. Si atenuáramos o prescindiéramos de este componente martirial cristiano, la persona humana se convertiría en un valor relativo a los demás seres vivos, las relaciones con sus semejantes se debilitarían y convertirían en relaciones pactadas por consenso y sólo por el tiempo que duraran los intereses de ese pacto.

La gente sencilla de nuestras comunidades católicas posee una profunda comprensión de la dimensión martirial de la vida. Lo manifiesta mediante gestos de entrega y de amor, que no conoce límites, en los quehaceres ordinarios. En el ámbito religioso lo expresa con una gran riqueza de signos, a través de los cuales manifiesta que la vida tiene sentido si se consume en el servicio a los demás. Incluso fuera del ámbito de nuestras comunidades de fe, encontramos personas cuya vida es un gesto continuo de heroísmo, lo cual prueba que el martirio cristiano responde a la estructura relacional del ser humano, es una nota antropológica esencial para comprender el fenómeno humano.

La tarea que estamos llamados a realizar en la vida junto con los otros, en cualesquiera de los niveles: de pareja, familiar, social o político, requiere poner en práctica una ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión 15. Los cristianos miramos a Jesús y en esa contemplación comprendemos la profunda humanidad y trascendencia del amor que se revela en sus gestos y palabras.

3. Aprender a vivir y amar

Todo lo que venimos reflexionando nos conduce a obrar según nuestra fe en el Dios de la Vida, a actuar en consecuencia frente a los desafíos que se nos presentan hoy en la Iglesia, en la sociedad, en nuestro país. Con la certeza de que el Señor nos quiere varones y mujeres nuevos, creados a imagen de Dios y, por ende, llamados a llevar una vida nueva 16 decimos con el salmista: Enséñame el camino de la vida (Sal 16,11).

3.1. Optar por la cultura de la vida

El primer fruto de un sano discernimiento es optar por la cultura de la vida, que la Sagrada Escritura nos propone y que el magisterio de la Iglesia ha explicitado de tantas maneras.

Hoy pongo delante de ti la vida y la felicidad, la muerte y la desdicha. Elige la vida, y vivirás, tú y tus descendientes (Dt 30,15.19b). El Señor, respetuoso de nuestra libertad, nos hace la propuesta y nos deja elegir. Si elegimos la vida, nos manifestamos siempre a favor de ella y comprometemos todos nuestros esfuerzos en cuidarla y promoverla como el mayor bien que recibimos. Por eso, cualquier trata, maltrato o abuso (violencia física o verbal, moral, psicológica o sexual), que dejan marcas indelebles y que se vuelven particularmente graves cuando afectan a los menores y a los adultos vulnerables 17; o el hambre, la falta de acceso a condiciones dignas de vida, de trabajo, de salud, de educación, son señales muy preocupantes de una mala elección que conduce a la muerte y a la desdicha, el descarte y el desprecio.

Nuestro clamor por la vida no sólo nos llama a resistir todos estos crímenes, sino a comprometernos “para que nuestros pueblos en Él tengan vida”, en Jesucristo que es plenitud de Vida, como nos pedía la V Conferencia General del CELAM 18 en Aparecida. Buscamos que esa vida sea vida digna, porque es amada por Dios y es capaz de amar a Dios. La dignidad de la vida de cada persona tiene un valor inmenso por haber sido creada a imagen y semejanza de Dios.

Recordemos lo que el papa Francisco nos dice en Gaudete et exsultate: La defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada, y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud, y en toda forma de descarte 19.

La misma defensa de la vida nos lleva a cuidar de los niños no nacidos, pero también la vida de los pobres, de los indefensos, de los vulnerables: toda vida es sagrada, vale toda vida.

Los padres cristianos tienen una particular responsabilidad en esta hora. Dios les ha confiado a ellos, la maravilla del don de la vida del hijo, para que cooperen con el Creador y así vayan configurando en él la vida en Cristo 20. Como lo propuso también el papa Francisco en Amoris laetitia, la educación de los hijos no puede descuidar la formación ética, el reconocimiento de los límites y los estímulos, un paciente realismo, la transmisión de la vida y la educación sexual, en un clima donde la vida familiar sea auténtico ámbito educativo 21.

Las escuelas católicas tienen también un gran desafío por delante. Se trata de proponer la verdad y belleza de la vida y el amor humano en este contexto nuevo y difícil, pero apasionante. Hoy los jóvenes tienen anhelos de vida plena y no podemos contentarnos con dar respuestas que no expresen esa verdad. Entre madres, padres, docentes y directivos debe surgir un renovado pacto para poder estar a la altura de este desafío. En este punto es necesario educar en sintonía. Familia y escuela han de trabajar juntas.

Las parroquias, movimientos y otras comunidades eclesiales también deben renovar su compromiso en este campo. Especialmente importante es la pastoral del matrimonio, de modo que sea un camino sólido de preparación para una entrega generosa de sí, que supere la tentación del individualismo y edifique vínculos duraderos en el amor. 22

La gran tentación es que la sexualidad sea instrumento para usar a los demás y por eso la educación requiere aprender de Cristo la “capacidad de entregarse plenamente a una persona, de manera exclusiva y generosa” 23. La formación para la madurez afectiva y para la responsable expresión de los sentimientos, es condición fundamental para las opciones vocacionales de los jóvenes.

En los últimos tiempos, hemos constatado un renovado compromiso de oración por la defensa de la vida. Es un aporte específico e insustituible de la comunidad cristiana a la vida social, que quiere poner ante Dios Padre los muchos problemas que enfrentamos como sociedad, confiando en su Providencia.

El compromiso por cuidar y respetar la vida no se puede limitar a las tareas pastorales intraeclesiales. Así, se requiere que los laicos asuman su compromiso en la edificación de las realidades temporales, con la confianza en la gracia y el aporte de las propias competencias en el campo de la legítima autonomía de los saberes. La coherencia entre fe y vida, la confianza en la acción del Espíritu Santo que nos identifica con Jesús y el compromiso por luchar contra toda pobreza, son condiciones necesarias para una acción creíble y eficaz en este campo.

La defensa de la vida y la percepción de su valor sagrado está en estrecha relación con los vínculos humanos. El Concilio Vaticano II ha subrayado la dignidad del amor conyugal. Este amor se expresa y perfecciona singularmente por la misma actuación del matrimonio 24. En ese sentido, Juan Pablo II revela que el amor humano otorga sentido al ser humano: El hombre no puede vivir sin amor. Permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido, si no le es revelado el amor, si no se encuentra con el amor, si no participa de él vivamente 25.

En Amoris laetitia, el papa Francisco nos ha entregado una enseñanza clave sobre el matrimonio. Allí plantea el ideal del matrimonio cristiano y a su vez dialoga con la realidad en términos muy concretos 26. Recomendamos vivamente leer el texto completo de esa carta para poder percibir en ella toda su riqueza. Por brevedad presentamos sólo dos párrafos.

En el primero vemos trazado el ideal: El matrimonio es un signo precioso, porque cuando un hombre y una mujer celebran el sacramento del matrimonio, Dios, por decirlo así, se “refleja” en ellos, imprime en ellos los propios rasgos y el carácter indeleble de su amor. El matrimonio es la imagen del amor de Dios por nosotros. También Dios, en efecto, es comunión: las tres Personas del Padre, Hijo y Espíritu Santo viven desde siempre y para siempre en unidad perfecta. Y es precisamente este el misterio del matrimonio: Dios hace de los dos esposos una sola existencia 27.

En el segundo, se nos hace una advertencia realista: ser imagen de Cristo y su Iglesia (cf. Ef 6,25-33) es una realidad del mundo futuro, el punto de llegada y no el punto de partida de un camino de santidad: Sin embargo, no conviene confundir planos diferentes: no hay que arrojar sobre dos personas limitadas el tremendo peso de tener que reproducir de manera perfecta la unión que existe entre Cristo y su Iglesia, porque el matrimonio como signo implica un proceso dinámico, que avanza gradualmente con la progresiva integración de los dones de Dios 28.

La maravilla de la sexualidad humana tiene íntima conexión con nuestros vínculos. En nuestro tiempo, el anhelo de vínculos sólidos y duraderos en el amor enfrenta el desafío de la cultura de lo provisorio 29. Las dificultades de muchos jóvenes para compromisos duraderos y estables y para alcanzar la madurez afectiva, la crisis del matrimonio, el ritmo vertiginoso de vida, la organización laboral y social que dificulta los vínculos estables, el individualismo exacerbado que exalta la autonomía absoluta y la soledad de muchos adultos mayores, son realidades ante las cuales tenemos que volver a descubrir la belleza del amor humano. Es doloroso constatar que la sexualidad entendida bajo la lógica del consumo y del relativismo, deja profundas heridas en las personas. Pero el proyecto de Dios es que nuestros vínculos sean plenos en el amor.

La concepción de la sexualidad está definitiva e íntimamente vinculada con el amor. No es la capacidad intelectual o la fortaleza física o el éxito profesional o económico lo que hace a la persona más humana, sino su disposición a amar. Y ante esto todos somos iguales: llamados al amor y dotados del talento para amar. Tan central es el amor en las personas que, a través de su expresión más plena se abre a una nueva vida. El ser humano requiere ser traído al mundo como consecuencia de una expresión de amor, porque el amor marca su vida para siempre. Y todas las dimensiones del ser humano están marcadas transversalmente por esta llamada al amor.

Al crear al género humano Dios da al varón y a la mujer la capacidad de amar con autoconciencia, entrega y donación. Lo hace además capaz de postergar sus deseos, de construir más allá de sí mismo, de trascenderse en el otro, pudiendo expresar la fecundidad en la generación de otras vidas. Está llamado a no manipular, a ser respetuoso de la libertad y de la responsabilidad, y a cuidar al ser amado. Sin esa manera de amar, la persona se debilita y se enferma de una u otra manera.

La sexualidad humana expresa de manera integral esta dimensión de fecundidad y trascendencia del amor humano. La persona no se entiende si no se alcanza la dimensión misteriosa y espiritual del amor. Ella no es algo puramente biológico, sino que es biográfico: afecta al núcleo íntimo de la persona humana en cuanto tal. Es un elemento básico de la personalidad; un modo propio de ser, de manifestarse, de comunicarse con los otros, de sentir, expresar y vivir el amor humano 30.

No es difícil, entonces, imaginar la importancia que la educación de la sexualidad tiene para el desarrollo y la plenitud de las personas. Tanto los contenidos de principios, valores y los cognitivos que se transmitan, serán para los jóvenes elementos fundamentales a la hora de encarar aspectos centrales de sus vidas y sus comportamientos.

En este contexto, la integralidad de la sexualidad adquiere un sentido pleno: se trata de alcanzar el núcleo fundante de la persona humana, observar y acompañar su expresión a través de todas sus manifestaciones (físicas, psicológicas, afectivas, comunicativas, institucionales, entre otras). La sexualidad es clave para lograr la integración de todas las dimensiones de la persona.

Por eso, la visión de la sexualidad queda empobrecida si no asume un marco antropológico centrado en la persona, respetando todas sus dimensiones, partiendo de su corporeidad e intentando ayudar a descubrir en la interioridad personal, la riqueza propia de cada una de esas dimensiones para desarrollarla en todos los ámbitos de su vida.

Naturaleza y cultura no tienen por qué oponerse. En el ámbito de la sexualidad, una verdadera educación afectiva y en el amor, debe intentar que la persona logre una personalidad cada vez más unificada, y no fragmentada en aspectos diferentes y contrapuestos.

El encuadramiento de la sexualidad en el campo del matrimonio y la familia, junto con la promoción del valor y el respeto por la vida humana, en cualquier circunstancia en que ésta se geste y desarrolle, constituyen otros dos pilares fundamentales de la educación sexual.

No desconocemos la complejidad misma de la persona, ni las vicisitudes de la cultura en la que estamos inmersos. Todo esto implica un desafío de integración aún más apasionante. Tampoco se nos ocultan las dificultades personales a las que se enfrenta cualquier docente de educación sexual: estamos ante la transmisión de un conocimiento que afecta profundamente las realidades, tanto del profesor como del alumno y su entorno. El respeto es para nosotros una norma fundamental en esta materia: respeto a las propias realidades, principios, valores, opciones, entornos y convicciones.

Desafíos como el consumo de pornografía, los abusos y las violencias contra la mujer, deben ser asumidos con mucha claridad y verdad en los programas de educación afectivo-sexual. El abuso sexual infantil es una de las situaciones más dolorosas, un gravísimo delito que exige una respuesta integral. Todos tenemos que contribuir a una cultura del respeto y el cuidado, donde sea preservado el gran tesoro de la integridad de los niños, niñas y adolescentes. Entre las muchas iniciativas en marcha, debemos destacar las imprescindibles acciones en el plano judicial para la prevención y sanción de estos crímenes.

El primer paso decisivo para la prevención de este flagelo es la educación sexual para que los niños, niñas y adolescentes puedan tener herramientas y pautas de cuidado ante estos ataques y no haya lugar para futuros abusadores. El segundo paso indispensable, es la capacitación de padres, docentes y otros actores sociales para detectar a tiempo, prevenir y poner fin a estas gravísimas violaciones a la dignidad de los niños, niñas y adolescentes.

En lo que se refiere a la educación, por otra parte, no debemos olvidar que son los padres los primeros educadores de sus hijos y a la escuela y al Estado les corresponde un papel subsidiario en esa tarea.

3.2. Llevar la luz del Evangelio a madres, padres e hijos

En el cuarto mandamiento, la felicidad y la vida larga están estrechamente unidas a la familia: Honra a tu padre y a tu madre, como el Señor, tu Dios, te lo ha mandado, para que tengas una larga vida y seas feliz en la tierra que el Señor, tu Dios, te da (Dt 5,16). El Nuevo Testamento también nos habla de la relación de padres e hijos (cf. Ef 6,1-4). Pablo incluso habla de actitudes evangelizadoras, inspirándose en la dinámica intrafamiliar: condescendencia, cuidado solícito, gran afecto, exhortación, dar ánimo (cf. 1Tes 2,7-12).

¿Cuál es la familia en la que todos queremos vivir? Una familia que nos ame, que nos acepte tal cual somos y que nos ayude a crecer. Es verdad que nuestras familias están heridas y muy dañadas. Una Iglesia que sea hospital de campaña, como nos dijo el papa Francisco, una Iglesia Familia de Dios, como nos enseña el Documento de Puebla 31, es esa familia grande que necesitamos no sólo para curar heridas, sino para formarnos y crecer.

Nuestras familias están heridas, sin embargo, no hay ninguna familia que esté tan herida, que no albergue en sí, semillas de familia cristiana 32. Así como san Justino nos hablaba de las semillas del Verbo presentes en el mundo 33, al tiempo que proponemos el ideal del matrimonio cristiano, reconocemos las semillas de familia cristiana presentes en distintas situaciones familiares de nuestro tiempo 34.

En cualquier lugar en el que una madre o un padre están criando un niño, aún en medio de las dificultades, cuando los hermanos se acompañan en la vida, cuando los hijos cuidan a los mayores ancianos, cuando cualquiera se sacrifica por otro sintiéndolo hermano, allí está la familia cristiana en germen.

Donde hay caridad y amor, allí está Dios, reza el antiguo himno del Jueves Santo. El amor sana, salva, nos rescata sobre todo de nuestro egoísmo y del drama de estar encerrados en nosotros mismos. El amor es el rasgo más bello de una familia. Hay gérmenes de salvación en todas las familias, aun en las más disfuncionales.

Las madres miran a los hijos, en general desde sus potencialidades, más que desde sus límites, muchas veces son las que ven sus capacidades y por ello las que más esperanza pueden depositar en esas personas que están creciendo.

Como Iglesia, Familia de Dios, tenemos que acompañar las semillas de familia cristiana que hay en muchas realidades familiares y tenemos que acompañarlas con esperanza. Ciertamente, no detenernos allí: las semillas hay que sembrarlas, cuidarlas y ayudarlas a crecer, para que sean lo que están destinadas a ser, para que florezcan y den fruto.

Una Iglesia en salida misionera 35, se parece a esa madre que se sabe pobre, pero con inmensa confianza en las capacidades que tienen sus hijos y permanece con ellos incondicionalmente, como María al pie de la Cruz.

La pastoral de irradiación 36 es una propuesta de aliento e inspiración, en la que se nos propone ser creativos en estrategias pastorales para acompañar a las familias, especialmente en las heridas por el desamor, las consecuencias de la droga, la violencia o el destierro. Y se nos invita a descubrir, en medio de ellas, la belleza que reside en todo vínculo amoroso, allí donde Jesús habita y desde el que nos llama a salir al encuentro de los demás.

No se trata de tener una mirada ingenua, sino esperanzada. Como nos dijo el papa Francisco en el encuentro con las familias en Cuba: Las familias no son un problema, son principalmente una oportunidad. Una oportunidad que tenemos que cuidar, proteger, acompañar. Es una manera de decir que son una bendición. Cuando empiezas a vivir la familia como un problema, te estancas, no caminas, porque estás muy centrado en ti mismo 37.

Salgamos de nosotros mismos y miremos a las familias, el Señor nos mostrará en sus valores y en sus heridas los caminos a seguir.

3.3. Testigos de la belleza de la vida y del amor humano

La defensa de la vida humana que realizamos como Iglesia es una apelación, ante todo, a valores inscriptos en la conciencia de cada persona, que reconoce que no es lícito quitar la vida de un inocente. Además, la ciencia devela y confirma, con nuevas y poderosas tecnologías el misterio de la vida dentro y fuera del vientre de la madre. Esa realidad la podemos contemplar maravillados en las ecografías y demás técnicas de imágenes, que nos permiten celebrar el don de la vida de un nuevo ser humano desde los primerísimos momentos de su concepción.

Así como la Iglesia levanta su voz por los excluidos, los desprotegidos, los pobres y marginados, y también por la defensa de la naturaleza y la casa común, con igual fervor propone la belleza de la vida y el amor humano como valores universales que edifican a cada persona y a la sociedad toda. Las dificultades y problemas que pueden presentarse no tienen que desanimarnos; deben servirnos más bien como estímulo para una respuesta mucho más creativa e integral que respete el derecho a la vida de todo ser humano.

La familia es el testigo privilegiado de la belleza de la vida y el amor humano. En ese ámbito, la promoción de la vida y la familia ocupan un lugar central en la convivencia social. En efecto, la apertura a la vida y la consolidación de vínculos estables y duraderos generan condiciones para un auténtico desarrollo 38. De allí que la búsqueda de leyes y políticas justas en este campo sea una cuestión que trasciende a la ética individual y se configura como una exigencia para el bien común y el cuidado de la dignidad personal.

Ese nexo de la promoción de la vida con el bien común también se proyecta sobre la cuestión ecológica, pues como dice el papa Francisco en Laudato si’: “no parece factible un camino educativo para acoger a los seres débiles que nos rodean, que a veces son molestos o inoportunos, si no se protege a un embrión humano, aunque su llegada sea causa de molestias y dificultades” 39.

También en el plano legislativo la defensa de la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural es una exigencia de justicia. Pero también, como expresión del compromiso con el don de la vida, en muchos lugares de nuestro país han surgido iniciativas en el campo de la vida pública para favorecer acciones y políticas educativas, sanitarias, laborales, previsionales y culturales de promoción de los derechos de la maternidad vulnerable, procurando ayudar a prevenir las muertes maternas y cuidar la vida de la madre y el niño. Alentamos a seguir ese camino positivo de amor y compromiso justo por los que más lo necesitan, y valoramos especialmente los esfuerzos por acompañar y sanar a las mujeres que han recurrido al aborto.

En el campo de la legislación educativa, hace falta respetar la libertad, ante todo de los padres y también de las comunidades e instituciones específicas propias de sociedades pluralistas. Esa libertad generará un ambiente de diálogo y enriquecimiento mutuo, y evitará ideas intransigentes y conductas rígidas que sólo empobrecen a los jóvenes y los privan de poder descubrir toda la belleza de la vida y del amor humano.

Son muchos los laicos que dan testimonio en su vida de la belleza de la vida y el amor humano. ¡Cómo no dar gracias a Dios por las madres y los padres que renuncian a sí mismos para gestar y criar a sus hijos en medio de muchas adversidades! ¡Qué alegría ver a tantos jóvenes ir contra corriente y levantar la bandera de que Vale Toda Vida! Valoramos y acompañamos a los profesionales de la salud que se entregan para salvar vidas y se mantienen fieles a su conciencia aun en las presiones por buscar soluciones contrarias a los fines de la medicina. Son muchos también los docentes que en la laboriosidad humilde del aula se esfuerzan por transmitir el valor de la vida como don y educan en una sexualidad nacida del amor entendido como donación de sí. Alentamos a quienes educan en el amor a la vida, el respeto por el otro y en los valores del pudor, la pureza, la gratuidad 40. Reconocemos y agradecemos a los funcionarios judiciales y abogados que trabajan por garantizar los derechos de las madres y sus hijos por nacer o ya nacidos, en medio de situaciones de privación, violencias o pobreza. Damos gracias por los comunicadores que transmiten la belleza de la vida y el amor, aun en medio de las presiones de quienes quieren una colonización ideológica de nuestros pueblos 41.

Como comunidad eclesial que peregrina en Argentina, asumimos con alegría y esperanza la misión de develar la belleza de la vida y del amor humano, protegiendo y colaborando en el desarrollo de la vida de cada persona, y aportando a la sociedad la visión cristiana del amor y la familia. Los cristianos hemos recibido el regalo de la fe, que anima nuestro corazón y lo orienta hacia Dios, plenitud y belleza de todo lo creado. Ese don, maravillosa e inmerecidamente recibido, es lo que tenemos para ofrecer a los demás, y a la sociedad. Creemos que vivir y construir la convivencia social con la certeza de que Dios existe, otorga bases sólidas a la vida social, reconociendo al prójimo como hermano y evitando el riesgo de un individualismo que conduce a la indiferencia y a falta de solidaridad 42.

Jesús nos reveló que la fuente de la vida y del amor humano está en Dios, y es también Él quien nos enseña a vivir y amar. Le pedimos a María, a quien el Señor de la Vida eligió como Madre suya y la entregó como Madre nuestra, que nos acompañe e interceda para que, junto a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, contemplemos, cuidemos y promovamos siempre la belleza de la vida y el amor humano.

Buenos Aires, 28 de agosto de 2019
Comisión Episcopal para la Vida, los Laicos y la Familia
Conferencia Episcopal Argentina

Notas:
1 Gaudium et spes, n. 1.
2 Cf. PAPA FRANCISCO, Evangelii gaudium, n. 67.
3 Consignamos a continuación solamente los documentos más recientes del Episcopado Argentino vinculados a la vida y al amor humano: En favor de la Vida, 11 de agosto de 1994 ; La buena noticia de la Vida Humana y de la Sexualidad, 11 de agosto de 2000 ; Familia, Comunión de Amor, tarea de todos, 15 de noviembre de 2003 ; Apostemos por la vida, 15 de marzo de 2005 ; No existe un derecho a causar la muerte de los propios hijos, 5 de junio de 2007 ; La heterosexualidad como requisito para el matrimonio no es discriminación, noviembre de 2009 ; Sobre el bien inalterable del matrimonio y la familia, 20 de abril de 2010 ; No una vida, sino dos, 18 de agosto de 2011 ; El embrión es uno de nosotros, 14 de junio de 2013 ; Día del Niño por nacer, 25 de marzo de 2017 ; Respetuosos de la Vida, 23 de febrero de 2018 ; Proponemos una mirada amplia : Vale toda Vida, 19 de abril de 2018 ; Vale Toda Vida, 14 de junio de 2018 ; Renovemos la esperanza : Vale Toda Vida, 25 de julio de 2018 ; Sí a la educación sexual, 3 de octubre de 2018 ; Distingamos sexo, género e ideología, 26 de octubre de 2018.
4 Cf. Varón y mujer los creó, Introducción; Congregación para la Educación Católica, Vaticano, 2 de febrero de 2019.
5 PAPA PABLO VI, Evangelii nuntiandi, n. 75.
6 Cf. SAN IRENEO, Adversus haereses, 4,20,7: La gloria de Dios es el hombre viviente; la vida del hombre es la visión de Dios.
7 Cf. CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Varón y mujer los creó”, n.31 (2019).  
8 Cf. CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Varón y mujer los creó. (2019); Cf. CEA, Distingamos sexo, género e ideología (2018).
9 Cf. Is 42,14: parturienta; Is 49,14-15 y 66,12-13: relación madre-hijo; Os 2 y 11; Jer 31,20; Is 63,14-15: ternura materna.
10 Cf. PAPA FRANCISCO, Evangelii gaudium, n. 2.
11 Cf. PAPA FRANCISCO, Amoris laetitia, n. 56; cf. CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Varón y mujer los creó. Para una vía de diálogo sobre la cuestión de gender en la educación, n.34 (2019).
12 PAPA FRANCISCO, Amoris laetitia, n. 56.
13 Cf. Prov 5,15-22; 10,10-31; Mal 2,14-16; Tob 8,5-8.
14 Cf. Jesús alimenta (Mt 14,13-21), sana (Lc 4,40), salva (Mt 14,22-33), libera (Mc 5,1-20), resucita los muertos (Jn 11,1-44).
15 Cf. Documento de Aparecida, n. 360.
16 Acerca de las características de la novedad cristiana: cf. Gal 5,16-26; Col 3,5-17; Ef 4,23-24; Rom 6,4.
17 Cf. Cumbre sobre la protección de menores y adultos vulnerables, Roma, febrero de 2019.
18 Cf. La V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, según el magisterio constante de la Iglesia, ha enseñado que el ser humano es siempre sagrado, desde su concepción, en todas las etapas de su existencia, hasta su muerte natural y después de la muerte, y que su vida debe ser cuidada desde la concepción, en todas sus etapas, y hasta la muerte natural. Aparecida, 29 de junio de 2007, n. 388 y 464.
19 PAPA FRANCISCO, Gaudete et exsultate, n. 101.
20 Gaudium et spes, n. 50.
21 Cf. PAPA FRANCISCO, Amoris laetitia, n. 263-267.
22 PAPA FRANCISCO, Amoris laetitia, n. 35.
23 Cf. PAPA FRANCISCO, Christus vivit, n. 265.
24 Gaudium et spes, n. 48 y 49.
25 JUAN PABLO II, Redemptor hominis, n. 10.
26 PAPA FRANCISCO, Amoris laetitia, n. 90-164.
27 PAPA FRANCISCO, Amoris laetitia, n. 121.
28 PAPA FRANCISCO, Amoris laetitia n. 122.
29 PAPA FRANCISCO, cf. Amoris laetitia, n. 39; Christus vivit, n. 264.
30 CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Orientaciones educativas sobre el amor humano, n. 4.
31 Documento de Puebla, n. 240-242.
32 PAPA FRANCISCO, Amoris laetitia, n. 53.
33 SAN JUSTINO, Apología I, n. 44-46.
34 PAPA FRANCISCO, Amoris laetitia, n. 292.
35 PAPA FRANCISCO, Evangelii gaudium, n. 20.
36 PAPA FRANCISCO, Evangelii gaudium, n. 86.
37 PAPA FRANCISCO, Discurso a las familias, Cuba, 22 de septiembre de 2015.
38 BENEDICTO XVI, Caritas in veritate, n. 44; PAPA FRANCISCO, Amoris laetitia, n. 52.
39 PAPA FRANCISCO, Laudato si´, n. 120.
40 PAPA FRANCISCO, Christus vivit, n. 265.
41  Cf. Mensaje de la Comisión Episcopal para la Vida, los Laicos y la Familia (CEVILAF), 8 de agosto de 2019.
42 PAPA FRANCISCO, Amoris laetitia, n. 33


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Vistas de página en total

contador

Free counters!