jueves, 25 de julio de 2019

La Sangre Preciosa de Cristo (19) La mística de la Sangre - Cardenal Piazza


III
LA HORA DE LA SANGRE

LA MÍSTICA DE LA SANGRE


¿Qué será lo mejor que nosotros podríamos oponer a las aberraciones, a las infamias, a los sacrilegios que tanto deshonran y entristecen en nuestros tiempos? No parece que haya más que una respuesta: debemos oponer  un conocimiento más profundo, más culto, más íntimo y un amor más encendido a la Sangre que nos ha redimido.

Debemos profundizar más en el conocimiento de este misterio. En él encontraremos abundantísima luz para afirmar nuestra fe e iluminar nuestro camino espiritual. Esto es lo que yo intenté demostrar al escoger este tema para vuestras meditaciones; aunque bien me doy cuenta que en tan corto volumen de páginas apenas lo dejamos delineado. Y, sin embargo, si no me engaño, ¡qué horizontes tan amplios y luminosos se abrieron ante nuestra inteligencia! ¡Cuántas veces nuestro corazón se sintió inundado de gozo y cuántas también de dolor! ¿No meditaron delante del crucifijo todos los santos? ¿Y se puede meditar en él sin descubrir aquel goteo rojo que cae del divino Paciente y que continúa cayendo desde el Cuerpo Místico de la Iglesia, siempre chorreando la preciosa sangre sobre nuestras almas?


Existe una mística de la Sangre, que –como verificamos- se apoya sobre fundamentos muy sólidos de la doctrina inspirada de los Apóstoles, particularmente de San Pablo, y que cada vez fue adquiriendo más amplio y profundo desarrollo. Entre los grandes maestros de esta doctrina, a través de la tradición cristiana, cabe señalar en particular, entre las más geniales y felices interpretaciones de los Padres de la Iglesia, a San Juan Crisóstomo y a San Agustín. Entre los amplios y firmes comentarios de los doctores, destacan San Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino y San Buenaventura. De los escritos de los santos que vivieron profundamente este misterio, me agrada recordar, con los de San Lorenzo Justiniano, a los de las dos místicas toscanas, Santa Catalina de Sena, que dijo cosas admirables, y de Santa María magdalena de Pacis, a las que, más cerca ya de nosotros, habría que sumar el Beato Gaspar del Búfalo, fundador de una congregación de misioneros con el nombre y la bandera de la Preciosísima Sangre. Finalmente, muchos escritores ascéticos, antiguos y modernos, que trataron directamente o de paso este dulcísimo tema, que guarda tan íntima conexión con todos los demás misterios de Cristo y de la Redención.

Acompañando a la mística teórica está la mística práctica, vivida por alas excepcionales, cuya penetración del valor y significado de la Divina Sangre, hizo que ellas se reprodujeran en diferentes formas, abundantes detalles y sentimientos de la Pasión de Cristo. Hay que pensar en san Pablo, que se siente calvado con Cristo en la Cruz y que lleva en su cuerpo, marcados en las cicatrices de su pasión, los estigmas de Jesús (gal., 6,17); en el Pobrecillo de Asís, que, en la soledad de la Alvernia, recibe prodigiosamente en su cuerpo demacrado la impresión de las cinco llagas luminosas y sangrantes del mismo Crucifijo que le aparece en la figura de serafín,; en la virgen dominica de Sena, que fue escogida por Jesús por  esposa de sangre, herida también ella por el fuego divino en forma de cinco rayos que le abrieron en su cuerpecillo frágil las cinco heridas del Crucificado; y en otras numerosas almas privilegiadas (algunas de nuestros días), en cuya humanidad se renueva la divina crucifixión con el estilicidio místico y real de la sangre. Y no solamente la crucifixión, sino también todos los demás momentos cruentos de la Pasión parece que se renuevan: la agonía del Huerto, la flagelación, la coronación de espinas e incluso la herida del corazón. ¡Oh corazón de Teresa de Jesús, dínoslo tú, que fuiste transverberado por el dardo de un serafín en un éxtasis de amor y de dolor que te duró toda la vida!

Nos atreveríamos a afirmar que no puede darse una santidad que no sea crucificada. Verdaderamente es un contrato inefable: ¡amor por amor y sangre por Sangre!

Y eso en todos los tiempos, particularmente cuando la Humanidad siente mayor necesidad de participar intensamente de la Pasión de Cristo. Tal sucede especialmente en nuestros tiempos. Hay una necesidad apremiante de expiación, aparte de que Jesús, por su cuenta, trata de hacerse nuevas víctimas de amor y de sangre.

A la cabeza de esta pequeña legión está santa teresita del Niño Jesús, la rosa que se deshoja lentamente en el místico Calvario del Carmelo. Está Santa Gema Galgani, flor de pasionaria que, sacudida por la tormenta, se reclina sobre su joven tallo rojo en sangre.

Pero ¿quién sería capaz de dar todos los nombres de esas víctimas? ¿Quién está en los secretos de Dios? Con el grito que la Santa de Sena termina su jornada en la vida: ¡Sangre! ¡Sangre!, se mezcla el grito de la pequeña víctima de nuestros tiempos: ¡Dios mío, te amo! No significan diversa cosa. Es la misma respuesta humana que, a través de los siglos, ha tenido el sitio de Divino agonizante del Gólgota.

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