sábado, 1 de junio de 2019

Por obra del Espíritu Santo - Introducción - Pbro. José María Iraburu


 Jose Maria Iraburu
Por obra del Espíritu Santo

Introducción




El Espíritu Santo es la más ignorada de las tres Personas divinas. El Hijo se nos ha manifestado hecho hombre, y hemos visto su gloria (Jn 1,14). Y viéndole a Él, vemos al Padre (14,9). Pero ¿dónde y cómo se nos manifiesta el Espíritu Santo?

Por otra parte, la misión del Hijo es glorificar -manifestar y dar a amar- al Padre: «yo te he glorificado sobre la tierra» (17,4). Y la misión del Espíritu Santo es justamente la de glorificar al Hijo -darle a conocer y a amar por el ministerio de los apóstoles y de toda la Iglesia-: «él me glorificará» (16,14). Pero ¿quién se encarga de glorificar al Espíritu Santo?

Aquella ignorancia de los primeros cristianos efesios, «ni hemos oído nada del Espíritu Santo» (Hch 19,2), viene a ser ya una precaria tradición entre los cristianos hasta el día de hoy.

Es algo evidente, sin embargo, que la vida espiritual cristiana es la vida producida por el Espíritu Santo en los fieles de Cristo. Y que no podremos, por tanto, entenderla bien sino conociendo bien quién es el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, Dominum et vivificantem, y cómo es su continua acción en los cristianos.

Las primeras investigaciones de la teología se orientaron en seguida hacia el misterio de la Trinidad, y produjeron altísimas obras tanto en el Oriente como en el Occidente. Pensemos en los escritos de Ireneo (+200), Hilario (+367), Atanasio (+373), Basilio (+379), Agustín (354-430), etc.


Y la acción del Espíritu Santo en los cristianos, tema central de la espiritualidad antigua, halla su más precisa exposición, concretamente, en Santo Tomás de Aquino, cuando enseña su doctrina sobre los hábitos (STh I-II,49-54), las virtudes (ib. 55-67), y muy especialmente sobre los dones del Espíritu Santo (ib. 68). En su enseñanza, y en la que da directamente sobre el Espíritu Santo (I, 36-38) y la gracia (I-II, 109-113), hallamos la más profunda exposición teológica de la vida espiritual cristiana.

Con Santo Tomás, es preciso destacar en la doctrina de los dones del Espíritu Santo a otros tres grandes dominicos: el portugués Juan de Santo Tomás (1589-1644), el papa italiano León XIII (1810-1903), con su encíclica sobre el Espíritu Santo Divinum illud munus, y el español Juan González Arintero (1860-1928).

Ellos muestran, con otros muchos autores, que la vida espiritual cristiana alcanza su perfección sólamente cuando llega a ser mística, es decir, cuando en ella predomina el ejercicio habitual de los dones del Espíritu Santo. Esta doctrina teológica enseña claramente que, si todos los cristianos estamos llamados a la santidad, todos -sacerdotes, religiosos o laicos- estamos llamados a la vida mística. Y que la vida mística, por tanto, entra en el desarrollo normal de la vida cristiana de la gracia.

Hoy la Iglesia reconoce la veracidad de esta enseñanza con tan gran seguridad que la incluye en su Catecismo oficial: los dones del Espíritu Santo «completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben» (n. 1831). Según eso, las virtudes cristianas solo pueden hallar su perfección cuando la persona, por los dones del Espíritu Santo, llega a participar de la vida sobrenatural al modo divino.

Sin embargo, siendo ésta la verdad, conviene repetir hoy lo que el dominico Menéndez-Reigada decía en 1948 al introducir la edición española de la obra de Juan de Santo Tomás:

Con frecuencia los teólogos «tratan muy a la ligera las cuestiones referentes a los dones, tal vez porque no se han dado exacta cuenta de la importancia máxima que tienen, lo mismo en el orden especulativo, para la verdadera ciencia teológica, que en el orden práctico, para formarse una idea exacta de lo que es o debe ser la vida cristiana» (15).

La ignorancia de los dones del Espíritu Santo, y en general de la vida sobrenatural en su forma pasiva-mística, implica un desconocimiento de la verdadera vida cristiana. Si nosotros tratáramos de explicar qué y cómo es una rosa a una persona que desconociera esta flor, y le describiéramos con todo cuidado cómo es un botón de rosa, que apunta en un tallo, o un capullo apenas abierto, no lograríamos comunicarle el conocimiento de lo que de verdad es una rosa; para eso sería preciso que le describiéramos esta flor en su estado de pleno desarrollo. Del mismo modo sucede con la vida cristiana. Quien sólo la conoce por las descripciones de su fase ascética inicial, ignora lo que la vida cristiana es en plenitud.

En este breve estudio desarrollo algunos temas que con José Rivera (+1991) ya escribí hace unos años en la Síntesis de Espiritualidad Católica (Fundación GRATIS DATE, Pamplona 19995: inhabitación 37-47, gracia, virtudes y dones 93-102).

Que estas páginas sean un homenaje a aquellos grandes maestros de la escuela dominicana que más han brillado en la doctrina de los dones del Espíritu Santo.

Dedico este librito con todo amor a la Virgen María, la llena de gracia, la Rosa mystica plenamente florecida «por obra del Espíritu Santo».


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