miércoles, 23 de mayo de 2018

Qué hace y qué dice el Corazón de Jesús en el Sagrario 41 - Me da compasión esta multitud - San Manuel González García


El CORAZÓN SIEMPRE COMPASIVO
Me da compasión esta multitud de gentes
(Mc 8,2)



Sacerdote mío, cristiano fiel, almas afligidas, ¿os habéis detenido muchas veces, alguna vez siquiera, en esas palabras mías del Evangelio? ¿Las habéis saboreado? ¿Os habéis puesto a oírmelas repetir desde mi Sagrario en donde sigo viviendo entre mis hermanos los hombres?
Cierto que, por la fe de cristianos que tenéis, creéis en mi Misericordia, como creéis en mi Justicia y en mi Poder y en mi Sabiduría lo mismo en mi vida mortal y eucarística de la tierra que en mi vida inmortal, gloriosa y sin velos del cielo.
Pero mi pregunta de ahora va más adentro.
Os digo: ¿os habéis dado cuenta de que mi Corazón, que ciertamente palpita de amor infinito por vosotros en la Hostia callada, siente compasión, mucha compasión de todas las penas espirituales como corporales que afligen a las multitudes que viven en torno de mis Sagrarios?
Otra pregunta más: cuando las lágrimas asoman a vuestros ojos (y asoman tantas veces), o cuando la desesperación turba vuestras cabezas y agota vuestros corazones, ¿os habéis acordado de que, de un modo invisible pero cierto, hay otros ojos humedecidos por vuestras propias penas y otro Corazón entristecido por vuestra misma tristeza y una vida envuelta y ungida por el mismo dolor que envuelve la vuestra? Es decir, ¿os habéis acordado de que el Corazón de Jesús de vuestro Sagrario sigue diciendo la palabra que le arrancó la compasión por las muchedumbres sin pan, y habéis creído con fe viva que la está diciendo sobre vuestro corazón sin consuelo, sobre vuestra alma sin paz, sobre vuestro cuerpo sin salud, sobre vuestra familia sin bienestar, sobre el montón a veces sin número ni medida de vuestras aflicciones y escaseces...?
¡Ay! vuestro llorar sin consuelo, vuestro sufrir sin esperar, vuestra inquietud por buscar consoladores y vuestro desengaño y despecho de no acabarlos de encontrar, ponen muy a las claras una respuesta negativa y triste a todas esas preguntas.

No, no, vuestro padecer de pagano y no de cristiano dice y prueba que en vuestras horas tristes no pasan ni por vuestra cabeza ni por vuestro corazón estas ideas: El Corazón de Jesús vivo en mi Sagrario sabe mi pena, siente mucha lástima de mí, está lleno de compasión por mí en esta hora de dolor y arde en deseos de remediarme y consolarme...
Y cuenta que el pensar y el sentir así del Corazón de Jesús no es ni ilusión de un enfermo, ni desvaríos de un loco, sino obediencia y cumplimiento de mis palabras: «Venid a Mí los que estáis cargados y Yo os aliviaré» y «Me da compasión de esta multitud de gente, porque hace ya tres días que están conmigo y no tienen qué comer...».
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Sacerdotes cargados con la pesada cruz de vuestro ministerio de penas de calle de Amargura, cristianos de pies ensangrentados por las espinas del camino y almas de muchas heridas abiertas por muchas clases de penas, venid a mi Eucaristía. En ella está no sólo el Dios de vuestras adoraciones y el Pan de vuestro espiritual alimento, sino el Corazón infinitamente considerado, inagotablemente tierno, incansablemente misericordioso que a cada quejido de vuestros labios y a cada lágrima de vuestros ojos responde, ¡estad ciertos!, con un latido de infinita compasión y con una traducción siempre milagrosamente nueva del «Me da compasión» de mi Evangelio.

Una duda
Una duda a veces asalta a tu fe y pone a prueba tu confianza en la compasión de mi Corazón.
Duda y prueba ocasionadas de ordinario por el modo y el tiempo de manifestar Yo mi compasión.
Tú, alma afligida, quisieras ser compadecida, o mejor, sentir los efectos de mi compasión al punto y al modo y gustos tuyos, y Yo, precisamente porque te conozco como te amo y te compadezco, es decir, infinitamente, tengo que darte a sentir los efectos de mi compasión en el tiempo y modo que Yo sé que te conviene.
A ti te toca creer y saber de cierto y esperar confiado que, si padeces, Yo te compadezco, y que, si te compadezco, te consolaré en el tiempo y modo que mejor remedie tu miseria y se luzca más mi Misericordia.
Lee el trozo de Evangelio en el que se describe una de las multiplicaciones de panes y peces que obré en mi vida mortal para saciar hambres de seguidores míos, y distinguirás tres tiempos y modos de manifestar Yo la compasión que sentía por una aflicción corporal de ellos.

Primer modo
Retrasando el auxilio. Tres días anda conmigo una muchedumbre de miles de personas por el campo con privaciones abundantes en el comer y molestias en el descansar y el dormir: Yo lo sé, lo compadezco y lo siento como si padeciera el hambre y las molestias y los cansancios de cada uno y de todos juntos y me callo sobre ese penar y sigo predicando mi Doctrina y prodigando alimento a las almas como si el hambre de los cuerpos no me preocupara.
Está cierto que así convino al bien de las almas de mi auditorio, que por estas privaciones se preparaba con más desinterés, avidez y merecimiento a recibir su alimento espiritual, y a la gloria de mi nombre y a la manifestación de mi Misericordia.
Por lo pronto ninguno de estos bienes se hubieran conseguido si Yo comienzo aquella mi predicación con el milagro de la multiplicación.

Segundo modo
Dando en su tiempo remedio sobreabundante. Siempre estoy presente al que sufre, es cierto; pero no siempre me oye decir: Aquí estoy.
Cuando llega, sin embargo, la hora de hacerme oír y ver, te aseguro que hasta los sordos y los ciegos me oyen y me ven.
¡Siete panes y unos pececillos convertidos en comida de miles y miles de bocas hambrientas! Diríase que el hambre con que se comía acrecentaba la alegría, la agradecida satisfacción y los propósitos de enmienda y de reforma. Podía decirse que comían los cuerpos y las almas; unos y otras se sentían bañados de oleadas de misericordias de Dios y en auras de agradecimientos inexplicables e imborrables.
¿Verdad que aquél fue en verdad el momento mío?

Tercer modo
Anticipando el remedio a la necesidad. Mi compasión no va detrás de la pena de los que amo; si así fuera, no sería compasión de un Corazón de infinito Amante.
Sí, mi compasión como mi amor van siempre delante; y así como antes de que me amaras tú, Yo te amaba, antes de que caigas estoy dándote la mano y antes de que llores estoy enjugando tus lágrimas.
¿No me recuerdas llorando sobre Jerusalén no sólo por los pecados que había cometido, sino principalmente por el gran pecado que iba a cometer dando muerte a su Señor y a su Visitador?
Ése, ése es el sentido de mis palabras «si los despido ayunos para su casa, desfallecerán en el camino» (Mc 8,3), que doy como razón a mis apóstoles para proveer abundantemente al hambre de mis seguidores.
El hambre, que iban a padecer, si los dejaba partir en ayunas, me dolía tanto y más que la que ya padecían por estar conmigo ya tres días sin provisiones.
Almas apocadas por el continuo padecer o el frecuente caer, y acobardadas ante lo por venir, ¿no os alienta, no os robustece saber que el Corazón de Jesús vivo de vuestro Sagrario cuenta ya con vuestros desfallecimientos y caídas y muy por anticipado los está compadeciendo y tratando de remediar sin coartar vuestra libertad?
Sacerdotes y cristianos con coronas de espinas, cruz de hierro y hombros de carne y pies de barro, ¡al Sagrario cada mañana y cada tarde y muchas veces!, ¡que de allí va saliendo vuestro Jesús cada hora a andar el camino por donde habéis de andar y en donde quizás, quizás habréis de caer...!


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