miércoles, 9 de mayo de 2018

Qué hace y qué dice el Corazón de Jesús en el Sagrario 36 - Y los otros nueve ¿En dónde están? - San Manuel González García


Y LOS OTROS NUEVE
¿EN DÓNDE ESTÁN?
(Lc 17,17)


Conoces esa pregunta, ¿verdad? Es la que arrancó a mi Corazón la vuelta de un solo leproso de los diez que milagrosamente curé.
Si te has detenido en saborear esas palabras, habrás conocido que no es una pregunta de curiosidad, que no tuve jamás ni pude tener, ni de ignorancia, que a mis ojos está todo patente, y que más que una pregunta es una queja. Y ¡qué de adentro me salió! Tan de adentro como la compasión que me impulsó a limpiarlos de su horrible mal.

Lo que es un milagro de Jesús
¿Tú sabes lo que son y cómo son mis milagros? ¡Los míos! ¡Los del Testamento Nuevo!
Los hombres los suelen mirar como espléndidas ostentaciones de mi poder; y eso principalmente eran mis milagros del Testamento Antiguo. Pero ahora que Dios se ha hecho hombre para hacer a los hombres Dios, un milagro mío no es sólo poder, y ya lo necesita infinito, es también amor, y si en mis atributos cupieran el más y el menos, te diría que es más amor que poder. Un milagro mío más que explosión de volcán que arrasa, quema y asola, es estallido de beso, que abrasa y no quema; más que torrente de fuerza devastadora, es gota de lágrima que borra, ablanda y limpia; más que fulgor de rayo que deslumbra y ciega, es mirada que rinde y enloquece...
Para tu lenguaje, te diré que, cuando Yo hago un milagro, no se me queda cansada la mano, aunque haya tenido que dar con ella de comer pan milagroso a miles de hambrientos, sino ¡el Corazón! ¡Ése, ése es el que hace mis milagros! Ése es el que si pudiera cansarse se quedaría cansado después de cada milagro.

La amargura del milagro no agradecido

Y ahora comprenderás mejor la amargura de aquella mi pregunta y queja de los nueve curados que no volvieron.
No volver a darme las gracias y estarse conmigo era dejarme, como me cantaba el poeta, con el pecho del amor muy lastimado.
Como se les quedará a las madres que no pueden mirar ni besar a sus hijos, ni derramar sobre ellos una lágrima porque no vienen a verlas...
Y ya te he dicho que mis milagros son eso: miradas, besos, lágrimas de infinito Amador...
Mal está y me hiere mucho el que me dejen solo los hombres del mundo que apenas me conocen: ¡me deben tanto todos!
Pero ¿pasar también porque me vuelvan las espaldas hasta los mismos que acaban de recibir ¡un milagro mío...!?
¿Qué corazón es ése que estiláis los hombres conmigo?
Cada Comunión que se da y cada minuto que pasa de presencia real mío en cada Sagrario son otros tantos milagros míos, y ¡de los más grandes!
¿Podréis contar su número?
¡Imposible!
¡Qué pena! Tan imposible es también contar el número de espaldas que ¡cada minuto se me vuelven!
Ya no puedo preguntar como en el Evangelio: ¿y los otros nueve?
¡Ya no son nueve los que faltan! ¡Son incontables!
Y al llegar aquí déjame que te diga una palabra de agradecimiento a ti, que me visitas en donde nadie me visita: que gracias a ti puedo permitirme seguir en muchos Sagrarios exhalando mi queja del Evangelio.
Cuando tú vas tengo a quien preguntar: ¿Y los otros, en dónde están?
Y a esa pregunta que sin ruido de palabras te hago, tú me respondes con los desagravios de tu amor reparador y, sin que me lo digas con la boca, oigo que me dices con tus lágrimas:
¡Aquí estoy yo por ellos!


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