martes, 26 de diciembre de 2017

Meditaciones para la octava de navidad San Alfonso María de Ligorio 7 - De Jesús que llora

Meditación de Jesús que llora 
para rezarla el 31 de diciembre.
MEDITACIONES DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
Para la octava de Natividad hasta la Epifanía

Meditación VII

De Jesús que llora


Las lágrimas del niño Jesús fueron muy diferentes de los otros niños que nacen. Estos lloran por dolor, Jesús no, sí que llora por compasión de nosotros y por amor, según san Bernardo. Gran señal de amor, es el llorar. Esto precisamente decían los judíos, luego que vieron al Salvador llorar en la muerta de Lázaro. Ved cómo le amaba Jn. 11.
Los mismo podían decir los ángeles, mirando las lágrimas que derramaba Jesús niño: Ecce quomodo amat Vos. Ved cómo nuestro Dios ama a los hombres, cuando por amor de ellos le vemos hecho hombre y niño llorando. Lloraba Jesús, y ofrecía al Padre sus lágrimas, para alcanzarnos el perdón de los pecados.
Aquellas lágrimas, dice san Ambrosio, lavaron mis delitos. Él con sus vagidos y lloros pedía piedad para nosotros condenados a muerte eterna; y así aplacaba la indignación de su padre. ¡Oh! Y cómo sabían las lágrimas de este Niño perorar en favor nuestro! ¡Oh! ¡cuán preciosos fueron ellas para Dios!
Entonces fue cuando el Padre hizo publicar por los ángeles, que él ya hacia paz con los hombres, y los recibía en su gracia: Et in terra pax hominibus bonoe voluntatis.
Lloró Jesús por amor, pero también por dolor, al ver que tantos pecadores, aún después de tantas lágrimas y sangre derramadas por la salud de ellos, habían de seguir despreciando su gracia.
Ahora bien, pues, ¿quién será tan duro, que viendo llorar a un Dios niño por nuestras culpas, no llore el también, y no deteste aquellos pecados que tanto han hecho llorar a éste amante Señor?¡Ah! No aumentemos más penas a este Niño inocente; consolémosle sí, uniendo nuestras lágrimas con las suyas; ofrezcamos a Dios las lágrimas de su Hijo, y roguémosle a que por ellas nos perdone.


Afectos y súplicas
Niño mío amado, ¿con qué mientras estabais llorando en la gruta de Belén pensabais en mí, considerando desde allí mis pecados que eran los que os hacían llorar? Y yo, Jesús mío, en vez de consolaros con mi amor y gratitud, a vista de lo que habéis padecido por salvarme, ¿he aumentado vuestro dolor y la causa de vuestras lágrimas?
Si menos hubiese yo pecado, menos habríais Vos padecido. Llorad, pues, llorad, que tenéis razón de llorar, viendo tanta ingratitud en los hombres a un amor tan grande.
Más ya que lloráis, llorad aún por mí: vuestras lágrimas son mi esperanza. Lamento los disgustos que os he dado, Redentor mío, los odio, los detesto, me arrepiento de ellos con todo el corazón. Lloro por todos aquellos días infelices en que viví enemigo vuestro, y privado de vuestra hermosa gracia; pero mis lágrimas, o Jesús mío, ¿para qué servirán sin las vuestras?
Padre eterno, yo os ofrezco las lágrimas de Jesús, y por ellas os pido el perdón. Vos, Salvador mío, ofrecedle todas las lágrimas que por mí derramasteis en vuestra vida, y con ellas aplacadle por mí. Os ruego todavía, o amor mío, que enternezcáis con estas lágrimas mi corazón y le inflaméis de vuestro santo amor. ¡Ah! ¡Pudiera yo de hoy en adelante consolaros con mi amor, tanto, cuanto os he causado pena con mis ofensas! Concededme, pues, o Señor, que estos días que me restan de vida no los haga servir para disgustaros más, sí solo para llorar el sentimiento que os he ocasionado, y para amaros con todos los afectos de mi alma.
¡Oh María! Os suplico por aquella tierna compasión que tantas veces tuvisteis, viendo llorar a Jesús, me alcancéis un continuo dolor de las ofensas que yo ingrato os he hecho.


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