jueves, 7 de diciembre de 2017

Lutero: una "idea loca" que ha evolucionado en herejía y cisma - Jorge Mario Bergoglio

Lutero: una "idea loca" que ha evolucionado en herejía y cisma

por Jorge Mario Bergoglio

Conferencia pronunciada en 1985, cuando Jorge Mario Bergoglio era rector del Colegio Máximo de San Miguel.
De 1973 a 1979 había sido provincial de la Compañía de Jesús en Argentina



Muchas veces, San Ignacio ha sido definido como el bastión de la Contrarreforma. Esto es verdad; sin embargo […] los jesuitas estaban más preocupados con Calvino que con Lutero. […] Habían descubierto con perspicacia que ahí se escondía el verdadero peligro para la Iglesia.

Calvino ha sido el gran pensador de la Reforma protestante, quien la ha organizado y conducido en el plano de la cultura, de la sociedad de la Iglesia; ha plasmado una organización que Lutero no se había propuesto. Éste, el alemán impetuoso que probablemente había proyectado al máximo dar vida a una Iglesia nacional, es releído y reorganizado por aquél francés frío, un genio latino versado en jurisprudencia, que era Calvino.

Lutero era visto como un hereje. Calvino, además, como un cismático. Me explico. La herejía –por usar la definición de Chesterton– es una idea buena que ha enloquecido. Cuando la Iglesia no puede curar su locura, entonces se transforma en un cisma. El cisma implica ruptura, división, separación, consolidación independiente; va creciendo por pasos sucesivos hasta conquistar una propia autonomía. San Ignacio y sus sucesores combatirán contra la herejía cismática.


Y, ¿cuál es el cisma calvinista que provocará la lucha de Ignacio y de los primeros jesuitas? Se trata de un cisma que afecta tres áreas: el hombre, la sociedad y la Iglesia. […]

En el hombre, el calvinismo provocará el cisma entre razón y emoción. Separa la razón del corazón. En el plano emotivo, el hombre de aquél siglo, y bajo la influencia luterana, vivía la angustia por la propia salvación. Y, según Calvino, de esa angustia no había que preocuparse. Contaba solamente preocuparse de las cuestiones de la inteligencia y de la voluntad.

Este es el origen de la miseria calvinista: una disciplina rígida con una gran desconfianza a lo que es vital, cuyo fundamento es la fe en la total corrupción de la naturaleza humana, que puede ser ordenada solamente por la superestructura de la acción del hombre. Calvino cumple un cisma dentro del hombre: entre la razón y el corazón.

Más aún, Calvino provoca otro cisma en la razón misma: entre el conocimiento positivo y el conocimiento especulativo. Se trata del cientificismo que rompe la unidad metafísica y provoca un cisma en el proceso intelectivo del hombre. Todo objeto científico se asume como absoluto. La ciencia más segura es la geometría. Los teoremas geométricos serán una guía segura de referencia del pensamiento. Este cisma, que se da en la misma razón humana, afecta a toda la tradición especulativa de la Iglesia y a toda la tradición humanística. […]

El cisma calvinista afecta también a la sociedad, que resultará dividida. Como portadoras de salvación Calvino privilegia las clases burguesas. […] Esto implica y comporta un revolucionario menosprecio de los pueblos. Ya no hay ni pueblo ni nación, y, al contrario, se configura una internacional de la burguesía.

Con un anacronismo podríamos aplicar aquí la fórmula de Marx: "Burgueses de todo el mundo, uníos", despreciando cualquier significado de la nobleza de los pueblos. Con esta actitud Calvino es el verdadero padre del liberalismo, que ha sido un golpe político al corazón de los pueblos, a su modo de ser y de expresarse, a su cultura, a su manera de ser cívica, política, artística y religiosa.

Probablemente en el plano social esto es más evidente en la elaboración, primero de Hobbes (según el cual los hombres debían convivir por medio del engaño y de la fuerza, mientras que el Estado, "moderno Leviatán", existía sencillamente para tener a raya los egoísmos y evitar la anarquía, legitimando una lógica de dominio, dado que ya no había ninguna ley natural), y después de Locke, mucho más sofisticado, pero no menos cruel.

Hobbes reivindica el "poder" sin corazón, con una justificación absolutista y racionalista. Locke reviste todo esto con una "compostura civil" y busca redefinir la sociedad excluyendo al pueblo.

La postura de Locke es la siguiente: parte de la admisión de un cierto derecho natural y se sirve del slogan "la razón enseña que…", para después deducir –como por magia– conclusiones que justifican ese cisma social: el hombre –puesto que supera la propia corrupción natural por medio del activismo– puede poseer el fruto de su trabajo siempre que ese fruto no sea corruptible. He aquí que nace la moneda y la índole monetarista del liberalismo.

Además, la razón enseña que el hombre tiene derecho a comprar trabajo. Y con esto se dan dos tipos de trabajadores: los que poseen bienes no corruptibles y los que no los poseen. El Estado tiene la función de mantener el orden entre estas dos categorías de trabajadores evitando la rebelión de estos contra los primeros. En el fondo, el pensamiento calvinista-cismático-liberal está reivindicando para el segundo grupo de trabajadores el poder de rebelión, lo que hoy llamaríamos la rebelión del proletariado. En última instancia, el marxismo es el hijo obligado del liberalismo.

En tercer lugar, el cisma calvinista hiere a la Iglesia. […] Sustituye la universalidad del pueblo de Dios con el internacionalismo de la burguesía. […] Decapita el pueblo de Dios de la unidad con el Padre. Decapita todas las cofradías de los oficios privándolas de los santos. Y, suprimiendo la misa, priva al pueblo de Dios de la mediación en Cristo realmente presente. […]

En el fondo Calvino había intentado salvar al hombre, al que la perspectiva luterana había precipitado en la angustia. En Lutero se manifiesta la intención de salvar al hombre del paganismo del renacimiento, pero esa intención había evolucionado hacia una "idea loca", es decir, en herejía. Por eso Calvino, con la frialdad legislativa que le caracteriza, parte del angustioso planteamiento luterano y evoluciona así: el hombre está corrompido; por consiguiente, disciplina.

De aquí nace lo que conocemos como el "rigor protestante". Éste propone signos de salvación diferentes de aquellos católicos –los que hemos citado antes–, y el signo es el trabajo acumulativo. Casi como si pretendiera identificar los frutos del trabajo con los signos de la salvación. Podríamos simplificarlo de manera caricatural con este axioma: "Serás salvado si adquieres la riqueza que se obtiene con el trabajo". Y he aquí plasmada la clase burguesa.

A partir del planteamiento luterano, si somos coherentes, quedan solamente dos posibilidades entre las cuales optar en el curso de la historia: o el hombre se disuelve en su angustia y ya no es nada (y es la consecuencia del existencialismo ateo), o bien el hombre, basándose en esa misma angustia y corrupción, da un salto en el vacío y se autodefine superhombre (es la opción de Nietzsche).

En el fondo Nietzsche regenera a Hobbes, en el sentido de que la "última ratio" del hombre es el poder. El dominio es posible solamente contra el amor, a partir de la contraposición, en el hombre, entre la razón y el corazón. Un tal poder, como "última ratio", implica la muerte de Dios. Se trata de un paganismo que, en los casos del nazismo y del marxismo, adquirirá formas organizadas en sistemas políticos.

La perspectiva luterana, porque se fundamenta en el divorcio mismo entre la fe y la religión (efectivamente, concibe la fe como la única salvación, y acusa a la religión –los actos de religión, la piedad, etc.– de ser una mera manipulación de Dios), genera divorcio y cisma; comporta toda clase de individualismos que, en el plano social, afirman su hegemonía.

Toda hegemonía, tanto religiosa, política, social o espiritual, encuentra aquí su origen.





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