sábado, 29 de abril de 2017

No caer en el falso misticismo de la acción - Beato Pablo VI

CARTA DEL DEL SANTO 
PADRE PABLO VI,
FIRMADA POR EL CARDENAL 
SECRETARIO DE ESTADO,
AL ENCUENTRO DE LOS CONSILIARIOS
DE ACCIÓN CATÓLICA PORTUGUESA

Excelentísimo y reverendísimo señor [1]:
He de comunicar a vuestra excelencia reverendísima que el Santo Padre acogió con la mayor satisfacción la noticia del “Encuentro” que, del 26 al 29 de julio próximo, van a realizar los consiliarios de Acción Católica portuguesa a los pies de Nuestra Señora, en el Santuario de Fátima. Este encuentro ofrece la oportunidad para transmitir a todos los participantes los cordiales saludos y una palabra de estímulo y de orientación del Augusto Pontífice, de quien me hago humilde intérprete.
Los temas que van a ser estudiados: “La naturaleza, necesidad y actualidad de la Acción Católica”, “La espiritualidad del seglar de Acción Católica”, “Misión del consiliario eclesiástico en la formación espiritual y apostólica de los afiliados”, etc. —de tan relevante importancia para el incremento y fecundidad de este movimiento, ya encuadrado en la vida constitucional de la Iglesia, y por ella tan insistentemente propuesto y encarecido—, demuestran cómo la Iglesia en Portugal pone en la Acción Católica gran esperanza y pretende, con empeño, infundirle mayor vitalidad y nuevas energías.
A este propósito, es oportuno recordar las palabras que Su Santidad dirigió a los delegados de los obispos de la Acción Católica italiana sobre la posición de la Acción Católica en la Iglesia: “Diremos ahora lo que ninguno, así lo pensamos, habrá puesto en duda: Nos deseamos que la Acción Católica viva y se mantenga conforme fue delineada por la autoridad y sabiduría de nuestros venerables predecesores en estos últimos decenios. Ella pertenece ahora a la constitución de la Iglesia. Varias son sus formas, según los diversos países; varias sus tradiciones; varias sus exigencias; varios sus frutos; pero su definición de colaboración de los seglares en el apostolado jerárquico de la Iglesia... permanece como deber de quien tiene la responsabilidad de promover la cura pastoral y la educación de los seglares para la actividad apostólica de la Iglesia. Permanece, sobre todo, como vocación ofrecida a los mismos seglares de pasar de la concepción inerte y pasiva de la vida cristiana a la concepción consciente y activa de la misma; del estado de cristianos, más de nombre que de hecho, extraños a la comprensión y a la participación de los problemas de la Iglesia, al estado de fieles convencidos de poder y deber también ellos compartir su plenitud comunitaria, su responsabilidad operativa, su doloroso y glorioso testimonio, su caridad misionera” (L'Osservatore Romano del 27 de julio de 1963).

Aquí están comprendidas las líneas maestras que rigen la Acción Católica: Su noción, el papel del consiliario, las necesarias cualidades y la misión del afiliado en orden a la regeneración de la comunidad cristiana. Pero dentro de estas consideraciones hay un supuesto de suma importancia que debe perseguir todo aquel que guía o milita en este campo del apostolado: es el elemento “espiritualidad” que los estudios de ese encuentro, en Fátima, no dejarán de realzar en su programa.
De hecho el sacerdote, por la misión divina que ha recibido, la cual supone en él, antes que nada, una vivencia íntima y perenne de Cristo, vivencia que engendra, alimenta, fecunda y aumenta su espiritualidad, es pastor en la Iglesia, órgano, instrumento, distribuidor de gracias, de vitalidad, de santidad, de sabiduría, de ciencia; recibe responsabilidad ante el Señor ejerciendo su ministerio en provecho de las almas, por cuya salvación está siempre pronto a dar hasta la propia vida. El consiliario, en el campo específico del apostolado que le fue confiado por la jerarquía, inspirando, guiando a los afiliados del Movimiento del Laicado Católico, debe vivir así su sacerdocio para poder transmitir al seglar, auténticamente fiel a su vocación eclesial, aquella vida sobrenatural de modo que su acción, fluyendo de la vida interior abundante y fecunda, pueda operar en la práctica la regeneración religiosa y moral de nuestra sociedad.
Téngase bien presente que en la vida de todo apóstol ocupan el primer lugar la fe ardiente y el don divino de gracia, que principalmente se alimentan y crecen con el ejercicio piadoso y humilde de la oración, de la liturgia, de la frecuencia de los sacramentos. Y la fe y la gracia, vividas en plenitud, en cada momento, engendran el celo de la acción que lleva las almas y todos los demás seres por Él creados a Dios.
La acción apostólica, hoy más que nunca, exige necesariamente recogimiento, mortificación de los sentidos y del espíritu, contemplación. El mundo moderno corre velozmente, y es preciso que el apóstol lo acompañe, acelerando e intensificando su actividad. Pero esta preocupación de seguir el ritmo del mundo debe ser contrabalanceada, prudente y eficazmente con otra: la de la intensificación de la vida interior.
De lo contrario, se cae fatalmente en el falso misticismo de la acción: acción que ofusca la vida del espíritu, acción vacía; acción sin luz, sin vida; acción que, en vez de llevar el mundo a Dios por medio del apóstol, lleva al apóstol a ser absorbido por el mundo; no conquista, sino derrota.
Por ello es de alabar el esfuerzo que los consiliarios de la Acción Católica portuguesa emprenden en este encuentro prestando mayor atención y procurando dar mayor intensidad al aprovechamiento de los medios de espiritualidad por parte del laicado católico, indicándole la fuente de agua viva que engendra, alimenta y fortalece su entera adhesión a Cristo, su fidelidad a la Iglesia, su caridad misionera, sus energías en el campo de la Acción Apostólica.
Con los votos fervientes de que este encuentro dé buenos frutos, el Augusto Pontífice envía a vuestra excelencia reverendísima, a todos los asistentes y afiliados de la Acción Católica portuguesa, una particular bendición apostólica en prenda de las más preciosas gracias para un apostolado cada vez más fecundo.
Vaticano, 25 de junio de 1964.
A. G. Card. CICOGNANI.

1 Monseñor José Pedro da Silva, obispo titular de Tiava y auxiliar de Lisboa, a la vez que consiliario general de la Acción Católica


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