viernes, 28 de abril de 2017

Formación y espiritualidad! Un binomio inseparable para quien aspire a conducir una vida cristiana verdaderamente comprometida en la edificación y en la construcción de una sociedad más justa y fraterna. - San Juan Pablo II

VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA
CELEBRACIÓN DE LA PALABRA CON LOS FIELES DE VIEDMA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Aeropuerto Gobernador Castello
 Martes 7 de abril de 1987


1. “El Espíritu del Señor está sobre mí porque me ha ungido. Me ha enviado para evangelizar a los pobres, para predicar a los cautivos la redención y devolver la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y promulgar un año de gracia del Señor” (Lc 4, 18-19).

Queridísimos hermanos y hermanas,:
con estas palabras del Profeta Isaías, leídas en la sinagoga de Nazaret, Jesús proclama los objetivos que contiene la misión recibida del Padre. “Me ha enviado para evangelizar a los pobres” (Ibíd., 4, 18). Estas mismas palabras quisiera que resonaran hoy también dentro de vosotros, que, por el bautismo, habéis sido hechos partícipes de la misión evangelizadora de Cristo.
Siento una gran alegría por haber podido venir hasta Viedma, centro de irradiación evangélica en la dilatada región patagónica, para manifestar el amor del Papa por todos y cada uno de vosotros. Deseo dirigir mi deferente saludo a las autoridades aquí presentes. Mi saludo, junto con mi fraterno afecto, va igualmente al Pastor de esta diócesis de Viedma, y a los demás queridos hermanos en el Episcopado, que participáis en nuestro encuentro, en ellos quiero saludar también a todos los demás fieles de la Patagonia: sacerdotes, religiosos y religiosas, diáconos, catequistas y laicos.
Esta visita pastoral desea llegar espiritualmente, y a través de los medios de comunicación, a todos los rionegrinos, neuquinos, chubutenses, santacruceños y fueguinos. Mi mensaje de paz y esperanza en Cristo, mi sincero afecto y mis oraciones son igualmente para todos. Me dirijo en particular al noble pueblo mapuche y a todos los antiguos habitantes de esta vasta meseta: el Papa os lleva muy dentro de su corazón.
La Iglesia se está disponiendo a celebrar el V centenario de la evangelización de América Latina. Es, sin duda, el aniversario de un acontecimiento de gran relieve: la llegada de la fe a este continente. El Espíritu Santo nos urge a continuar la tarea evangelizadora, con nuevo ímpetu, en las condiciones del tiempo presente. Para la Iglesia entera en América Latina se abre una nueva etapa en la obra de evangelización. Por esto, como Pastor de la Iglesia universal, exhorto hoy a todos los miembros de la Iglesia que está en el Sur de la Argentina a que, bajo la guía de sus Pastores, asuman con responsabilidad su parte en esta gran misión: lograr que en todos los hijos e hijas de esta tierra brille la luz de Cristo, cada vez con mayor intensidad.
El Espíritu estará sobre cada uno y hará posible esta gran obra, para la cual contáis con la ayuda maternal de María Auxiliadora, Patrona de la Patagonia.

2. Vosotros, amadísimos hermanos, sois los continuadores de una magnífica tradición evangelizadora y misionera, que desde hace poco más de un siglo, se ha ido desarrollando admirablemente en estas tierras, gracias al constante celo apostólico de los salesianos, unido al de las Hijas de María Auxiliadora. La implantación de la Iglesia en Patagonia está ligada a la actividad incansable y a la abnegación de aquellos misioneros, hombres y mujeres, que dejaron su patria para venir a predicar el Evangelio y dar vida a numerosas obras de educación, de asistencia social, de promoción humana y cristiana.
Entre ellos, no puedo menos de recordar a monseñor Juan Cagliero, primer vicario apostólico de la Patagonia Septentrional, y a monseñor José Fagnano, primer prefecto apostólico de la Patagonia Meridional, la Tierra del Fuego y las Islas Malvinas. Doy gracias al Señor, con mucha emoción, por la entrega y dedicación de aquellos hombres y mujeres, que fueron los colaboradores de Dios en hacer realidad la visión profética de San Juan Bosco: la evangelización de la Patagonia.
Viedma fue uno de los centros desde donde se impulsó aquella primera acción misionera. Desde esta misma ciudad os animo a seguir dando cumplimiento al mandato misional, propio de la Iglesia, de propagar la fe y la salvación de Cristo (Ad Gentes, 5), con la mirada puesta, en primer lugar, en todos los habitantes de estas tierras, pero sin olvidar al resto de vuestros hermanos argentinos e incluso al mundo entero, tan necesitado de la Buena Nueva.
¡La Iglesia de Dios que está en la Patagonia, heredera de una tan rica tradición evangelizadora, ha de seguir siendo siempre misionera!

3. Queridos hermanos y hermanas: No podéis quedaros indiferentes ante la salvación de los hombres.
— Si creéis en Cristo, habréis de creer también en el programa de vida que El nos propone.
— Si amáis a Cristo, habréis de amar a los que El ama y como El los ama.
— Si estáis unidos a Cristo, os sabréis enviados por El y como El a anunciar el Evangelio a toda criatura.
En el Evangelio que acabamos de escuchar, hemos oído cómo Jesús se da a conocer como Mesías, precisamente por la evangelización de los pobres, por el anuncio redentor a los cautivos, ciegos y oprimidos; es decir, por su amor preferencial a los más necesitados. También la Iglesia, a pesar de las debilidades y de los errores en que hayan podido incurrir algunos de sus hijos, ha manifestado siempre esa predilección por los pobres.
La evangelización no sería auténtica si no siguiera las huellas de Cristo, que fue enviado a evangelizar a los pobres. Debéis hacer propia la compasión de Jesús por el hombre y la mujer necesitados. El auténtico discípulo de Cristo se siente siempre solidario con el hermano que sufre, trata de aliviar sus penas –en la medida de sus posibilidades, pero con generosidad–; lucha para que sea respetada en todo instante la dignidad de la persona humana, desde el momento de la concepción hasta la muerte. No olvida nunca que la “misión evangelizadora tiene como parte indispensable la acción por la justicia y las tareas de promoción del hombre” (Discurso a la III Conferencia general del Episcopado latinoamericano, III, n. 2, Puebla, 28 de enero de 1979).
Sin embargo, el verdadero celo evangelizador se compadece sobre todo de la situación de necesidad espiritual – a veces extrema – en la que se debaten tantos hombres y mujeres. Pensad en cuantos todavía no conocen a Cristo, o bien tienen una imagen deformada de El, o han abandonado su seguimiento, buscando el propio bienestar en los atractivos de la sociedad secularizada o a través del odioso enfrentamiento de las luchas ideológicas. Ante esa pobreza del espíritu, el cristiano no puede permanecer pasivo: ha de orar, dar testimonio de su fe en todo momento, y hablar de Cristo, su gran amor, con valentía y caridad. Y debe procurar que esos hermanos se acerquen o retornen al Señor y a su Cuerpo místico, que es la Iglesia, mediante una profunda y gozosa conversión de sus vidas, que dé sentido y valor de eternidad a todo su caminar terreno.
La primacía de esta atención a las formas espirituales de la pobreza humana, impedirá que el amor preferencial de Cristo por los pobres – del que participa la Iglesia – sea interpretado con categorías meramente socio-económicas, y alejará todo peligro de injusta discriminación en la acción pastoral.

4. De modo especial deseo dirigir mi saludo en este día a los queridos hermanos y hermanas mapuches y a todos los descendientes de los primitivos habitantes de la Patagonia. Dad gracias al Señor por los valores y tradiciones de vuestra cultura, y esforzaos en promoverla, al mismo tiempo que os empeñáis por avanzar en todos los aspectos de vuestra existencia.
De cara a los problemas que os aquejan, quiero haceros, en nombre de la Iglesia, un firme llamado a la esperanza: nuestro Señor –que siendo rico se hizo pobre para enriquecer a los hombres– es justo en sus designios, y si es grande el sufrimiento que permite a veces, mayor aún es la ayuda que nos otorga para que las lágrimas se conviertan en gracia redentora y evangelizadora.
Mi llamado de esperanza se extiende a todos, y en particular a los que son responsables de la vida económica y política, para que, con empeño y sentido de justicia, aprovechéis todas las riquezas naturales de esta región y dirijáis eficazmente todas las energías al bien común de la Patagonia, de modo que se alcancen condiciones de vida cada vez más humanas, y. a pesar de los rigores de vuestro clima, se pueblen más y más estas dilatadas extensiones. A la vez, os animo a promover generosas y eficaces iniciativas de solidaridad con los más necesitados. Que nadie se sienta tranquilo mientras haya en vuestra patria un hombre, una mujer, un niño, un anciano, un enfermo, ¡un hijo de Dios!, cuya dignidad humana y cristiana no sea respetada y amada.
A todos los que padecéis necesidades –mapuches, emigrantes, y tantos otros en el campo y la ciudad– quiero manifestaros mi particular afecto y recordaros que sois vosotros mismos los primeros responsables de vuestra promoción humana. No os dejéis llevar por el desánimo y la pasividad. Trabajad con empeño y constancia por obtener las condiciones del legítimo bienestar para vosotros y vuestras familias, y por participar cada vez más en los bienes de la educación y la cultura. Pero no empleéis, para lograr estos objetivos, las armas del odio y de la violencia, sino las del amor y las del trabajo solidario, que son las únicas que conducen a metas de verdadera justicia y renovación.
No olvidéis que más insidiosa que la pobreza material o las opresiones, es la falta de dignidad humana en el actuar: ¡Y nadie os puede arrebatar esa dignidad! Dignidad significa magnanimidad, apertura de corazón, querer a todos sin discriminación de ningún género, perdonar a quienes os hayan ofendido.
Queridos argentinos: Con motivo de esta visita pastoral, os pido una profunda reconciliación fraterna que hunda sus raíces en la reconciliación de cada uno con Dios, nuestro Padre, que destierre para siempre los odios y rencores en esta hermosa y hospitalaria tierra argentina, de modo que triunfe en todos los corazones la justicia y la paz de Cristo.

5. Para que de veras resulte eficaz la nueva etapa de la evangelización que el Señor espera de vosotros, debéis formar verdaderas comunidades cristianas, como las de nuestros primeros hermanos en la fe (cf. Hch 2, 42-47; 4, 32-36). Se conseguirá de este modo una profunda renovación de todas las comunidades parroquiales, tal como queréis poner en marcha entre vosotros. Y si en el cumplimiento de su misión están impregnadas del amor a Dios, serán verdaderamente comunidades misioneras y servidoras de los hombres.
Para continuar y crecer en el estilo de vida evangélico como los primeros cristianos, es necesario que, al igual que ellos, perseveréis en la unión entre vosotros y con vuestros Pastores; en las verdades de nuestra fe meditándolas en vuestro corazón; en la vida sacramental y litúrgica.
Habéis de llevar a cabo vuestra tarea evangelizadora, sintiéndoos miembros vivos de una Iglesia que es comunión. El último Sínodo Extraordinario de los Obispos ha insistido mucho en que “la eclesiología de comunión es una idea central y fundamental en los documentos del Concilio” (Sínodo extraordinario de los Obispos, 1985, Relatio finalis, II, C, 1). Sólo desde el interior de una Iglesia-comunión se puede entender la vocación y misión del cristiano. Tratad de reproducir el magnifico testimonio de la Iglesia primitiva: “La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma” (Hch 4, 32).
¡Cuán necesario y urgente es ofrecer al mundo de hoy el testimonio de una Iglesia-comunión, animada por el Espíritu Santo, comprometida toda ella en una nueva evangelización!
Esto supone una relación muy estrecha con los Pastores, los cuales, como primeros colaboradores del Espíritu Santo, son el principio visible de la comunión eclesial; y requiere también unidad, colaboración fraterna y comunión entre los sacerdotes, religiosos y laicos, que buscan –cada uno según su propio carisma– construir el reino de Dios.

6. En este momento, en que el Espíritu Santo impulsa la corresponsabilidad y participación activa de todos los cristianos en la misión evangelizadora de la Iglesia, se percibe cada vez más la necesidad de profundizar en la formación y en la espiritualidad adecuadas a su vocación. Todo cristiano debe escuchar y meditar asiduamente la Palabra de Dios y esforzarse por descubrir la presencia del Señor en los acontecimientos diarios de su vida personal y de toda la sociedad. Hace falta una formación permanente, que lleve a todos los fieles a una continua conversión, hasta reproducir en sus vidas la imagen de Cristo. Toda la persona tiene necesidad de una formación integral e integradora – cultural, profesional, doctrinal, espiritual y apostólica – que le disponga a vivir en una coherente unidad interior, y le permita siempre dar razón de su esperanza a todo aquel que se la pida (cf. 1P 3, 15).
La identidad cristiana exige el esfuerzo constante por formarse cada vez mejor, pues la ignorancia es el peor enemigo de nuestra fe. ¿Quién podrá decir que ama de verdad a Cristo, si no pone empeño por conocerlo mejor? Amados hermanos: No abandonéis la lectura asidua de la Sagrada Escritura, profundizad constantemente en las verdades de nuestra fe, acudid con ilusión a la catequesis que, si es imprescindible para los más jóvenes, no es menos necesaria para los mayores. ¿Cómo podréis transmitir la Palabra de Dios si vosotros mismos no la conocéis de un modo profundo y vivo?
¡Formación y espiritualidad! Un binomio inseparable para quien aspire a conducir una vida cristiana verdaderamente comprometida en la edificación y en la construcción de una sociedad más justa y fraterna. Si deseáis ser fieles en vuestra vida cotidiana a las exigencias de Dios y a las expectativas de los hombres y de la historia, debéis alimentaros constantemente de la Palabra de Dios y de los sacramentos: que “la Palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza” (Col 3, 16)¡ vivid las exigencias y la gracia sacramental de vuestro bautismo y de vuestra confirmación, del sacramento de la reconciliación y de la eucaristía, del sacramento del matrimonio para quienes habéis sido llamados a este estado de vida que manifiesta y realiza el misterio de la alianza de Jesús con la Iglesia.
Sed hombres y mujeres de oración. Preparad, en la intimidad con el Señor, el encuentro salvador con los hombres. En la oración filial, el cristiano tiene la posibilidad de entablar un diálogo con Dios Uno y Trino, que mora en el alma de quien vive en gracia (cf. Jn 14, 23), para poder después anunciarlo a los hermanos. Esta es la dignidad filial de los cristianos: invocar a Dios como Padre, y dejarse guiar por el Espíritu para identificarse en plenitud con el Hijo. Por medio de la oración, buscamos, encontramos y tratamos a nuestro Dios, como a un amigo íntimo (cf. Ibíd., 15, 15), a quien contamos nuestras penas y alegrías, nuestras debilidades y problemas, nuestros deseos de ser mejores y de ayudar a que otros también lo sean.
El Evangelio recuerda “la necesidad de orar perseverantemente y no desfallecer jamás” (Lc 18, 1). Dedicad, por tanto, todos los días algún tiempo de vuestra jornada a conversar con Dios, como prueba sincera de que lo amáis, pues el amor siempre busca la cercanía del ser amado. Por eso, la oración debe ir antes que todo; quien no lo entienda así, quien no lo practique, no puede excusarse en la falta de tiempo: lo que le falta es amor.

7. Los Apóstoles “perseveraban unánimes en la oración, en compañía de... María, la Madre de Jesús” (Hch 1, 14).
Antes de impartiros con afecto mi Bendición Apostólica, pido a María Auxiliadora, Reina de los Apóstoles, que interceda por todos vosotros a fin de que vuestro celo apostólico y misionero aumente más cada día y. con vuestro testimonio cristiano, la claridad de Dios, que resplandece en el rostro de Cristo Jesús, para todos los hombres en el Espíritu Santo. Amén.
Y ahora quiero dirigir un saludo especial a nuestros hermanos mapuches en su propia lengua:
Poyén pu mapúche peñi ka pu déya: marimári, pu wen! Ayüwnkéchi tykúlpanién, déuma rupái kiñe patáka trípántü, féichi ñi llegmúm támyn wéche peñi, Ceferino Namúnkura. Inchetáñi mlen fau fachántü, tfáchi nütrám ayüafún ñi nieál eiwyn mu: féichi Pápa, rumél mleái aiwyn ñi ináu méu; Peumanén, inchíñ táiñ Wénu-Cháu, pile támyn rumél kümélkaleál, mynél pu pyñéñ. Kúmé feleáimn, pu wén!
(Estimados hermanos y hermanas: Hola amigos. Con alegría recuerdo que ya han pasado cien años del nacimiento de vuestro joven hermano Ceferino Namuncura. Mi presencia hoy aquí quisiera que tuviera este sentido para vosotros: el Papa estará siempre a vuestro lado; ojalá nuestro Padre del cielo os conceda un permanente bienestar, en particular a vuestros niños. Felicidades, amigos).


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