miércoles, 18 de junio de 2014

Aunque todos yo no (5) Beato Manuel González García

   La tragedia pastoral
 
   Al poema pastoril en mis ensueños apostólicos del semina­rio, había sucedido de pronto la visión de una trage­dia.
   Sobre aquel cuadro todo luz, todo expansión, todo alegría de los pueblos que yo creía cristianos y por tanto tiempo había embelesado mi alma, acababa de caer una mancha roja, como de sangre, que quitaba toda la alegría del cuadro y apagaba toda la luz.
   ¡La sangre que al Corazón más bueno de todos los buenos corazones de padres, le está haciendo brotar la herida del abandono más cruel y brutal de todos los malos hijos! ¡Ay! abandono del Sagrario, ¡cómo te quedaste pegado a mi alma!
   ¡Ay!, ¡qué claro me hiciste ver todo el mal que de ahí salía y todo el bien que por él dejaba de recibirse!
   ¡Ay! ¡qué bien me diste a entender la definición de mi sacerdocio haciéndome ver que un sacerdote no es ni más ni menos que un hombre elegido y consagrado por Dios para pelear contra el abandono del Sagrario!...

 
 
   Las Hermanitas de los Pobres
   hacen dar un paso más a la Obra
 
    Pasaron unos meses y mis superiores tuvieron a bien designarme para capellán del Asilo de las Hermanitas de los Pobres de Sevilla.
   Y como no trato de hacer una autobiografía, sino una relación sencilla de antecedentes de la Obra de mis amores, la de los Sagrarios-Calvarios, a fin de que siendo más conocida logre ser más estimada y practicada, no diré de mi paso por la casa de las Hermanitas, sino lo que ella puso en la concepción de la Obra.
   Puestas por Dios y sostenidas por una caridad exquisita, las Hermanitas de los Pobres, amparan en sus casas a los desamparados de la vida. Las casas de las Hermanitas más que Asilos pudieran llamarse Palacios del Abandono. Ni el dinero, ni las mercedes, ni la gracia del rey más poderoso de la tierra, pudieron poner en torno de sus validos tanto cariño fino, tanta abundancia de remedios, como las Hermanitas ponen en torno de sus ancianos abandonados. En los tres años que estuve en aquella santa Casa ¡cuántas veces sentía tristezas muy hondas ante aquellos pobres naúfragos de la vida arroja­dos a aquellas playas, muchos de ellos por la ingratitud de los hijos o el despego de la familia o por motivos tan duros como ése! Y, cuántas hondas emociones sentí ante aquellas Hermani­tas verdaderos ángeles del consuelo, vertiendo sobre aquellos corazones, secos ya por el constante padecer sin ser compade­cidos, el bálsamo de una caridad que sabe sentir, compadecer y curar todas las lástimas!
   Con el fin de cooperar a la obra de las Hermanitas y llenar el deber de mi sacerdocio, fijo siempre mi pensamiento en el Sagrario abandonado de aquel pueblecito y de tantos como aquél, me propuse formar y formé, mediante la reorgani­zación del Apostolado de la Oración, una especie de Hermandad de abandonados para hacer compañía al gran Abandonado.
   Y ¡con qué asiduidad iban mis ancianitos y ancianitas a hacer su Comunión reparadora y a pasar su hora o su media hora de compañía al Sagrario!
   ¡Con qué gozo los veía yo arrodillados en sendos reclina­torios acompañando a su gran amigo de abandonos, con el rezo de su rosario, con la lectura de su libro de oraciones de letra gorda, y... hasta con sus cabezadillas de sueño furtivo!...
   Puedo asegurar en honor de la verdad y de aquellos mis inolvidables abuelitos que en los tres años que estuve entre ellos no vi nunca la capilla del todo sola.
   Tan amable se les hizo que voy a citar un caso que, en medio de su aparente desedificación, comprueba el gusto que tenían mis arrugados feligreses, en pasarse un ratito en la iglesia.
 
 
   De vuelta de mi visita a los enfermos, me encontré un día a un ancianito sentado en un banco del coro alto, pierna sobre pierna en una actitud de suprema satisfacción dando los últimos tirones a una humeante colilla.
   -¡Señó Fulanito! ¿fumando aquí?
   -No se enfae usté, Parecito mío, que aquí no hay naide ahora que se ofenda.
   -Pero ¿y el Señor?...
   -¿Él Señó? ¿Usté cree que se va a enfadá porque esté aquí uno tan a gusto echando esta colita?
 
                                                       ***
 
   Ancianitos queridos de las Hermanitas, ya habréis muerto casi todos y habréis visto qué espléndidamente paga en el cielo aquellas horas de compañía el Jesús del Sagrario de aquella capilla.
 
 
   Correrías apostólicas
 
   Durante esos tres años de las Hermanitas hacía yo no pocos viajes, siempre breves, a distintos pueblos de dentro y de fuera de mi diócesis con el fin casi siempre de predi­car.
 
 
   Dos grandes síntomas de la piedad de un pueblo
 
    Y quiero traer aquí a esta relación de pormenores íntimos y antecedentes de la Obra de los Sagrarios-Calvarios, algo de lo que aprendí en esos viajes y después en mi vida de cura de Huelva.
 
 
   Primer síntoma:
   La devoción al Sagrado Corazón de Jesús
 
   La primera experiencia que tomé fue la de que el grado de piedad y religiosidad de un pueblo podía medirse y conocerse ordinariamente por el sitio y el trato que daba a la imagen del Corazón de Jesús.
   Que no se rían los sabios, ni los sociólogos de más o menos enjundia si pongo en cosas al parecer tan pequeñas, los síntomas de cosas tan grandes. Que no se rían ni me pongan en duda, que no atestiguo con muertos ni con libros de romances, sino con hechos vivos, y que cada cual puede tomarse el trabajo de comprobar.
   Sin tratar ahora de demostrar la decisiva influencia que en el adelanto y en la perfección de la piedad cristiana, tiene la devoción al santísimo Corazón de Jesús, y sin que mi ánimo sea condenar o censurar a las almas y a los pueblos que no profesen esa devoción, puedo afirmar sin temor a ser desmentido, que almas o pueblos que den culto ferviente a nuestro Señor Jesucristo en su Corazón, son almas y pueblos que caminan y adelantan bien orientados. Y que las almas o los pueblos que o no se han enterado de los deseos tan ardientes e insistentemente manifestados de nuestro Señor de recibir culto y amor especial en su Corazón, o si se han enterado, aun no se han decidido a dárselos, esas almas y esos pueblos, repito, aunque hablando en absoluto pueden tener mucha piedad y perfección cristiana, prácticamente se ve que no la tienen.
   Entrad en la iglesia de un pueblo; buscad como la Magdale­na el lugar en donde han puesto la imagen del Corazón de Jesús, preguntad qué trato se le da, y si veis que aquella imagen no está allí o, si está, ocupa un lugar retirado, parece más un adorno o un motivo de llenar un hueco que una imagen que espera muchas visitas; si veis un cuadro o una escultura polvorienta, adornada quizá de telarañas y polilla, os autorizo a que penséis que la piedad de aquellos fieles anda poco más o menos como la imagen del Corazón de Jesús, es decir, o nula o polvorienta, apolillada y con telarañas.
   Y no tengáis miedo de faltar a la caridad ni a la verdad.
 
 
   Segundo síntoma: El culto tempranero
 
   Cuanto sobre él he aprendido en mis viajes y observa­ciones y os interesa saber, vedlo aquí compendiado en esa "Carta abierta a un cura Novel" que para descubrir y remediar ese gran mal, eché a volar hace tiempo.
 


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