sábado, 12 de abril de 2014

Domingo de Ramos - Juan Pablo II 2002

No nos avergoncemos
de la cruz 

DOMINGO DE RAMOS
Y DE LA PASIÓN DEL SEÑOR
HOMILÍA DEL
SANTO PADRE
JUAN PABLO II 

24 de marzo de 2002

 

1. "Pueri hebraeorum, portantes ramos olivarum... Los niños hebreos, llevando ramos de olivo, salieron al encuentro del Señor".

Así canta la antífona litúrgica que acompaña la solemne procesión con ramos de olivo y de palma en este domingo, llamado precisamente de Ramos y de la Pasión del Señor. Hemos revivido lo que sucedió aquel día:  en medio de la multitud llena de alegría en torno a Jesús, que montado en un pollino entraba en Jerusalén, había muchísimos niños. Algunos fariseos querían que Jesús los hiciera callar, pero él respondió que si ellos callaban, gritarían las piedras (cf. Lc 19, 39-40).

También hoy, gracias a Dios, hay un gran número de jóvenes aquí, en la plaza de San Pedro. Los "jóvenes hebreos" se han convertido en muchachos y muchachas de todas las naciones, lenguas y culturas. Queridos jóvenes, ¡sed bienvenidos! Os dirijo a cada uno mi más cordial saludo. Esta cita nos proyecta hacia la próxima Jornada mundial de la juventud, que se celebrará en Toronto, ciudad canadiense, una de las más cosmopolitas del mundo. Allí ya se encuentra la Cruz de los jóvenes, que hace un año, con ocasión del domingo de Ramos, los jóvenes italianos entregaron a sus coetáneos canadienses.

2. La cruz es el centro de esta liturgia. Vosotros, queridos jóvenes, con vuestra participación atenta y entusiasta en esta solemne celebración, mostráis que no os avergonzáis de la cruz. No teméis la cruz de Cristo. Es más, la amáis y la veneráis, porque es el signo del Redentor muerto y resucitado por nosotros. Quien cree en Jesús crucificado y resucitado lleva la cruz en triunfo, como prueba indudable de que Dios es amor. Con la entrega total de sí, precisamente con la cruz, nuestro Salvador venció definitivamente el pecado y la muerte. Por eso aclamamos con júbilo:  "Gloria y alabanza a ti, oh Cristo, porque con tu cruz has redimido al mundo".

3. "Cristo por nosotros se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el nombre que está sobre todo nombre" (Aclamación antes del Evangelio). Con estas palabras del apóstol san Pablo, que ya han resonado en la segunda lectura, acabamos de elevar nuestra aclamación antes del comienzo de la narración de la Pasión. Expresan nuestra fe:  la fe de la Iglesia.

Pero la fe en Cristo jamás se da por descontada. La lectura de su Pasión nos sitúa ante Cristo, vivo en la Iglesia. El misterio pascual, que reviviremos durante los días de la Semana santa, es siempre actual. Nosotros somos hoy los contemporáneos del Señor y, como la gente de Jerusalén, como los discípulos y las mujeres, estamos llamados a decidir si estamos con él o escapamos o somos simples espectadores de su muerte.

Todos los años, durante la Semana santa, se renueva la gran escena en la que se decide el drama definitivo, no sólo para una generación, sino para toda la humanidad y para cada persona.

4. La narración de la Pasión pone de relieve la fidelidad de Cristo, en contraste con la infidelidad humana. En la hora de la prueba, mientras todos, también los discípulos, incluido Pedro, abandonan a Jesús (cf. Mt 26, 56), él permanece fiel, dispuesto a derramar su sangre para cumplir la misión que le confió el Padre. Junto a él permanece María, silenciosa y sufriente.

Queridos jóvenes, aprended de Jesús y de su Madre, que es también nuestra madre. La verdadera fuerza del hombre se ve en la fidelidad con la que es capaz de dar testimonio de la verdad, resistiendo a lisonjas y amenazas, a incomprensiones y chantajes, e incluso a la persecución dura y cruel. Por este camino nuestro Redentor nos llama para que lo sigamos.
Sólo si estáis dispuestos a hacerlo, llegaréis a ser lo que Jesús espera de vosotros, es decir, "sal de la tierra" y "luz del mundo" (Mt 5, 13-14). Como sabéis, este es precisamente el tema de la próxima Jornada mundial de la juventud. La imagen de la sal "nos recuerda que, por el bautismo, todo nuestro ser ha sido profundamente transformado, porque ha sido "sazonado" con la vida nueva que viene de Cristo (cf. Rm 6, 4)" (Mensaje para la XVII Jornada mundial de la juventud, 2).

Queridos jóvenes, ¡no perdáis vuestro sabor de cristianos, el sabor del Evangelio! Mantenedlo vivo, meditando constantemente el misterio pascual:  que la cruz sea vuestra escuela de sabiduría. No os enorgullezcáis de ninguna otra cosa, sino sólo de esta sublime cátedra de verdad y amor.

5. La liturgia nos invita a subir hacia Jerusalén con Jesús aclamado por los muchachos hebreos. Dentro de poco "padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día" (Lc 24, 46). San Pablo nos ha recordado que Jesús "se despojó de sí mismo tomando condición de siervo" (Flp 2, 7) para obtenernos la gracia de la filiación divina. De aquí brota el verdadero manantial de la paz y de la alegría para cada uno de nosotros. Aquí está el secreto de la alegría pascual, que nace del dolor de la Pasión.

Queridos jóvenes amigos, espero que cada uno de vosotros participe de esta alegría. Aquel a quien habéis elegido como Maestro no es un mercader de ilusiones, no es un poderoso de este mundo, ni un astuto y hábil pensador. Sabéis a quién habéis elegido seguir:  a Cristo crucificado, a Cristo muerto por vosotros, a Cristo resucitado por vosotros.

Y la Iglesia os asegura que no quedaréis defraudados. En efecto, nadie, excepto él, puede daros el amor, la paz y la vida eterna que anhela profundamente vuestro corazón. ¡Dichosos vosotros, jóvenes, si sois fieles discípulos de Cristo! ¡Dichosos vosotros si estáis dispuestos a testimoniar, en cualquier circunstancia, que verdaderamente este hombre es el Hijo de Dios! (cf. Mt 27, 39).

Que os guíe y acompañe María, Madre del Verbo encarnado, dispuesta a interceder por todo hombre que viene a esta tierra.

 

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