jueves, 31 de octubre de 2013

Sobre los novísimos - Card. Joseph Ratzinger

El demonio y su cola  - Un pensamiento siempre actual - "Un adiós" sospechoso - ¿Biblistas o sociólogos?» - Del purgatorio al limbo - Un servicio al mundo - No olvidar a los ángeles - El retorno del Espíritu

El demonio y su cola
Entre los muchos temas sobre los que departió ampliamente el cardenal Ratzinger, anticipados ya en el reportaje periodístico que precedió a este libro, hay un aspecto marginal que parece haber centrado la atención de muchos comentaristas.  Como era de prever, muchos artículos, con su correspondiente titulación, estaban dedicados no precisamente a los profundos análisis teológicos, exegéticos o eclesiológicos del Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, sino más bien a las referencias (algunos párrafos entre decenas de cuartillas) a aquella realidad que la tradición cristiana designa con los nombres de Diablo, Demonio, o Satanás.

¿Por el atractivo de lo pintoresco? ¿Por la divertida curiosidad hacia eso que muchos (incluso cristianos) consideran como una "supervivencia folklórica", como un aspecto "inaceptable para una fe que ha llegado a la madurez"? ¿O acaso se trata de algo más profundo, de una inquietud que se oculta detrás de la burla? ¿Serena tranquilidad, o exorcismo revestido de ironía?

No vamos a responder a esto.  Nos contentaremos con registrar el hecho objetivo: no hay tema como el del "Diablo" para suscitar el revuelo de los mass-media de la sociedad secularizada.

          Es difícil olvidar el eco —inmenso, y no sólo irónico, sino a veces hasta rabioso— que suscitó Pablo VI con su alocución durante la audiencia general del 15 de noviembre de 1972.  En ella volvía sobre lo que ya había expresado el 29 de junio precedente en la Basílica de San Pedro refiriéndose a la situación de la Iglesia: «Tengo la sensación de que por algún resquicio ha entrado el humo de Satanás en el templo de Dios».  Y había añadido entonces que «si en el Evangelio, en los labios de Cristo, se menciona tantas veces a este enemigo de los hombres», también en nuestro tiempo él, Pablo VI, creía «en algo preternatural que había venido al mundo para perturbar, para sofocar los frutos del Concilio Ecuménico y para impedir que la Iglesia prorrumpa en el himno de júbilo, sembrando la duda, la incertidumbre, la problemática, la inquietud y la insatisfacción» 13 (Nota 13: Pablo VI, Alocución en la audiencia general del 29 de junio de 1972).

Ya ante aquellas primeras alusiones se levantaron en el mundo murmullos de protesta.  Pero ésta explotó de lleno —durante meses y en los medios de comunicación del mundo entero— en aquel 15 de noviembre de 1972 que se ha hecho famoso: «El mal que existe en el mundo es el resultado de la intervención en nosotros y en nuestra sociedad de un agente oscuro y enemigo, el Demonio.  El mal no es ya sólo una deficiencia, sino un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor.  Terrible realidad.  Misteriosa y pavorosa.  Se sale del marco de la enseñanza bíblica y eclesiástica todo aquel que rehusa reconocerla como existente; e igualmente se aparta quien la considera como un principio autónomo, algo que no tiene su origen en Dios como toda creatura; o bien quien la explica como una pseudorrealidad, como una personificación conceptual y fantástica de las causas desconocidas de nuestras desgracias» 14 (Nota 14:. Pablo VI, Alocución del 15 de noviembre de 1972).

         Tras añadir algunas citas bíblicas en apoyo de sus palabras, Pablo VI continuaba: «El Demonio es el enemigo número uno, es el tentador por excelencia.  Sabemos que este ser oscuro y perturbador existe realmente y sigue actuando; es el que insidia sofísticamente el equilibrio moral del hombre, el pérfido encantador que sabe insinuarse en nosotros por medio de los sentidos, de la fantasía, de la concupiscencia, de la lógica utópica, o de las confusas acciones sociales, para introducir en nosotros la desviación... » 15 (Nota 15: Ibid.: Pablo VI, Alocución del 15 de noviembre de 1972).

miércoles, 30 de octubre de 2013

La comunión de los santos, una realidad muy bella de nuestra fe - Papa Francisco

PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
30 de octubre de 2013

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy me gustaría hablar de una realidad muy bella de nuestra fe, es decir, la comunión de los santos. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que este término hace referencia a dos realidades: la comunión en las cosas santas, y la comunión entre las personas santas (núm. 948). Me centro en el segundo significado: es una verdad entre las más reconfortantes de nuestra fe, porque nos recuerda que no estamos solos sino que hay una comunión de vida entre todos los que pertenecen a Cristo. Una comunión que nace de la fe; de hecho el término "santos" se refiere a aquellos que creen en el Señor Jesús, y se incorporan a Él en la Iglesia a través del bautismo. Por eso, los primeros cristianos fueron llamados también "los santos" (cf. Hch. 9,13.32.41; Rm. 8,27; 1 Cor. 6,1).

1 . El Evangelio de Juan dice que, antes de su pasión, Jesús oró al Padre por la comunión entre los discípulos con estas palabras: "Para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (17,21). La Iglesia, en su verdad más profunda, es comunión con Dios, familiaridad con Dios, una comunión de amor con Cristo y con el Padre en el Espíritu Santo, que se prolonga en una comunión fraterna. Esta relación entre Jesús y el Padre es la "matriz" de la unión entre nosotros los cristianos: si estamos íntimamente inseridos en esta "matriz", en este horno ardiente de amor, entonces podemos llegar a ser realmente un solo corazón y una sola alma entre nosotros, porque el amor de Dios incinera nuestro egoísmo, nuestros prejuicios, nuestras divisiones internas y externas. El amor de Dios también incinera nuestros pecados.

martes, 29 de octubre de 2013

Familia cristiana: familia que ora, que conserva la fe y que vive la alegría - Papa Francisco

HOMILÍA DEL
SANTO PADRE
FRANCISCO
EN LA SANTA MISA
DE CLAUSURA
DE LA PEREGRINACIÓN
DE
LAS FAMILIAS
 DEL MUNDO
A ROMA EN EL
AÑO DE LA FE

Domingo 27 de octubre de 2013

Las lecturas de este domingo nos invitan a meditar sobre algunas características fundamentales de la familia cristiana.
1. La primera: La familia que ora. El texto del Evangelio pone en evidencia dos modos de orar, uno falso – el del fariseo – y el otro auténtico – el del publicano. El fariseo encarna una actitud que no manifiesta la acción de gracias a Dios por sus beneficios y su misericordia, sino más bien la satisfacción de sí. El fariseo se siente justo, se siente en orden, se pavonea de esto y juzga a los demás desde lo alto de su pedestal. El publicano, por el contrario, no utiliza muchas palabras. Su oración es humilde, sobria, imbuida por la conciencia de su propia indignidad, de su propia miseria: este hombre en verdad se reconoce necesitado del perdón de Dios, de la misericordia de Dios.
La del publicano es la oración del pobre, es la oración que agrada a Dios que, como dice la primera Lectura, «sube hasta las nubes» (Si 35,16), mientras que la del fariseo está marcada por el peso de la vanidad.
A la luz de esta Palabra, quisiera preguntarles a ustedes, queridas familias: ¿Rezan alguna vez en familia? Algunos sí, lo sé. Pero muchos me dicen: Pero ¿cómo se hace? Se hace como el publicano, es claro: humildemente, delante de Dios. Cada uno con humildad se deja ver del Señor y le pide su bondad, que venga a nosotros. Pero, en familia, ¿cómo se hace? Porque parece que la oración sea algo personal, y además nunca se encuentra el momento oportuno, tranquilo, en familia… Sí, es verdad, pero es también cuestión de humildad, de reconocer que tenemos necesidad de Dios, como el publicano. Y todas las familias tenemos necesidad de Dios: todos, todos. Necesidad de su ayuda, de su fuerza, de su bendición, de su misericordia, de su perdón. Y se requiere sencillez. Para rezar en familia se necesita sencillez. Rezar juntos el “Padrenuestro”, alrededor de la mesa, no es algo extraordinario: es fácil. Y rezar juntos el Rosario, en familia, es muy bello, da mucha fuerza. Y rezar también el uno por el otro: el marido por la esposa, la esposa por el marido, los dos por los hijos, los hijos por los padres, por los abuelos… Rezar el uno por el otro. Esto es rezar en familia, y esto hace fuerte la familia: la oración.

“Familia, vive la alegría de la fe” - Papa Francisco

DISCURSO DEL
SANTO PADRE
FRANCISCO
A LAS FAMILIAS
DEL MUNDO
CON OCASIÓN
DE SU PEREGRINACIÓN
A ROMA EN EL
AÑO DE LA FEDE
Sábado 26 de octubre de 2013

Queridas familias:
Buenas tardes y bienvenidas a Roma.
Han llegado en peregrinación de muchas partes del mundo para profesar su fe ante el sepulcro de San Pedro. Esta plaza les acoge y les abraza: formamos un solo pueblo, con una sola alma, convocados por el Señor que nos ama y no nos abandona. Saludo también a todas las familias que nos siguen por televisión e internet: una plaza que se ensancha sin fronteras.
Han querido llamar a este momento: “Familia, vive la alegría de la fe”. Me gusta este título. He escuchado sus experiencias, las historias que han contado. He visto a muchos niños, muchos abuelos… He sentido el dolor de las familias que viven en medio de la pobreza y de la guerra. He escuchado a los jóvenes que quieren casarse, aunque se encuentran con mil dificultades. Y, en medio de todo esto, nos preguntamos: ¿cómo es posible vivir hoy la alegría de la fe en familia? Pero además les pregunto: “¿Es posible vivir esta alegría o no es posible?”.

lunes, 28 de octubre de 2013

Simón el Cananeo y Judas Tadeo nos ayuden a redescubrir siempre y a vivir incansablemente la belleza de la fe cristiana - Benedicto XVI

BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL
11 de octubre de 2006

Simón el Cananeo
y Judas Tadeo

Queridos hermanos y hermanas: 
Hoy contemplamos a dos de los doce Apóstoles:  Simón el Cananeo y Judas Tadeo (a quien no hay que confundir con Judas Iscariote). Los consideramos juntos, no sólo porque en las listas de los Doce siempre aparecen juntos (cf. Mt 10, 4; Mc 3, 18; Lc 6, 15; Hch 1, 13), sino también porque las noticias que se refieren a ellos no son muchas, si exceptuamos el hecho de que el canon del Nuevo Testamento conserva una carta atribuida a Judas Tadeo.
Simón recibe un epíteto diferente en las cuatro listas:  mientras Mateo y Marcos lo llaman "Cananeo", Lucas en cambio lo define "Zelota". En realidad, los dos calificativos son equivalentes, pues significan lo mismo:  en hebreo, el verbo qanà' significa "ser celoso, apasionado" y se puede aplicar tanto a Dios, en cuanto que es celoso del pueblo que eligió (cf. Ex 20, 5), como a los hombres que tienen celo ardiente por servir al Dios único con plena entrega, como Elías (cf. 1 R 19, 10).
Por tanto, es muy posible que este Simón, si no pertenecía propiamente al movimiento nacionalista de los zelotas, al menos se distinguiera por un celo ardiente por la identidad judía y, consiguientemente, por Dios, por su pueblo y por la Ley divina. Si es así, Simón está en los antípodas de Mateo que, por el contrario, como publicano procedía de una actividad considerada totalmente impura. Es un signo evidente de que Jesús llama a sus discípulos y colaboradores de los más diversos estratos sociales y religiosos, sin exclusiones. A él le interesan las personas, no las categorías sociales o las etiquetas.
Y es hermoso que en el grupo de sus seguidores, todos, a pesar de ser diferentes, convivían juntos, superando las imaginables dificultades:  de hecho, Jesús mismo es el motivo de cohesión, en el que todos se encuentran unidos. Esto constituye claramente una lección para nosotros, que con frecuencia tendemos a poner de relieve las diferencias y quizá las contraposiciones, olvidando que en Jesucristo se nos da la fuerza para superar nuestros conflictos.

domingo, 27 de octubre de 2013

Domingo XXX (ciclo c) Guión Litúrgico


Entrada:
Hermanos: reunidos para santificar el día del Señor, dispongamos nuestros corazones con la humildad necesaria para recibir los frutos que brotan del Santo Sacrificio que se actualiza en la celebración eucarística. Cantamos…

sábado, 26 de octubre de 2013

La luz de Francisco - Palito Ortega - Video Oficial


Parábola del Fariseo y el Publicano - Dibujos y canción


Domingo XXX (ciclo c) Catena Aurea

Lucas 18, 9-14
Y dijo también esta parábola a unos que confiaban en sí mismos, como si fuesen justos, y despreciaban a los otros. "Dos hombres subieron al templo a orar: el uno fariseo y el otro publicano. El fariseo, estando en pie, oraba en su interior de esta manera: Dios, gracias te doy porque no soy como los otros hombres, robadores, injustos, adúlteros, así como este publicano. Ayuno dos veces en la semana, doy diezmos de todo lo que poseo. Mas el publicano, estando lejos, no osaba ni aun alzar los ojos al cielo, sino que hería su pecho diciendo: Dios, muéstrate propicio a mí, pecador. Os digo que éste, y no aquél, descendió justificado a su casa; porque todo hombre que se ensalza, será humillado, y el que se humilla, será ensalzado".

San Agustín, De verb. Dom. serm. 36
Como la fe no es propia de los soberbios, sino de los humildes, añadió a todo lo dicho anteriormente la parábola de la humildad en contra de la soberbia. Por esto dice: "Y dijo también esta parábola a unos que confiaban en sí mismos", etc.
Teofilacto
Como la soberbia atormenta las mentes de los hombres más que las otras pasiones, aconseja respecto de ella con el mayor interés. La soberbia es el menosprecio de Dios. Cuando alguno se atribuye las buenas acciones que ejecuta y no a Dios, ¿qué otra cosa hace más que negar a Dios? La causa que tienen para confiar en sí mismos, consiste en no atribuir a Dios lo bueno que hacen, por cuya razón el Señor propone esta parábola, para los que le menosprecian por los demás. Así queda claro la justicia, aun cuando aproxime los hombres a Dios, si va acompañada de la soberbia, arroja al hombre al abismo, por lo que sigue: "Dos hombres subieron al templo a orar", etc.
Griego o Asterio, in Cat. graec. Patr
Con la viuda y el juez el Señor nos enseñó la diligencia de la oración. Ahora nos enseña por el fariseo y el publicano el modo de dirigirle nuestras súplicas, para que no sea infructuosa la oración. El fariseo fue condenado porque oraba sin atención. Y prosigue: "El fariseo estando en pie, oraba en su interior de esta manera".

Domingo XXX (ciclo c) San Agustín

El fariseo y el publicano

Dado que la fe no es propia de los soberbios, sino de los humildes, a algunos que se creían justos y despreciaban a los demás, propuso esta parábola: Subieron al templo a orar dos hombres. Uno era fariseo, el otro publicano. El fariseo decía: Te doy gracias, ¡oh Dios!, porque no soy como los demás hombres. ¡Si al menos hubiese dicho «como algunos hombres»! ¿Qué significa como los demás hombres, sino todos a excepción de él? «Yo, dijo, soy justo; los demás, pecadores». No soy como los demás hombres, que son injustos, ladrones, adúlteros. La cercana presencia del publicano te fue ocasión de mayor hinchazón. Como este publicano, dijo. «Yo, dijo, soy único; ése es de los demás». «Por mis acciones justas no soy como ése. Gracias a ellas no soy malvado». Ayuno dos veces en semana y doy la décima parte de cuanto poseo. ¿Qué pidió a Dios? Examina sus palabras y encontrarás que nada. Subió a orar, pero no quiso rogar a Dios, sino alabarse a sí mismo; más aún, subió a insultar al que rogaba. El publicano, en cambio, se mantenía en pie a lo lejos, pero el Señor le prestaba su atención de cerca. El Señor es excelso y dirige su mirada a las cosas humildes. A los que se exaltan, como aquel fariseo, los conoce, en cambio, desde lejos. Las cosas elevadas las conoce desde lejos, pero en ningún modo las desconoce. Escucha aun la humildad del publicano. Es poco decir que se mantenía en pie a lo lejos. Ni siquiera alzaba sus ojos al cielo. Para ser mirado rehuía el mirar él. No se atrevía a levantar la vista hacia arriba; le oprimía la conciencia y la esperanza lo levantaba. Escucha aún más: Golpeaba su pecho. El mismo se aplicaba los castigos. Por eso el Señor le perdonaba al confesar su pecado: Golpeaba su pecho diciendo: Señor, séme propicio a mí que soy un pecador. Pon atención a quien ruega. ¿De qué te admiras de que Dios perdone cuando el pecador se reconoce como tal? Has oído la controversia sobre el fariseo y el publicano; escucha la sentencia. Escuchaste al acusador soberbio y al reo humilde; escucha ahora al juez: En verdad os digo. Dice la Verdad, dice Dios, dice el juez: En verdad os digo que aquel publicano descendió del templo justificado, más que aquel fariseo. Dinos, Señor, la causa. Veo que el publicano desciende del templo más justificado; pregunto por qué. ¿Preguntas el porqué? Escúchalo: Porque todo el que se exalta será humillado, y todo el que se humilla será exaltado. Escuchaste la sentencia. Guárdate de que tu causa sea mala. Digo otra cosa: Escuchaste la sentencia, guárdate de la soberbia.

viernes, 25 de octubre de 2013

Brevísima síntesis de la Historia de la Iglesia

La Historia de la Iglesia no se estudia dentro de la Teología Dogmática, sino como un tratado aparte. Sin embargo, hemos decidido incluir un capítulo al respecto, pues su estudio resulta de gran utilidad para comprender la maravillosa acción de Dios en la historia y, por tanto, en la formulación de las verdades dogmáticas.

1 CONCEPTOS GENERALES
1.1 Concepto de historia de la Iglesia

Historia de la Iglesia es la parte de la historia general que estudia los hechos relativos al origen y desarrollo de la sociedad perfecta fundada por Jesucristo y que llamamos Iglesia.

Se, estudia, por tanto, el periodo que abarca dos mil años aproximadamente, desde Pentecostés hasta nuestros días.

1.2 La historia, manifestación de la Providencia

La historia no está sometida a fuerzas ciegas, a ciclos determinados ni es tampoco el resultado del azar. La historia en general es manifestación de la Providencia y la libertad humana.

Cualquier persona tiene deseos de conocer los antecedentes de su propia familia: de dónde procede, quiénes fueron sus parientes y qué hicieron. Es lógico, por tanto, que los cristianos tengamos el deseo de conocer la historia de nuestra Santa Madre la Iglesia,que es interés por saber los dones y las providencias de Dios, y la manera como los hombres correspondieron a esas gracias.

miércoles, 23 de octubre de 2013

El matrimonio en las Sagradas Escrituras, los Santos Padres y el Magisterio de la Iglesia - Mons. Gerhard L. Müller

Indisolubilidad del matrimonio
y debate sobre los divorciados vueltos a casar
y los sacramentos
(Artículo publicado en L´osservatore Romano)

La fuerza de la gracia

Tras el anuncio de un sínodo extraordinario que se celebrará en octubre de 2014 sobre la pastoral de la familia, se han sucedido intervenciones diversas, en particular acerca de la cuestión de los fieles divorciados vueltos a casar. Para profundizar con serenidad en el tema, que es cada vez más urgente, del acompañamiento pastoral de estos fieles en coherencia con la doctrina católica, publicamos una amplia contribución del arzobispo prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe. 

La discusión sobre la problemática de los fieles que tras un divorcio han contraído una nueva unión civil no es nueva. Siempre ha sido tratada por la Iglesia con gran seriedad, con la intención de ayudar a las personas afectadas, puesto que el matrimonio es un sacramento que alcanza en modo particularmente profundo la realidad personal, social, e histórica del hombre. A causa del creciente número de afectados en países de antigua tradición cristiana, se trata de un problema pastoral de gran trascendencia. Hoy los creyentes se interrogan muy seriamente: ¿No puede la Iglesia autorizar a los cristianos divorciados y vueltos a casar, bajo determinadas condiciones, a recibir los sacramentos? ¿Les están definitivamente atadas las manos en estas cuestiones? Los teólogos, ¿realmente han considerado todas las implicaciones y consecuencias al respecto? 

Estas preguntas deben ser discutidas en conformidad con la enseñanza católica sobre el matrimonio. Una pastoral enteramente responsable presupone una teología que se abandone a Dios que se revela, prestándole el pleno obsequio del entendimiento y de la voluntad”, y asintiendo “voluntariamente a la revelación hecha por El” (Constitución apostólica Dei Verbum, n. 5). Para hacer comprensible la auténtica doctrina de la Iglesia, debemos comenzar por la Palabra de Dios, contenida en la Sagrada Escritura, explicada por la tradición eclesial e interpretada de modo vinculante por el Magisterio.

El siglo XX ha generado el doble de mártires que los diecinueve siglos precedentes - Mons. José Ignacio Munilla

La persecución religiosa en el siglo XX

En la definición católica del término, los mártires son aquellos que fueron asesinados por «odium fidei» (odio a la fe) y que murieron testimoniando su fe en Cristo. En mi opinión, una de las principales aportaciones de los mártires de la persecución religiosa en el siglo XX, es la forma en que testimoniaron la doctrina evangélica del perdón al enemigo. Imitando a Cristo en su muerte, ellos también murieron rezando por sus verdugos, y expresándoles abiertamente su perdón.
 
Supongo que el siguiente dato contrastado, sorprenderá a más de un lector: El siglo XX ha generado el doble de mártires que los diecinueve siglos precedentes. Tras la Revolución Bolchevique del año 1917, el martirio pasó a extenderse a muchos países de los estados más dispares de los cinco continentes. De una forma especial, destaca la persecución religiosa acontecida en Rusia, donde fueron martirizados más de doscientos veinte mil sacerdotes, religiosos y religiosas, además de varios millones de seglares. En total, Andrea Riccardi, en su libro «El siglo de los mártires», calcula que el siglo XX fue testigo del martirio de unos 29 millones de cristianos.

La historia va tan deprisa, que hoy tal vez nos falte la perspectiva necesaria para enmarcar y comprender la profusión del martirio en el siglo XX. Fue Carlos Marx (1818-1883) quien acuñó la expresión: «la religión es el opio del pueblo». Se trataba ciertamente, de un pensamiento; no de una agresión. Pero es obvio que la violencia es generada por el odio, y que el odio es generado por determinadas ideas. Y según el pensamiento de Carlos Marx, la religión sería una invención de los ricos para que los pobres se resignen a un destino injusto en esta vida, remitiéndoles a una falsa esperanza en la salvación eterna. Al igual que los trabajadores están esclavizados por el «capital», también el ser humano estaría dominado por el producto de su propio cerebro (sus creencias religiosas).En consecuencia, el hombre necesitaría deshacerse de la religión para alcanzar la libertad.

Dado que para el marxismo no cabe la conversión del hombre, porque cada uno somos un mero producto de la clase social en la que hemos nacido, la única salida posible sería la revolución violenta. Es un ejemplo claro de cómo las ideas erróneas pueden llegar a convertirse en ideologías fratricidas, haciéndose cómplices del asesinato de inocentes.

Ciertamente, en el siglo XX se dieron otros muchos tipos de persecuciones, además de la estrictamente religiosa: persecuciones por motivos raciales, coloniales, totalitarismos políticos, etc. Pero entre tantos episodios de violencia (algunos de ellos por motivos múltiples o combinados) destacan de forma especial los mártires de la persecución religiosa: ellos se negaron a responder al mal con el mal. Es más, hicieron frente al mal con el bien. En efecto, los mártires no fueron contendientes en guerra alguna; no tomaron las armas en sus manos; prefirieron padecer injustamente como corderos llevados al matadero, que salvar su pellejo haciéndose cómplices del mal. En otras palabras: en la definición católica del término, los mártires son aquellos que fueron asesinados por «odium fidei» (odio a la fe) y que murieron testimoniando su fe en Cristo.

martes, 22 de octubre de 2013

Las encíclicas de Juan Pablo II - Card. Joseph Ratzinger

"La Iglesia al servicio del Hombre"
Pontifica Universidad Lateranense
(Roma, 8-10 de mayo de 2003)

Conferencia del Cardenal Joseph Ratzinger
Las catorce encíclicas del Santo Padre Juan Pablo II
Sería absurdo pensar que se puede hablar en media hora de las catorce encíclicas de nuestro Santo Padre. Sería preciso examinar cada una detalladamente, para poder comprender la estructura del conjunto y para captar sus temas centrales y la línea de su enseñanza. En media hora sólo se puede brindar una panorámica aproximada y superficial. La elección de los puntos que subrayamos es necesariamente unilateral y podría hacerse también de modo diverso. Además, una valoración conjunta debería incluir también los demás textos magisteriales del Papa, que a menudo son de gran trascendencia y pertenecen sin duda al conjunto de las afirmaciones doctrinales del Santo Padre.
Dicho esto, las encíclicas se deben dividir por grupos de temas afines. Conviene recordar ante todo el tríptico trinitario de los años 1979-1986, que abarca las encíclicas Redemptor hominis, Dives in misericordia y Dominum et vivificantem. A la década 1981-1991 pertenecen las tres encíclicas sociales: Laborem exercens, Sollicitudo rei socialis y Centesimus annus. Luego están las encíclicas que tratan temas de eclesiología: Slavorum apostoli (1985), Redemptoris missio (1990) y Ut unum sint (1995). En el ámbito eclesiológico se puede situar también la última encíclica, hasta ahora, del Papa: Ecclesia de Eucharistia (2003), así como en cierto sentido, la encíclica mariana Redemptoris Mater (1987).
Ya en su primera encíclica el Papa había unido íntimamente los temas de la madre Iglesia y de la Madre de la Iglesia, ensanchándolos al ámbito histórico-teológico y pneumatológico: "Suplico sobre todo a María, la celestial Madre de la Iglesia, que se digne, en esta oración del nuevo Adviento de la humanidad, perseverar con nosotros que formamos la Iglesia, es decir, el Cuerpo místico de su Hijo unigénito. Espero que, gracias a esta oración, podamos recibir al Espíritu Santo que desciende sobre nosotros (cf. Hch 1, 8) y convertirnos de este modo en testigos de Cristo "hasta los últimos confines de la tierra"" (Redemptor hominis, 22). En la mariología, para el Papa, se encuentran todos los grandes temas de la fe: no hay encíclica que no concluya con una referencia a la Madre del Señor.
Y, por último, tenemos tres grandes textos doctrinales, que pueden situarse en el ámbito antropológico: Veritatis splendor (1993), Evangelium vitae (1995) y Fides et ratio (1998).

lunes, 21 de octubre de 2013

Novena por los fieles difuntos

NOVENA EN SUFRAGIO
DE LAS
BENDITASALMAS DEL PURGATORIO
(Para rezar en cualquier época del año
y en especial del 24 de Octubre al 1 de Noviembre)

PARA TODOS LOS DÍAS

Por la señal de la santa cruz, de nuestros enemigos líbranos Señor, Dios nuestro.
En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Acto de contrición


Pésame, Dios mío, y me arrepiento de todo corazón de haberos ofendido. Pésame por el infierno que merecí y por el cielo que perdí. Pero mucho más me pesa porque pecando ofendí a un Dios tan bueno y tan grande como vos. Antes querría haber muerto que haberos ofendido. Y propongo firmemente no pecar más y evitar todas las ocasiones próximas de pecado. Amén.

Oración al Padre Eterno


Padre celestial, Padre amorosí­simo, que para salvar las Almas quisiste que tu Hijo unigé­nito, tomando carne humana en las entrañas de una Virgen purísi­ma, se sujetase a la vida más po­bre y mortificada, y derramase su Sangre en la cruz por nuestro amor: Compadécete, de las benditas almas del Purgatorio y líbralas de sus horrorosas llamas. Compadé­cete también de la mía, y líbrala de la esclavitud del vicio. Y si tu Justicia divina pide satisfacción por las culpas cometidas, yo te ofrezco todas las obras buenas que haga en este Novenario. De ningún valor son, es verdad; pero yo las uno con los méritos infinitos de tu Hijo divino, con los dolores de su Ma­dre santísima, y con las virtudes heroicas de cuantos justos han existido en la tierra. Míranos, vi­vos y difuntos, con com­pasión, y haz que celebremos un día tus misericordias en el eterno descanso de la gloria. Amén.

MEDITACIÓN DEL DÍA


ORACIÓN FINAL
Oh María, Madre de misericordia: acuérdate de los hijos que tienes en el purgatorio y, presentando nuestros sufragios y tus méritos a tu Hijo, intercede para que les perdone sus deudas y los saque de aquellas tinieblas a la admirable luz de su gloria, donde gocen de tu vista dulcísima y de la de tu Hijo bendito.
Oh glorioso Patriarca San José, intercede juntamente con tu Esposa ante tu Hijo por las almas del purgatorio. Amén.

Dales, Señor el descanso eterno
y brille para ellas la Luz que no tiene fin.

Que descansen en paz.
Amén.

Que las almas de todos los fieles difuntos,
por la misericordia de Dios descansen en paz. Amén.

Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío.

San José, ruega por nosotros.

MEDITACIÓN DÍA PRIMERO


Existencia del Purgatorio

Punto Primero.-Es un artícu­lo de fe que las almas de los que mueren con alguna culpa venial, o sin haber satisfecho plenamente a la Justicia divina por los pecados ya perdonados, están detenidas en un lugar de expiación que llama­mos Purgatorio. Así lo enseña la santa Madre Iglesia, columna infa­lible de la verdad: así lo confirma la más antigua y constante tradi­ción de todos los siglos; así lo ase­guran unánimemente los santos Padres griegos y latinos, Tertulia­no, San Cirilo, San Cipriano, San Juan Crisóstomo, San Ambrosio, San Agustín, y tantos otros; así lo han definido los sagrados Conci­lios de Roma, de Cartago, de Flo­rencia, de Letrán y de Trento, diri­gidos por el Espíritu Santo. Y aun­que la Iglesia no lo enseñase así ¿no lo dice bastante la razón na­tural?

domingo, 20 de octubre de 2013

La mujer en la Iglesia - Card. Joseph Ratzinger

Las mujeres: Una Mujer
Un sacerdocio en cuestión - Contra la «trivialización» de la sexualidad - En defensa de la naturaleza - Feminismo en el convento - ¿Un futuro sin monjas? - Un remedio: María - Seis motivos para no olvidarla - Fátima y aledaños

 Un sacerdocio en cuestión

Según el cardenal, la reflexión sobre la crisis de la moral se halla estrechamente vinculada al tema (hoy actualísimo en la Iglesia) de la mujer y su misión.

El documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe que ratificaba el «no» católico (compartido por todas las Iglesias de la ortodoxia oriental y, hasta tiempos muy recientes, por los anglicanos) al sacerdocio de la mujer, lleva al pie la firma del predecesor del cardenal Ratzinger. Este, sin embargo, contribuyó a su elaboración, y, a una pregunta mía concreta, lo define como «muy bien preparado, aunque, como todos los documentos oficiales, presenta una cierta sequedad y va directamente a las conclusiones sin poder dar razón, con la amplitud que sería necesaria, de todos los pasos que a ellas conducen».

A este documento remite el Prefecto para examinar de nuevo una cuestión a su juicio, ha sido con frecuencia mal planteada.

Hablando del tema de la mujer en general (y de su proyección en la Iglesia, en particular entre las religiosas) me parece advertir en él una singular amargura: «Es la mujer la que más duramente paga las consecuencias de la confusión, de la superficialidad de una cultura que es fruto de mentes masculinas, de ideologías machistas que engañan a la mujer y la desquician en lo más profundo, diciendo que en realidad quieren liberarla».

sábado, 19 de octubre de 2013

Domingo XIX (ciclo c) Guión Litúrgico


Entrada:

Hermanos: En la primera comunidad de Jerusalén, los creyentes “acudían asiduamente a las enseñanzas de los Apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones” . Esta secuencia de actos es típica de la oración de la Iglesia; fundada sobre la fe apostólica y autentificada por la caridad, se alimenta con la Eucaristía.
Reunidos para celebrar la Eucaristía Dominical y elevar como Iglesia nuestra oración al Padre Cantamos…

Domingo XIX (ciclo c) Catena Aurea

Lucas 18,1-8
Y les decía también esta parábola: que es menester orar siempre, y no desfallecer. Diciendo: "Había un juez en cierta ciudad que no temía a Dios, ni respetaba a hombre alguno. Y había en la misma ciudad una viuda que venía a él y le decía: Hazme justicia de mi contrario. Y él por mucho tiempo no quiso. Pero después de esto dijo entre sí: Aunque ni temo a Dios ni a los hombres tengo respeto, todavía, porque me es importuna esta viuda, le haré justicia, porque no venga tantas veces que al fin me muela. Y dijo el Señor: Oíd lo que dice el injusto juez: ¿Pues Dios no hará venganza de sus escogidos, que claman a El día y noche, y tendrá paciencia en ellos? Os digo, que presto los vengará. Mas cuando viniere el Hijo del hombre, ¿pensáis que hallará fe en la tierra?"

Teofilacto
Después que el Señor hace mención de estas penalidades y peligros, expone su remedio, que es la oración asidua y premeditada. Por esto añade: "Y les decía también esta parábola", etc.

Crisóstomo
El que te redimió y el que quiso crearte, fue quien lo dijo. No quiere que cesen tus oraciones; quiere que medites los beneficios cuando pides y quiere que por la oración recibas lo que su bondad quiere concederte. Nunca niega sus beneficios a quien los pide y por su piedad excita a los que oran a que no se cansen de orar. Admite, pues, con gusto las exhortaciones del Señor: debes querer lo que manda y debes no querer lo que el mismo Señor prohibe. Considera, finalmente, cuánta es la gracia que se te concede: tratar con Dios por la oración y pedir todo lo que deseas. Y aunque el Señor calla en cuanto a la palabra, responde con los beneficios. No desdeña lo que le pides, no se hastía sino cuando callas.

Beda
Debe decirse también que ora siempre y no falta el que no deja nunca el oficio de las horas canónicas. Y todo lo demás que el justo hace o dice en conformidad con el Señor, debe considerarse como oración.

Domingo XIX (ciclo c) Benedicto XVI

HOMILÍA DEL
SANTO PADRE
BENEDICTO XVI
Domingo 17 de octubre de 2010 

Queridos hermanos y hermanas:

Se renueva hoy en la plaza de San Pedro la fiesta de la santidad. Con alegría os doy mi cordial bienvenida a vosotros, que habéis llegado, incluso de muy lejos, para participar en ella. Un saludo particular a los cardenales, a los obispos y a los superiores generales de los institutos fundados por los nuevos santos, así como a las delegaciones oficiales y a todas las autoridades civiles. Juntos procuremos acoger lo que el Señor nos dice en las Sagradas Escrituras que se acaban de proclamar. La liturgia de este domingo nos ofrece una enseñanza fundamental: la necesidad de orar siempre, sin cansarse. A veces nos cansamos de orar, tenemos la impresión de que la oración no es tan útil para la vida, que es poco eficaz. Por ello, tenemos la tentación de dedicarnos a la actividad, a emplear todos los medios humanos para alcanzar nuestros objetivos, y no recurrimos a Dios. Jesús, en cambio, afirma que hay que orar siempre, y lo hace mediante una parábola específica (cf. Lc 18, 1-8).

En ella se habla de un juez que no teme a Dios y no siente respeto por nadie, un juez que no tiene una actitud positiva, sino que sólo busca su interés. No tiene temor del juicio de Dios ni respeto por el prójimo. El otro personaje es una viuda, una persona en una situación de debilidad. En la Biblia la viuda y el huérfano son las categorías más necesitadas, porque están indefensas y sin medios. La viuda va al juez y le pide justicia. Sus posibilidades de ser escuchada son casi nulas, porque el juez la desprecia y ella no puede hacer ninguna presión sobre él. Tampoco puede apelar a principios religiosos, porque el juez no teme a Dios. Por lo tanto, al parecer esta viuda no tiene ninguna posibilidad. Pero ella insiste, pide sin cansarse, es importuna; así, al final logra obtener del juez el resultado. Aquí Jesús hace una reflexión, usando el argumento a fortiori: si un juez injusto al final se deja convencer por el ruego de una viuda, mucho más Dios, que es bueno, escuchará a quien le ruega. En efecto, Dios es la generosidad en persona, es misericordioso y, por consiguiente, siempre está dispuesto a escuchar las oraciones. Por tanto, nunca debemos desesperar, sino insistir siempre en la oración.

viernes, 18 de octubre de 2013

Recepción, actualidad y perspectivas de futuro de la Exhortación apostólica ‘Pastores dabo vobis’ - Card. Mauro Piacenza

Conferencia del Emmo. Cardenal Mauro Piacenza, Prefecto de la Congregación para el Clero, a los formadores de los Seminarios Mayores de España en el XX aniversario de la Exhortación Apostólica “Pastores dabo vobis”. Madrid, miércoles 4 de septiembre de 2013

Señor Nuncio,
Venerables Hermanos,
Amigos todos:

      Es para mí una profunda alegría poder compartir con todos vosotros estos momentos de reflexión y de diálogo al servicio de las Vocaciones al Sacerdocio ministerial, en la concomitante celebración del XX aniversario de la publicación de la Exhortación Apostólica postsinodal Pastores dabo vobis.

      Sencillamente y con toda humildad quiero ofrecer con mis palabras algunos puntos de reflexión, que nacen de la riqueza, que todavía el Documento representa para toda la Iglesia y de la concreta experiencia, que emerge del continuo contacto con el clero.

      Al final de mi relación espero tener la oportunidad de escuchar y acoger vuestras sugerencias y reflexiones, respondiendo a vuestras preguntas para así poder profundizar todos juntos en aquello que se dirá y, de una manera siempre más eficaz, poder estar al servicio de la Iglesia, ofreciendo a Ella esa crucial y maravillosa labor, que es la formación sacerdotal.

1. ‘Pastores dabo vobis’: Cambio de circunstancias y actualidad del documento

      Como todos sabemos, la Pastores dabo vobis es un fruto maduro del Sínodo, querido por el Beato Juan Pablo II, acerca de un tema fundamental para la Iglesia y para el mundo, el tema de las Vocaciones. Si veinte años en la historia de la Iglesia pueden justamente parecer una minucia diluida en el tiempo, sin embargo, es necesario reconocer que en las sociedades contemporáneas, que tienen como una de las características la velocidad en las comunicaciones y una rapidez en los cambios nunca experimentados por el hombre en tiempos pasados, dos decenios pueden compararse a “dos siglos”. Basta sólo pensar en el uso que los candidatos al Sacerdocio hacen hoy de los medios de comunicación y a la desenvoltura mediante los cuales es posible entrar en contacto con personas y realidades, cosa que era casi imposible imaginar hace tan sólo veinte años.

jueves, 17 de octubre de 2013

Perder la vida, por entregarla con amor a Cristo y a los hermanos, lleva a la alegría, la paz, la fecundidad, la salvación

El martirio de Cristo y de los cristianos
Introducción
P. José María Iraburu 

Cristo, el testigo (mártir) veraz, avanza toda su vida por un camino que conduce a la Cruz, donde consuma nuestra salvación. Y nosotros, si queremos ser discípulos suyos, hemos de ser también mártires, llevando su Cruz cada día hasta nuestra muerte. El Maestro nos lo enseña claramente:

«entrad por la puerta estrecha, porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que van por allí. Pero es angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la Vida, y son pocos los que lo encuentran» (Mt 7,13-14).

Así pues, «si alguno quiere venir detrás de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, y quien perdiere su vida por mi causa y por el Evangelio, la salvará» (Mc 8,34-35).

Perder la vida, por entregarla con amor a Cristo y a los hermanos, lleva a la alegría, la paz, la fecundidad, la salvación. Guardar la vida, por no darla a Dios y al prójimo, conduce a la tristeza y a la angustia, a la esterilidad y a la perdición.

Al pueblo cristiano se le ofrecen, pues, dos caminos: el verdadero, el del Evangelio, que se recorre con la cruz y que lleva a la vida, y el sendero falso de un falso Evangelio, que intenta eludir la cruz y que lleva a la muerte.

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