domingo, 14 de abril de 2013

Domingo III de Pascua (ciclo c) Catena Aurea

Juan 21,1-19
          Después se mostró Jesús otra vez a sus discípulos en el mar de Tiberíades. Y se mostró así: Estaban juntos Simón Pedro y Tomás, llamado Dídimo, y Natanael, que era de Caná de Galilea, y los hijos de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dice: "Voy a pescar". Le dicen: "Vamos también nosotros contigo". Salieron, pues, y subieron en un barco; y aquella noche no cogieron nada. Mas cuando vino la mañana, se puso Jesús a la ribera: pero no conocieron los discípulos que era Jesús. Y Jesús les dijo: "¿Hijos, tenéis algo de comer?" Le respondieron: "No". Les dice: "Echad la red a la derecha del barco, y hallaréis". Echaron la red, y ya no la podían sacar por la muchedumbre de los peces. Dijo entonces a Pedro aquel discípulo a quien amaba Jesús: "El Señor es". Y Simón Pedro cuando oyó que era el Señor, se ciñó su túnica (porque estaba desnudo), y se echó en el mar. Y los otros discípulos vinieron con el barco (porque no estaban lejos de tierra, sino como doscientos codos), tirando de la red con los peces. Y luego que saltaron a tierra, vieron brasas puestas, y un pez sobre ellas y pan. Jesús les dice: "Traed acá los peces que cogisteis ahora". Entonces subió Simón Pedro y trajo la red a tierra llena de grandes peces, ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
          Jesús les dice: "Venid, comed". Y ninguno de los que comían con El osaba preguntarle: "¿Tú quién eres?", sabiendo que era el Señor. Llega, pues, Jesús, y tomando el pan se lo da, y asimismo el pez. Esta fue ya la tercera vez que se manifestó Jesús a sus discípulos después que resucitó de entre los muertos.
          Y cuando hubieron comido, dice Jesús a Simón Pedro: "¿Simón, hijo de Juan, me amas más que éstos?" Le responde: "Sí, Señor, Tú sabes que te amo". Le dice: "Apacienta mis corderos". Le dice segunda vez: "¿Simón, hijo de Juan, me amas?" Le responde: "Sí, Señor, Tú sabes que te amo". Le dice: "Apacienta mis corderos". Le dice tercera vez: "¿Simón, hijo de Juan, me amas?" Pedro se entristeció porque le había dicho la tercera vez: "¿Me amas?" Y le dijo: "Señor, Tú sabes todas las cosas: Tú sabes que te amo". Y le dijo: "Apacienta mis ovejas".
          "En verdad, en verdad te digo, que cuando eras mozo, te ceñías e ibas a donde querías; mas cuando ya fueres viejo, extenderás tus manos y te ceñirá otro, y te llevará a donde tú no quieras". Esto dijo, señalando con qué muerte había de glorificar a Dios.

San Agustín, in Ioannem, tract., 122
Por lo que anteriormente dijo el Evangelista, parece que indica el fin de este libro. Pero sigue contando cómo se manifestó el Señor en el mar de Tiberíades. Por esto dice: "Después se manifestó otra vez junto al mar de Tiberíades".
 
Crisóstomo, in Ioannem, hom. 86
Dice después, porque ya no iba de continuo con ellos como antes. Y dice se dejó ver, porque no lo hubieran visto si El no lo hubiese permitido, y porque su cuerpo era inmortal. Hace también mención del lugar, como demostrando que el Señor les había quitado el temor y se atrevían ya a alejarse de casa; no se encerraban en ella, y sin temor de los judíos habían ido a Galilea.

Beda
El Evangelista refiere primero el hecho según acostumbra, y después cuenta cómo sucedió, diciendo: "Se manifestó de este modo".

Crisóstomo, ut supra
Como el Señor no estaba siempre con ellos, ni les había sido dado el Espíritu Santo, ni tenían encargo que desempeñar, ni nada que hacer, se ocupaban en la pesca. Y así dice: "Estaban juntos Simón Pedro y Tomás, conocido por Dídimo, y Nathanael, que era de Caná de Galilea (que es el que fue llamado Felipe), y los hijos de Zebedeo (Santiago y Juan), y otros dos discípulos. Díceles Simón Pedro: Voy a pescar".

San Gregorio, In Evang. hom. 24
Puede preguntarse por qué Pedro, que fue pescador antes de su conversión, volvió a su oficio después de ella, siendo así que la Verdad dijo: "Ninguno que ha puesto la mano en el arado y vuelve la vista atrás es apto para el reino de Dios" ( Lc 9,62).

San Agustín, ut supra
Si esto lo hubieran hecho los discípulos después de la muerte de Jesús y antes de su resurrección de entre los muertos, creeríamos lo hacían dominados de desesperanza. Pero ahora, después de recobrarle vivo del sepulcro, de inspeccionar las cicatrices de sus heridas y de recibido el soplo del Espíritu Santo, vuelven en seguida a ser lo que antes eran: pescadores, no de hombres, sino de peces. Debe a esto responderse que no les había sido prohibido ganarse el sustento en un arte lícito, salvada la integridad de su apostolado, siempre que no tuvieran de qué vivir. Porque si el bienaventurado San Pablo, renunciando al derecho que con razón le pertenecía como a los demás predicadores del Evangelio, no quiso usar de él como los demás, sino que vivió de su peculio, a fin de que las naciones que eran extrañas al nombre de Cristo, no menospreciaran su doctrina como venal, se dedicó a aprender un arte que antes ignoraba, para no gravar a sus oyentes y vivir del trabajo de sus manos, ¿con cuánta más razón el bienaventurado San Pedro, que ya había sido pescador, podía volver a su oficio, si en aquella ocasión no tenía de qué vivir? Pero responderá alguno: ¿Y por qué no encontró, habiéndoselo prometido el Señor cuando dijo "Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás os será ofrecido" ( Mt 6,33)? Sin duda que el Señor cumplió lo que ofreció, pues ¿quién fue el que aprontó los peces para que fuesen cogidos? Y es de creer que les puso en la necesidad de tomarse el trabajo de ir a pescar, porque tenía dispuesto hacer un milagro.

San Gregorio, ut supra
No fue pecado volver a tomar, después de su conversión, el oficio que sin pecado habían tenido antes de convertirse. Esta es la razón por qué Pedro volvió a la pesca después de su conversión. Y Mateo no volvió al negocio de la recaudación de los impuestos, pues hay muchos cargos que difícilmente se desempeñan sin pecado, y éstos deben renunciarse después de convertirse.

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 86
Otros de los discípulos seguían a Pedro. Y continúa: "Dijéronle: Vamos contigo", y todos, reunidos como estaban querían ver el resultado de la pesca. Sigue: "Y salieron y subieron al barco". Pescaban de noche, porque aún temían.

San Gregorio, ut supra
Pero se les hizo la pesca muy difícil, a fin de que, viniendo el Maestro, resultara admirable y sublime. Por esto sigue: "Y en aquella noche no cogieron nada".

Crisóstomo, ut supra
En medio de los trabajos y aflicción de los discípulos, se presenta Jesús. Y sigue: "Amanecido el día, se situó Jesús en la playa". No quiso descubrírseles de repente, sino entablar con ellos conversación. Empieza por hablarles a manera humana. Y sigue: "Jesús les dice: Muchachos, ¿tenéis algo que comer?" Lo pregunta como quien desea comprar algo; pero en cuanto ellos temieron, les hizo seña para que le conocieran. Sigue, pues: "Díjoles: Echad la red a la derecha del barco y encontraréis". A esto siguieron grandes cosas, siendo la primera la pesca de muchos peces. Y así, sigue: "Echaron la red y no podían ya sacarla por la multitud de peces". Pero en este movimiento de Cristo, Pedro y Juan demostraron su diferente modo de ser. Juan era perspicaz y así conoció enseguida al Señor. Por esto sigue: "Dice, pues, a Pedro aquel discípulo a quien amaba Jesús: El Señor es".

Beda
Con esta indicación demuestra en esta ocasión, como en muchas, su persona. Conoció, pues, el primero al Señor, bien por esta milagrosa pesca, bien por el conocido sonido de la voz, o bien por el recuerdo de la primera pesca.

Crisóstomo, ut supra
Como Pedro era más impetuoso, llegó primero a Cristo. Sigue: "Al oír Simón Pedro que era el Señor, se ciñó la túnica (porque estaba desnudo)".
 
Beda
Se dice que Pedro estaba desnudo en comparación de la demás ropa que acostumbraba usar, como cuando decimos a alguno que viste un traje sencillo ¿por qué vas desnudo? O puede entenderse que iba al estilo de los pescadores.

Teofilacto
El haberse ceñido Pedro es señal de recato. Se vistió, pues, del lienzo con que los pescadores de Tiro y de Fenicia solían envolverse para conservar los demás vestidos, ya estuvieran o no desnudos.

Beda
Con el mismo ardor con que hacía otras muchas cosas, fue a Jesús. Y sigue: "Y se entró en el mar", los demás discípulos llegaron en el barco. Pero no se ha de entender que Pedro fue andando sobre las aguas, sino nadando o por su propio pie, porque estaban cerca de tierra, pues sigue: "No estaban lejos de tierra".

Glosa
Aquí hay trasposición porque sigue: "tirando de la red con los peces", porque para que haya coordinación debería decir: "Y los otros discípulos vinieron en el barco tirando de la red con los peces".

Crisóstomo, ut supra
En seguida cita otro milagro, diciendo: "Cuando bajaron a tierra vieron ascuas colocadas", etc. No obra aun los milagros en materia preexistente, sino de una manera más admirable, demostrando que antes de su muerte hacía los milagros de una manera misteriosa sobre materia que ya existía.

San Agustín, in Ioannem, tract., 122
No se ha de entender que el pan estuviese colocado sobre las brasas, sino como si dijera: Vieron colocadas las brasas y el pez puesto sobre ellas, y también vieron el pan.

Crisóstomo, ut supra
Para demostrarles que no era ilusión lo que veían, les manda traer de los peces que habían cogido. Sigue, pues: "Les dice Jesús: Traed de los peces que habéis cogido ahora". A continuación se vio otro milagro, como el que la red no se había roto, a pesar de la multitud de los peces. Sigue, pues: "Subió Simón Pedro y trajo a tierra la red llena de grandes peces, ciento cincuenta y tres, y siendo tantos, la red no se había roto".

San Agustín, ut supra
En sentido espiritual, esta captura de los peces es una figura de que la Iglesia deberá existir en la última resurrección de los muertos. Esto lo da a entender la interposición del capítulo que, como adicionado al libro que deja concluido, sirve de introducción a una narración nueva. Los siete discípulos presentes a esta pesca significan el fin del tiempo, porque éste está comprendido en los siete días.

Teofilacto
Esta noche antes de la presencia de Cristo, significa los profetas que no pudieron coger nada antes de la salida del sol, Jesucristo. Porque aunque se esforzaron en convertir a Israel, esta nación reincidía frecuentemente en la idolatría.

San Gregorio, In Evang. hom. 24
Se puede preguntar por qué razón, mientras los discípulos luchaban en medio del mar, se presentó en la playa, después de su resurrección, el que antes de ella había andado sobre las olas en presencia de sus discípulos. Pero la mar significa el siglo presente, que se combate a sí mismo por el choque de las tumultuosas olas de esta vida corruptible, al paso que la tierra firme de la playa significa la estabilidad del eterno descanso. Y como los discípulos luchaban todavía con las olas de esta vida mortal, se fatigaban en el mar, mientras nuestro Redentor, después de su resurrección, habiendo sacudido la corrupción de la carne, permanecía firme en la playa.

San Agustín, ut supra
La playa es el límite del mar, y significa el fin del mundo, pues así como en este pasaje se figura a la Iglesia tal como se encontrará en el fin del mundo, del mismo modo el Señor significó en otra pesca a la Iglesia tal cual es ahora; por lo que en la primera pesca no estaba en la playa, sino que, subiendo a la nave de Pedro, le rogó que se alejara un poco de tierra. En aquella pesca no se echaron las redes a la derecha para significar sólo a los buenos, ni a la izquierda para designar sólo a los malos, sino indiferentemente dijo: "Echad vuestras redes para pescar" ( Lc 5,4), a fin de que entendamos mezclados los buenos con los malos. Pero aquí dice "Echadla a la derecha de la nave", para señalar sólo aquellos buenos que estaban a la derecha. Aquello lo hizo al principio de su predicación; esto, después de su resurrección. Allí, manifestando en la pesca de buenos y malos a los que hoy están en la Iglesia; y en ésta, tan sólo a los buenos, que conservará eternamente en el fin del mundo, después de la resurrección de los muertos. Aquellos, pues, que pertenecen a la resurrección de la vida (esto es, a la derecha), y que están prendidos en las redes del nombre cristiano, éstos aparecerán en la playa cuando resucitaren al fin del mundo. Esta es la razón por qué no pudieron sacar las redes para descargar en la nave los peces que habían cogido, como en otras ocasiones lo hicieron. La Iglesia guarda estos peces de la derecha (como en profundo sueño de paz) ocultos para después del fin de esta vida, hasta que de la red descansen en la playa. En cuanto a la pesca primera en dos barcos distantes de ésta doscientos codos, creo que representan las dos clases de elegidos y la circuncisión y el prepucio.

Beda
O los doscientos codos representan los dos preceptos de la caridad, pues por el amor a Dios y al prójimo nos acercamos a Cristo. El pez asado, es Cristo crucificado. Este se dignó ocultarse en las aguas del humano linaje; quiso ser prendido en el lazo de nuestra muerte; y el que se hizo por nosotros pez por la humanidad, ha sido nuestro pan restaurador por su divinidad.

San Gregorio, ut supra
A Pedro, pues, le ha sido confiada la Santa Iglesia, y por esto se dice al mismo de una manera especial: "Apacienta mis ovejas". Lo que después se demuestra en palabras, ahora se significa por las obras. Este, pues, lleva los peces a la playa firme, porque enseña a los fieles la estabilidad de la vida eterna. Esto hizo siempre con la predicación y las epístolas, y ahora lo hace todos los días por signos y milagros. Pero al decir que la red estaba llena de grandes peces, expresa cuántos, y dice así: "Llena de grandes peces: ciento cincuenta y tres".

San Agustín, ut supra
En la otra pesca no se expresa el número de peces, como si sucediera en aquella lo que dijo el profeta: "Anuncié, y hablé, y se multiplicaron sin número" ( Sal 39,6). Pero aquí el número es cierto, y debe darse la razón. El número, pues, significa la Ley, cuyo nombre es diez por el Decálogo. Pero cuando se añade a la Ley de gracia, esto es, la letra a su espíritu, se añade en cierto modo el número siete al diez; porque el Espíritu Santo, autor de la santificación, es designado con el número siete, pues ésta es, en verdad, la primera vez que en el día séptimo brilló la santificación en la Ley ( Gén 2). El profeta Isaías nos muestra al Espíritu Santo autor de siete dones de operaciones. Uniéndose, pues, a la decena de la Ley el septenario del Espíritu Santo, resultan diez y siete, cuyo número, computado desde el uno hasta el mismo (poniendo en orden de suma desde el uno hasta el diez y siete inclusive) asciende a ciento cincuenta y tres.

San Gregorio, ut supra
Multipliquemos el siete y diez y siete por tres, y resultarán cincuenta y uno, en cuyo año todo el pueblo descansaba de todo trabajo; pero el verdadero descanso consiste en la unidad, porque donde hay división no hay verdadero descanso.

San Agustín, ut supra
No sólo resucitarán a vida eterna los ciento cincuenta y tres santos figurados en los ciento cincuenta y tres peces, sino que en este número están comprendidos todos los que recibieron la gracia del Espíritu Santo. Este número contiene tres veces el número cincuenta, y además sobre éste el tres, por el misterio de la Trinidad. Complétase, pues, el número cincuenta por la multiplicación del siete por sí mismo, añadiéndole uno en significación de que los tres son uno. No en vano había dicho que los peces eran grandes, pues habiendo dicho el Señor ( Mt 5,17) "No he venido a destruir la Ley, sino a cumplirla" (dándoles el Espíritu con el cual pudiese la Ley ser cumplida), añade poco después: "El que hiciere y enseñare, será llamado grande en el reino de los cielos" ( Mt 5,19). En la primera pesca se rompió la red, significando los cismas. Pero en ésta, como denota la suprema paz de los santos en la que no se conocerá el cisma, tuvo derecho el Evangelista para decir y como fuesen tantos, esto es tan grandes, no se rompió la red, como si en vista de aquel mal recomendara este bien.

San Agustín, in Ioannem, tract., 123
Hecha la pesca, el Señor los llama a comer. Y sigue: "Jesús les dice: Acercaos a comer".

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 86
Este Evangelista no dice que comió con ellos. Esto lo dice San Lucas. Comía, no por necesidad de la naturaleza, sino por condescendencia, para probar su resurrección.

San Agustín, De civ. Dei 13, 22
En la futura resurrección, los cuerpos de los justos no necesitarán del árbol de la vida que les preserve de la muerte por enfermedad ni decrepitud, ni tampoco de ningunos otros alimentos que los libren de las molestias del hambre y de la sed, porque se hallarán revestidos de una verdadera e inviolable inmortalidad, y no tendrán, si no quieren, necesidad de comer, pues aunque no estarán privados de la facultad, estarán exentos de esta necesidad, así como nuestro Salvador, después de resucitado en verdadera carne, aunque espiritual, comió y bebió con sus discípulos, no por necesidad, sino por potestad.
Sigue: "Y ninguno de los comensales se atrevía a preguntarle".

San Agustín, in Ioannem, tract., 123
Nadie osaba dudar quién fuese, pues tanta era la evidencia de la verdad, que nadie se atreviera, no sólo a negar, pero ni aun a dudar, porque de haber dudado hubieran preguntado.

Crisóstomo, ut supra
O quiere decir con esto que los discípulos no tenían ya la misma confianza que antes para hablarle, sino que estaban sentados con gran respeto y reverencia, fijos los ojos en El, viéndole transformado admirablemente y queriendo preguntarle estupefactos. Pero por cuanto sabían que era el Señor, el temor les contenía de preguntar, y sólo comían lo que les daba con supremo dominio. Ahora no mira al cielo, ni hace nada que no demuestre que obra por pura condescendencia. Sigue: "Y vino Jesús", etc.

San Agustín, ut supra
Místicamente, es el pez asado figura de Cristo crucificado; El mismo es el pan que bajó del cielo. A éste está incorporada la Iglesia para participar de la bienaventuranza eterna. Por esto les dijo: "Traed de los peces que cogisteis ahora", a fin de que todos los que participamos de la misma esperanza sepamos que en el número de los siete discípulos (en el que está figurada la universalidad de los fieles) estamos llamados a la comunión de tan grande sacramento y a la sociedad de la misma bienaventuranza.
 
San Gregorio, ut supra
El convite último de los siete discípulos revela que en el banquete de la gloria sólo estarán con Jesús aquellos que están llenos de los siete dones del Espíritu Santo. También los siete días comprenden todo el tiempo de este mundo, y con frecuencia se designa la perfección con este número. Aquellos, pues, que animados del deseo de perfección se sobreponen a las cosas terrenas, son los que gozarán del eterno convite de la verdad.

Crisóstomo, ut supra
Como no estaba continuamente con ellos como antes, dice el Evangelista: "Esta fue la tercera vez que Jesús se manifestó a sus discípulos después que resucitó de entre los muertos".

San Agustín, ut supra
Este número no se refiere a las entrevistas, sino a los días, esto es, el primer día, el de la resurrección, y después de ocho días, cuando Tomás oyó y creyó, y éste en el que hizo el milagro de los peces, y después cuantas veces quiso hasta el día cuadragésimo, en que subió a los cielos.
 
San Agustín, De cons. evang. 3, 26
Nosotros encontramos acordes a los cuatro evangelistas en que el Señor fue visto diez veces después de su resurrección: una vez en el sepulcro por las mujeres; otra por las mismas en el camino, cuando regresaban del sepulcro; la tercera vez por Pedro; la cuarta por los dos discípulos que iban a la aldea; la quinta por muchos en Jerusalén, en donde no estaba Tomás; la sexta cuando le vio Tomás; la séptima en el mar de Tiberíades; la octava por todos los once en el monte de Galilea, como afirma Mateo; la nona en la última comida, después de la cual ya no volverían a comer con El, según refiere Marcos, y la décima en el día de la ascensión, no ya en tierra, sino elevado en una nube.

Teofilacto
Después de la cena, confía a Pedro el gobierno del rebaño universal, no a los otros. Por esto dice: "Cuando hubieron comido, dijo a Simón Pedro, Jesús," etc.

San Agustín, in Ioannem, tract 126
Sabiendo el Señor, pregunta. Sabía el Señor que Pedro no sólo le amaba, sino que le amaba más que todos.

Alcuino
Es llamado Simón de Juan, esto es, hijo de Juan, su padre por la carne. En sentido espiritual Simón quiere decir obediente, y Juan gracia. Y con razón es llamado así obediente a la gracia de Dios, para que se demuestre que el mayor amor de que está poseído, no es, en efecto, de un mérito humano, sino un don de la gracia divina.

San Agustín. In serm. Pass. 149
En la muerte del Señor temió y negó, pero resucitando el Señor, le quita el miedo y le infunde el amor. Porque cuando negó, temió morir, mas resucitando el Señor, ¿qué había de temer, si veía en El muerta la muerte? Y sigue: "Le dijo: Tú, sabes, Señor, que te amo". Entonces confía sus ovejas al que confiesa su amor. Por eso sigue: "Dice a Pedro: Apacienta mis corderos". Como si no pudiera Pedro manifestar su amor a Cristo de otro modo, que siendo pastor fiel sometido al príncipe de todos los pastores.

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 87
El principal bien que nos resulta de este amor, es el de procurar la salvación del prójimo. Prescindiendo, pues, el Señor de los demás Apóstoles, dirige a Pedro estas promesas, porque Pedro era el primero de los Apóstoles, y la voz de los discípulos y la cabeza del colegio. Por esto, después que fue borrada su negación, le invistió como prelado de sus hermanos. No le echa en cara su negación, sino que le dice: Si me amas, preside a tus hermanos, y da testimonio ahora del amor que por todas partes demostraste, sacrificando por mis ovejas esa vida que dijiste que darías por mí.
Sigue: "Vuelve a preguntarle: Simón, hijo de Juan, ¿me amas?", etc.

San Agustín, ut supra
Con razón pregunta a Pedro: "¿Me amas?" y responde: "Te amo" y le dice: "Apacienta mis corderos". Con esto se demuestra que la dilección y el amor son un mismo sentimiento, pues el Señor no le pregunta en la última vez: ¿Me estimas?, sino "¿Me amas?" Sigue pues: "Dícele por tercera vez: Simón, hijo de Juan, ¿me amas?" Esta es la tercera vez que el Señor pregunta a Pedro si le ama, haciéndole confesar tres veces lo que negó tres veces, a fin de que la lengua no sirva menos al amor que lo que sirvió al temor, y que habló, más por conjurar la muerte que le amargaba, que por despreciar la vida presente.

Crisóstomo, ut supra
Le pregunta tres veces, y tres veces le encarga lo mismo, dando a entender lo que aprecia el gobierno de sus propias ovejas, y que en confiárselas le da la mayor prueba de su amor.

Teofilacto
De aquí viene la costumbre de la triple confesión que se hace en el bautismo.
 
Crisóstomo, ut supra
Después de la tercera pregunta, se turba. Por lo que sigue: "Pedro se contristó porque le preguntó por tercera vez: ¿Me amas?" Temiendo que sucediera otra vez como antes que, pareciéndole amar al Señor, no le ame y sea reprendido como lo fue primero cuando se consideraba muy fuerte, se ampara al mismo Cristo. Por eso sigue: "Y le dice: Señor, tú que sabes todas las cosas"; esto es, lo más secreto del corazón, presente y futuro.

San Agustín, De verb Dom
Se entristeció, porque preguntado repetidamente por aquel que sabía lo que preguntaba y le inspiraba la respuesta, contestó con toda veracidad, y de lo íntimo de su corazón profirió aquella palabra de amor: "Tú sabes que te amo".

San Agustín, in Ioannem, tract., 124
No añade, empero, "más que estos", porque él respondió lo que sabía de sí mismo y no podía saber cuánto podría amarle otro, cuyo corazón no podía ver. Sigue: "Dícele: apacienta mis ovejas"; como si dijera: sea el ejercicio del amor el apacentar el rebaño del Señor, así como fue indicio de cobardía el negar al pastor.

Teofilacto
Cualquiera puede señalar la diferencia entre corderos y ovejas; corderos son los que entran, pero ovejas los perfectos.

Alcuino
Apacentar las ovejas es confirmar a los creyentes en Cristo para que no se aparten de la fe, socorrer sus necesidades, resistir a los contrarios y corregir a los súbditos descarriados.

San Agustín
Los que de tal modo apacientan las ovejas de Cristo que más quieren que sean suyas que de Cristo, queda demostrado que no aman a Cristo, sino que están poseídos de la ambición de gloria, de dominio y de riquezas, pero no de la caridad de obedecer, servir y agradar a Dios. Sea a Cristo al que amemos y no a nosotros mismos y en apacentar a sus ovejas busquemos lo que es de Dios, y no lo que es nuestro. Porque el que se ama a sí mismo y no a Dios, no se ama; pues el que no puede vivir de sí mismo, muere suponiendo que se ama. No se ama, pues, quien no se ama para vivir. Pero aquel que es amado por quien vive, no ama más amándose, porque no se ama para amar a aquel de quien se vive.
 
San Agustín, in serm. Pass
Han existido siervos infieles que dividieron el rebaño de Cristo e hicieron su peculio de lo que hurtaron, y oirás que dicen: Aquellas son mis ovejas. ¿Qué dices, mis ovejas? No te encuentro entre las mías, porque si decimos nosotros mías, y ellos dicen suyas, Cristo perdió sus ovejas.

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 87
Después que el Señor habló a Pedro del amor que éste le tenía, le predice el martirio que deberá sufrir por El, enseñándonos el modo cómo se le debe amar. Por eso dice: "En verdad, en verdad, te digo, que cuando eras joven, te ceñías e ibas a donde querías". Le recuerda su primera juventud, porque en las cosas del mundo el joven es útil, pero el que envejece se inutiliza, lo que no sucede en las cosas divinas, porque en la ancianidad es más esclarecida la virtud y más industriosa, a pesar de la edad. Como Pedro siempre quería hallarse en los peligros con Cristo, le dice: Confía, porque yo satisfaré tu deseo de tal modo, que padecerás siendo anciano lo que no padeciste de joven. Por eso sigue: "Cuando envejecieres", por lo que se da a entender que a la sazón no era joven ni viejo, sino varón perfecto.

Orígenes, super Mat
Observa que no es fácil encontrar que los que son aptos para esta obra, pasen de pronto de esta vida a la otra, pues aquí se le dice a Pedro: "Cuando envejecerás extenderás tus manos".

San Agustín, in Ioannem, tract., 123
Esto es, serás crucificado, pues a esto vendrás para que otro te ciña y te lleve donde tú no quieras. Primero dijo lo que sucedería, y después el modo, pues no sólo fue crucificado, sino que fue conducido a donde él no quería para crucificarle. El quería verse desembarazado de su cuerpo mortal y estar con Cristo. Pero (si era posible) deseaba la vida eterna sin las molestias de la muerte, las que sufrió contra su voluntad, triunfando de ellas voluntariamente. Este sentimiento de repugnancia a la muerte es inherente a la naturaleza, y la misma ancianidad no pudo librar a Pedro. Pero sean cuales fueren las agonías de la muerte, debe superarlas a fuerza del amor por Aquel que, siendo nuestra vida, quiso morir por nosotros. Porque si la muerte fuera de poca importancia, no sería tan grande la gloria del martirio.

Crisóstomo, ut supra
Dice, pues, "Adonde tú no quieras", por el natural sufrimiento del alma, que no quiere separarse del cuerpo, disponiéndolo Dios así, para que muchos no se quiten la vida. Después, para levantar el espíritu del oyente, continuó el Evangelista: "Esto lo dijo para significar con qué género de muerte glorificaría a Dios". El no dijo qué clase de suplicio sufriría, para que aprendas que el padecer por Cristo es gloria y honor para el paciente. Si el alma de un mártir no tuviese la seguridad de que realmente existe Dios, no soportaría de ningún modo la consideración de la muerte, por la que se revela la certeza de la gloria divina.

San Agustín, ut supra
Este es el fin que encontró aquel que negó y amó, dando su vida con perfecto amor por aquel a quien había prometido en una precipitación culpable que daría su vida. Convenía, pues, que Cristo muriera por la salvación de Pedro, y que después Pedro muriera por la predicación de Cristo.


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