sábado, 30 de junio de 2012

Domingo XIII (ciclo b) Mons. Castagna

Mons. Domingo Castagna
(Arzobispo Emérito de Corrientes)

1 de julio de 2012
Marcos 5, 21-43
          La fe es una respuesta de amor. ¿En qué consiste la fe que dispone de una virtud, que el mismo Jesús reconoce al atribuirle un tal poder?: “Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz…” (Marcos 5, 34). Sin duda no corresponde a dudosas maniobras mágicas o de esotérica procedencia. Es un don de Dios, absolutamente gratuito, que, para ser efectivo o aprovechable por quien lo recibe, reclama una respuesta de amor. Tanto el jefe de la Sinagoga como la mujer enferma “desde hacía doce años” comprueban la amabilidad de Jesús y confían en su poder. La fe es adhesión a la persona de Jesús que logra los mayores prodigios. Buscar a Cristo como una figura mítica, de magnética resonancia, para conseguir un favor - porque se han agotado las demás instancias - no es la fe que salva y cura del pecado. La sanación de las enfermedades no constituye un fin en sí misma, es signo de una operación más importante: el perdón del pecado. El mal del hombre es el desequilibrio moral a que lo somete el pecado o el hecho de obrar el mal. Para recuperar el equilibrio y la paz debe producirse la desaparición de su siniestra raíz y causa. En algunas curaciones Jesús empieza por el perdón: “Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados”… “Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados - dijo al paralítico - levántate, toma ti camilla y vete a tu casa. Él se levantó y se fue a su casa” (Mateo 9, 2-7).
          La novedosa tarea apostólica. La lectura del Evangelio, en textos como el que hemos proclamado hoy, presenta una sutil alusión a la verdadera misión de Jesús. Inicia su labor misionera como lo relata brevemente San Mateo: “A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca” (4, 17). Ofrece a los Apóstoles una tarea novedosa: “Entonces les dijo: Síganme, y yo los haré pescadores de hombres” (Mateo 4, 19). El hombre recuperado, a su original identidad, es el objetivo que Jesús se propone y propone a sus discípulos. No será entendido, ni es entendido hoy. La Iglesia cobra conciencia progresiva de esa misión en favor de la humanidad. La gracia de Cristo Resucitado, que el Espíritu transmite a los discípulos, los asiste contra las adversidades provenientes del mundo y de su propio interior. Los dos modelos de fe, incluidos en la escena bíblica, corresponden a personas muy diversas, no obstante, la relación de ambos con Jesús les otorga un lenguaje existencial común. El proceso del conocimiento del Señor parece haber llegado a una asombrosa madurez en ellos. La mujer no duda de que se curará si logra establecer el simple y callado contacto con su manto. El jefe de la Sinagoga sigue adelante a pesar del informe de que su hija había muerto y que era inútil molestar al Maestro: “Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la Sinagoga:’No temas, basta que creas’” (Marcos. 5, 36).
          Lograr que la fe sea una respuesta de amor y obediencia. El cometido del Año que se inicia el 11 de octubre es renovar la fe de los creyentes para que sean auténticos testigos de la misma fe en el mundo. La evangelización - lo viene diciendo el Papa incansablemente - cuenta con el testimonio de santidad de los verdaderos creyentes. Renovar la fe es descontaminarla de todo elemento extraño a ella y nutrirla con la Palabra predicada y celebrada por la Iglesia. Será una providencial oportunidad que, particularmente los ministros sagrados, se dispongan al ejercicio del ministerio de la Palabra con un corazón auténticamente creyente. De esa manera lograrán que sus comunidades renueven su fe y lleguen a ser fuertes enclaves del Evangelio en la sociedad. Para ello es preciso un ejercicio constante de la fe, enfrentando los desafíos de la incredulidad contemporánea: agnosticismo, relativismo y materialismo. En el debate ideológico la fe católica no dispone de los recursos que poseen sus poderosos adversarios. El gran argumento, el único e irrebatible, es el testimonio de santidad de los creyentes.
          Creer es amar a Dios y obedecerle. Por ello, el Santo Padre Benedicto XVI insiste en la coherencia entre fe y vida. Es oportuno recordar la afirmación de Santiago: “La fe sin obras está muerta”. Ante los hechos relatados por el evangelista San Marcos es preciso concluir que no se entiende la fe que no sea obediencia a la voluntad de Dios y, por lo mismo, respuesta de amor. La mujer enferma y el jefe de la Sinagoga ya habían aceptado a Jesús en sus corazones cuando comprobaron cuánto los amaba Dios en la curación de una y al regreso a la vida de la hija del Jefe de la Sinagoga. Nuestra oración de petición necesita ser precedida por una verdadera declaración de amor a Dios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Vistas de página en total

contador

Free counters!