miércoles, 2 de mayo de 2012

Un economista a los altares


Giuseppe Toniolo
Beatificado el 29 de abril de 2012

          La beatificación de Giuseppe Toniolo (1845-1918) es un acontecimiento de extraordinaria importancia para el catolicismo italiano; y no sólo para él. Un padre de familia, un profesor universitario, un militante católico llega al honor de los altares: un camino iniciado en 1933 en los ambientes de la Federación Universitaria Católica Italiana.
          Una muestra, por lo tanto, de la Acción Católica, que en Toniolo ha visto el modelo de un laico activamente comprometido en la ciudad secular, en constante y continua comunión con la jerarquía.
          Pero Toniolo supera y sobrepasa las pertenencias de grupo. También entonces el mundo católico estaba atravesado, a veces lacerado, por almas diferentes frecuentemente en abierta competición, entre la intransigencia monolítica de la Obra de los Congresos de Giovanni Battista Paganuzzi y las impaciencias innovadoras de los jóvenes que mordían el bocado acabando, en muchos casos, por arribar políticamente al “murrismo” más exasperado e idealmente a la deriva modernista. Consciente de los peligros y de los riesgos de ambas posturas, Toniolo hizo de todo para promover y animar, en la caridad, un diálogo franco y genuino entre las partes, permaneciendo indefectiblemente fiel a la Iglesia y a sus obispos.

          Toniolo quiso vivir en comunión con los pastores de la Iglesia, de quienes era amigo y colaborador con frecuencia; no para protegerse de posibles rayos, sino para moverse en un ambiente vital y en la garantía de la verdad. Quien después, aún sumariamente, hojeara sus cartas se daría cuenta de la vida intensísima de este intelectual, de este académico que no se cansó de cruzar Italia y Europa para sostener la causa católica con todos los medios posibles. Y que, a costa de masacrantes viajes, también nocturnos, jamás se ausentaba de sus lecciones universitarias en Pisa, para no faltar a los deberes respecto al Estado y a los estudiantes.
          Innumerables virtudes cultivó Toniolo en grado eminente. Pero evitemos difundir de él una estampa piadosa, como las circunstancias inducirían a hacer, porque la realidad es más bella que la representación hagiográfica que, con sus clichés, acaba a menudo por alejar en lugar de acercar. En cambio quien pueda que lea los testimonios de la Positio pisana y se percatará de cuánta extraordinaria humanidad es capaz, en la concreción de la cotidianidad, una vida totalmente inmersa en la fe.
          Con todo, la de Toniolo es una figura suprimida de la memoria. Los exponentes del catolicismo democrático le recordaron hasta la generación de Alcide de Gasperi e, inmediatamente después, entre los más jóvenes, de Amintore Fanfani, formado en la Universidad Católica de Agostino Gemelli, que a Toniolo debía buena parte de su inspiración. Pero tras ellos llegó el diluvio del olvido, casi como si la crisis del Estado liberal, el fascismo y la guerra mundial hubieran cancelado el perfil de un rostro reduciéndolo a una imagen difuminada, más que ofuscada, en un muro gastado por el tiempo. En cambio en el profesor pisano los católicos italianos podrían ahora redescubrir un ejemplo de plena y total implicación en la historia con la mirada más allá de la historia.
          En efecto, Toniolo siempre pensó de manera amplia y profunda, se confrontó con la economía, con la sociedad, con las temibles crisis de su tiempo. Se diría que no descuidó ningún aspecto de la convivencia humana, desde la explotación de los trabajadores, de los menores y de las mujeres al respeto del descanso festivo, de los salarios al crédito, de la cuestión educativa a la investigación científica. Con sus esfuerzos por la Sociedad Católica Italiana para los Estudios Científicos, nacida en Como en 1899, buscó crear en Italia algo parecido a aquello que los católicos alemanes, en el áspero clima del Kulturkampf, habían puesto en acto en Alemania con la Görres-Gesellschaft (1876).
          Lo intentó de nuevo, entre 1904 y 1909, durante el pontificado de Pío X, con una asociación católica internacional para el progreso de las ciencias que, en los años difíciles y candentes del modernismo y de su represión, acabó por morir antes de nacer. Pero todo el trabajo realizado en la convicción de que la verdadera ciencia no puede contradecir la fe y su profunda razonabilidad no se perdió, pues fecundó al padre Gemelli en dar vida a la Universidad Católica.
          No fue la particular condición de los católicos italianos, todavía necesariamente ajenos al compromiso político, lo que impulsó a Toniolo a la reflexión sobre la economía y la sociedad. Fue más bien la convicción de que ningún problema de naturaleza social o política podía afrontarse sin estudiar su génesis y la matriz ideal y cultural. Contra un pragmatismo de corto alcance, contra un empirismo sin perspectivas, el nuevo beato nos enseña que todas las cuestiones en su raíz se vinculan y se reducen a la visión que una sociedad elabora del hombre y de Dios; y por lo tanto que en esa frontera, eminentemente cultural, es necesario pelear la batalla.
          Toniolo es, con seguridad, quien más hizo para que la cultura católica italiana perdiera el provincianismo, rescatándola de la angustia de las resentidas reivindicaciones post-unitarias para elevarla al diálogo con los movimientos católicos europeos, con sus pensadores y con sus protagonistas; y al mismo tiempo exponiéndola a los desafíos de la confrontación con las otras visiones del mundo, de matriz liberal y socialista. Mirándolo bien, sin embargo, su lección no es tanto de contenido, aunque las desastrosas evoluciones de una economía desvinculada de la ética parecen dar singularmente razón a quien, en diciembre de 1873, pronunció su “prelección” en la universidad de Padua sobre el tema “Del elemento ético como factor intrínseco de las leyes económicas”.
          Con la beatificación de Toniolo los católicos italianos no ganan sólo, en la comunión de los santos, un válido auxilio y protector. Tienen la ocasión de redescubrir en él un ejemplo y un modelo de quien –en las circunstancias históricas cambiadas– seguir el camino y sobre todo el método: la fidelidad a la historia y a la sociedad, para trascenderlas. Porque ser fieles a Dios es el único modo de ser verdaderamente fieles al hombre, que en el Padre tiene la premisa y guarnición de su dignidad. Toniolo nos recuerda que el amor y la fidelidad a la historia y a la sociedad, en una palabra, al hombre, son tanto más verdaderas cuanto más nacen del deseo de Dios, de quien asumen regla y sustancia, a fin de no fracasar ni caer en lo contrario. Como el siglo XX, tras la muerte de Toniolo, demostró elocuentemente.
(Paolo Vian en L’Osservatore Romano)

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