viernes, 11 de mayo de 2012

Domingo 6º de pascua - B - Catena Aurea

Jn, 15, 9-17

Como el Padre me amó, así también yo os he amado: perseverad en mi amor: si guardareis mis mandamientos, perseveraréis en mi amor, así como yo también he guardado los mandamientos de mi Padre y estoy en su amor. Estas cosas os he dicho para que mi gozo esté en vosotros, y para que vuestro gozo sea cumplido". (vv. 9-11)
 
San Agustín In Ioannem tract., 82.
Lo mismo se dice con glorificado que con clarificado: Lo uno y lo otro viene de una palabra griega doxa 1 , que quiere decir gloria . Y debo aducir esto para que no lo atribuyamos a gloria nuestra, como si lo tuviéramos por nosotros mismos. Es una gracia de El, y, por tanto, la gloria corresponde a El, no a nosotros. ¿Por quién, si no, producimos el fruto, sino por Aquel cuya misericordia nos favorece? De aquí que añade: "Como mi Padre me amó a mí, así yo a vosotros": ved de dónde nacen nuestras buenas obras. ¿De dónde debían proceder sino de la fe, que se obra por el amor? Al decir "Como me amó mi Padre así yo a vosotros", no manifiesta igualdad de naturaleza entre El y nosotros (como la que hay entre El y su Padre), sino la gracia, por la cual es mediador entre Dios y los hombres, el hombre Jesucristo. Se muestra mediador en aquello que dice: "Mi Padre me amó, y yo os amo", porque el Padre nos ama también, pero en El.

Crisóstomo ut supra.
Si, pues, el Padre os ama, confiad; si es para gloria del Padre, fructificad. Después, para excitar su diligencia, continúa: "Permaneced en mi amor". Cómo ha de hacerse esto, lo explica diciendo: "Si guardareis mis preceptos".

San Agustín ut supra.
¿Quién duda que el amor ha de preceder a la guarda de los preceptos? Porque el que no ama no tiene base para la observancia de los preceptos; y así, esto que dice no es para asentar la razón de donde el amor nace, sino por donde se manifiesta, para que nadie se engañe diciendo que lo ama sin observar sus preceptos. Aunque al decir "Permaneced en mi amor" no aparece a qué amor alude, si al que debemos tenerle, o al que El nos tiene. Sin embargo, bien se conoce por las anteriores palabras "Yo os he amado". Y en seguida dice: "Permaneced en mi amor", a saber, en el que El les profesaba. ¿Qué otra cosa significa "Permaneced en mi amor", sino en mi gracia? ¿Y qué otra cosa expresa cuando dice "Si guardareis mis preceptos permaneceréis en mi amor", sino el signo por donde hemos de conocer cuándo le amamos, a saber, cuando guardamos sus mandamientos? No los observamos para que El nos ame; antes, sin su amor no podríamos observarlos. Esta es la gracia visible para los humildes, oculta para los soberbios. Mas ¿por qué continúa "Como yo he observado los preceptos del Padre, y he permanecido en su amor"? En efecto, aquí el amor del Padre es el que el Padre le profesa. ¿Y por esto también se ha de entender como gracia el amor del Padre hacia el Hijo, como lo es el del Hijo hacia nosotros? No, porque nosotros somos hijos por gracia, no por naturaleza, y el Hijo lo es por naturaleza, no por gracia. ¿Puede esto referirse al Hijo como hombre? Ciertamente, porque al decir "Como me amó mi Padre a mí, yo a vosotros", demuestra la gracia del mediador. Pero Cristo es mediador entre Dios y los hombres, no en cuanto Dios, sino en cuanto hombre. También puede decirse con justicia que si bien la naturaleza humana no pertenece a la naturaleza de Dios, sí pertenece a la persona del Hijo de Dios por medio de la gracia, que no tiene otra ni mayor ni ciertamente igual. En efecto, ningún mérito del hombre precedió a la gracia de la Encarnación, sino que por el contrario todo mérito suyo empezó a partir de ella.

Alcuino.
Qué preceptos recomienda, lo dice el Apóstol ( Flp 2,8): "Cristo se hizo obediente al Padre hasta la muerte, y muerte de cruz".

Crisóstomo In Ioannem hom., 76.
Como después su alegría había de verse interrumpida por la futura pasión y las ofensas, prosigue: "Os he dicho estas cosas para que mi alegría resida en vosotros"; como diciendo: aunque la tristeza venga, yo la destruiré para convertirla en gozo.

San Agustín In Ioannem tract., 83.
¿Qué gozo es éste que Cristo inspira en nosotros, sino el dignarse recibirlo por nosotros? ¿Y qué gozo será ése que nosotros logramos, sino el tener parte con El? Ya El tenía un gozo perfecto cuando se alegraba con la presciencia y predestinación nuestra. Pero aquel gozo no estaba en nosotros porque nosotros aún no existíamos. Empezó a existir en nosotros cuando nos llamó. Llamamos con propiedad nuestro a este gozo, porque mediante él seremos bienaventurados, y empezando por la fe de los que renacen, llegará a su perfección cuando alcancemos el premio de la resurrección.

Notas
1. En griego, doxa , gloria, honor, esplendor, poder, como atributos divinos.

"Este es mi mandamiento, que os améis los unos a los otros como yo os amé. Ninguno tiene mayor amor que éste, que es poner su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hiciereis las cosas que yo os mando. No os llamaré ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor; mas a vosotros he llamado amigos, porque os he hecho conocer todas las cosas que he oído de mi Padre. No me elegisteis vosotros a mí, mas yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y que permanezca vuestro fruto, para que os dé el Padre todo lo que le pidiereis en mi nombre". (vv. 12-16)

Teofilacto.
Como había dicho "Si guardáis mis mandamientos", explica cuáles sean éstos, diciendo: "Amaos los unos a los otros", etc.

San Gregorio In Evang hom. 27.
Estando todas las palabras del Señor llenas de preceptos, ¿por qué hace del amor como un especial mandato, sino porque en el amor radica todo mandato? ¿No pueden todos los preceptos reducirse a uno, supuesto que todos se basan en la caridad? Porque así como de un solo tronco nacen muchas ramas, así también muchas virtudes se derivan de la caridad. Y no tiene lozanía la rama de las buenas obras, si no está en el tronco de la caridad. Los preceptos del Señor son muchos, en cuanto a la diversidad de las obras, pero se unifican todos en su tronco, que es la caridad.

San Agustín In Ioannem tract., 83.
Donde la caridad está, ¿qué es lo que puede faltar? En donde ella no existe, ¿qué puede haber de provecho? Pero este amor debe distinguirse del que los hombres se profesan como hombres. Por eso dice: "Como yo os he amado". ¿Para qué nos amó Cristo, sino para que pudiésemos reinar con El? Amémonos mutuamente también con este designio, distinguiendo nuestro amor del de aquellos que no se aman para que Dios sea amado. Estos no se aman verdaderamente, y, al contrario, aquellos se aman con verdad, cuyo amor busca el amor de Dios.

San Gregorio ut supra.
La prueba de la verdadera caridad consiste principalmente en que se ame hasta a los enemigos, porque la Verdad padeció hasta el suplicio de la cruz. Aun allí profesó amor a sus perseguidores, diciendo ( Lc 23,34): "Padre, perdónalos, que no saben lo que hacen"; llegando al colmo este amor cuando añade: "Nadie tiene mayor amor que éste, que es poner su vida por sus amigos", para enseñarnos que no sólo puede convertirse en provecho nuestro la saña de nuestros enemigos, sino también que éstos deben reputarse como amigos.

San Agustín In Ioannem tract., 84.
Como antes había dicho "Este es mi precepto, que os améis mutuamente como yo os he amado", es lógico lo que el mismo San Juan dice en una epístola: "Así como Cristo puso su vida por nosotros, así nosotros debemos ponerla por nuestros hermanos" ( 1Jn 3,16). Esto hicieron los mártires con ferviente amor, y por esto no los conmemoramos en el altar para pedir por ellos, sino para que ellos pidan por nosotros, a fin de que sigamos sus huellas. Y al presentarse de tal suerte a sus hermanos, no hicieron otra cosa que manifestar las gracias que habían recibido en el altar.

San Gregorio ut supra.
¿Quién no dará a su hermano la túnica en tiempo de paz, debiendo dar la vida por él durante la persecución? Nútrase en los tiempos de bonanza la virtud de la caridad, por medio de la misericordia, para que sea invencible en la borrasca.

San Agustín De Trin. lib. 88.
Con un mismo amor amamos a Dios y a los hombres, pero a Dios por Dios, a nosotros y al prójimo por Dios. Y siendo los dos preceptos de la caridad en los que toda la ley está contenida (el amor de Dios y el del prójimo), no sin fundamento suele poner la Escritura, en muchos lugares, el uno por el otro. Porque es lógico que el que ama a Dios haga lo que Dios manda, y así ame al prójimo porque Dios lo manda. Por esto continúa: "Vosotros seréis amigos míos, si hacéis lo que os mando".

San Gregorio Moralium 27, 12
El amigo es como el guardián del alma, y por tal razón se llama amigo de Dios el que cumple su voluntad guardando los preceptos.

San Agustín In Ioannem tract., 80.
¡Gran dignación! No pudiendo ser bueno un siervo que no cumpliere los preceptos de su señor, aquí da a conocer con el nombre de amigos a los que se hicieren dignos de ser buenos siervos. Porque puede ser siervo y amigo el que es siervo bueno. En qué sentido debamos tomar que es siervo y buen amigo el que es siervo bueno, lo explica cuando dice: "Yo no os llamaré siervos, porque el siervo ignora lo que hace su señor". ¿Es que ya no seremos siervos cuando seamos siervos buenos? ¿Acaso el señor no confía sus secretos al siervo bueno y probado? Es que, así como hay dos temores, hay también dos servidumbres: hay un temor que el amor perfecto expele fuera, y con el cual sale juntamente la servidumbre, y hay otro más honesto que permanece eternamente. A la primera servidumbre se refería el Señor diciendo: Ya no os diré siervos; "no os llamaré en adelante siervos sino amigos porque el siervo ignora", etc. No habla de aquel siervo temeroso y honesto de quien dice San Mateo: "Alégrate, siervo bueno; entra en el gozo de tu señor" ( Mt 25,21); sino de aquel, dominado de temor servil, del que dice San Juan en otro lugar: "El esclavo no permanece siempre en la casa, pero el hijo sí" ( Jn 8,35). Porque si nos dio libertad para hacernos hijos de Dios, seamos hijos, no esclavos, para que de un modo admirable los que somos siervos podamos dejar de serlo. Y para conseguirlo confesaréis que es Dios quien lo hace. Esto es lo que ignora aquel siervo que no confiesa que lo hace su Señor, y que cuando hace algo bueno, así se enorgullece como si fuera obra suya y no de su Señor, y se atribuye la gloria a sí mismo, y no a Dios. Y sigue: "A vosotros llamé amigos, porque os he manifestado todo lo que oí de mi Padre".

Teofilacto.
Como si dijera: El siervo desconoce los designios de su señor, pero a vosotros, a quienes trato como amigos, os he comunicado mis secretos.

San Agustín In Ioannem tract., 85.
¿Cómo se ha de entender que manifestó a sus discípulos todo lo que oyó de su Padre? Callándose todo aquello que sabía que sus discípulos no podían comprender, pero descubriéndoles todo lo que cabe en la plenitud de ciencia, de la que dice el Apóstol a los de Corinto: "Entonces conoceré como soy conocido" ( 1Cor 13,12). Porque así como esperamos la inmortalidad del cuerpo, así también debemos esperar el conocimiento futuro de todo lo que el Unigénito oyó del Padre.

San Gregorio In Evang hom 27.
O que todo lo que oyó de su Padre y quiso revelar a sus siervos, son los gozos de la caridad interior y las fiestas de la patria celestial que diariamente presienten las almas en sus transportes de amor, pues cuando amamos lo que se nos dice del cielo, conocemos ya lo que amamos, porque el conocimiento es el amor. Todo, pues, se lo había revelado a los Apóstoles, porque desasidos de los deseos terrenos, ardían en llamas de amor divino.
 
Crisóstomo In Ioannem hom., 76.
En fin, les dice todo lo que les convenía saber, diciendo que manifiesta lo que ya da a entender: que no habla de nada que no sea del Padre.

San Gregorio ut supra.
Pero todo aquel que tenga el honor de ser llamado amigo de Dios, no atribuya a méritos propios la dignidad que siente en sí. Por esto dice: "No sois vosotros quienes me elegisteis, sino que yo os elegí".

San Agustín In Ioannem tract., 86.
¡He aquí una gracia inefable! ¿Qué éramos cuando aún no éramos cristianos, sino unos perversos y perdidos? Pues ni aun habíamos creído en El para que nos eligiese; porque si eligió a los creyentes, El los hizo creyentes para elegirlos. No tiene aquí lugar aquella vana argumentación de que Dios nos eligió antes de la creación, porque previó, no que El nos haría buenos, sino que nosotros lo seríamos por nosotros mismos. Y ciertamente que si Dios nos hubiera elegido porque previó que seríamos buenos, también habría previsto entonces que nosotros lo habíamos de elegir primero a El. Porque ésta es la única manera en que podemos ser buenos, a no ser que sea llamado bueno el que no elige lo bueno. ¿Qué es, pues, lo que eligió de entre aquello que no era bueno? No basta que digas: "fui elegido porque ya creía", porque si creías en El ya lo habías elegido. Ni tampoco digas, "antes de creer ya obraba bien, y por eso fui elegido", porque ¿qué obra puede ser buena antes de tener fe? ¿Qué hemos de decir, pues, sino que éramos malos, y fuimos elegidos para que fuésemos buenos por gracia del que nos eligió?

 
San Agustín De praedest Sanct cap. 17.
Han sido, pues, elegidos antes de la creación, por el acto de predestinación que Dios previó que ejecutaría más adelante, aquellos que fueron llamados del mundo por aquella vocación que Dios predestinó y cumplió. Porque a aquellos que predestinó, a aquellos llamó ( Rm 8,30).

San Agustín In Ioannem tract., 83.
Y ved cómo no es que elegía a los buenos, sino que a los que eligió hizo buenos. Y continúa: "Y os puse para que vayáis y recojáis el fruto" ( Jn 15,5). Y éste es el fruto de que ya había dicho: "Sin mí nada podéis hacer". El mismo es el camino en que nos puso para que vayamos.

San Gregorio ut supra.
Yo os puse, (a saber, en gracia), planté para que vayáis (queriendo, porque el querer es el marchar del alma), y recojáis el fruto trabajando. Cuál es el fruto que deban llevar, lo indica cuando añade: "Y vuestro fruto permanezca". Porque todo lo que trabajamos en este siglo, apenas dura hasta la muerte, y llegando ésta, corta el fruto de nuestro trabajo. Pero lo que se hace por la vida eterna, aun después de la muerte dura, y entonces empieza a aparecer, cuando ya dejan de verse las obras de la carne. Produzcamos, pues, tales frutos, que permanezcan, y que la muerte, que todo lo acaba, sea el principio de su duración.

San Agustín ut supra.
Nuestro fruto es el amor que ahora vive en el deseo, pero no en la satisfacción; y por este mismo deseo nos dará el Padre cuando pidiéremos en nombre de su Hijo Unigénito, por lo que sigue: "Y cuanto pidiereis al Padre en mi nombre". Nosotros pedimos en nombre del Salvador esto que pertenece al orden de la salvación.

"Esto os mando, que os améis los unos a los otros. Si el mundo os aborrece, sabed que me aborreció a mí antes que a vosotros. ". (v. 17)

San Agustín In Ioannem tract., 86.
Había dicho el Señor: "Os puse para que vayáis y recojáis el fruto" ( Jn 15,16). Nuestro fruto es la caridad y el precepto de este fruto nos dice: "Esto os mando: que os améis mutuamente". Por lo que dice el Apóstol: "El fruto del espíritu es la caridad" ( Gál 5,22), y todo lo demás lo presenta como consecuencia de este principio. Con razón, pues, recomienda respectivamente el amor como la única virtud, sin la cual de nada pueden aprovechar las demás, ni puede adquirirse sin las demás obras con las que el hombre se hace bueno.

Crisóstomo In Ioannem hom., 76.
O de otro modo: Yo he dicho que sacrifico mi vida por vosotros, y que yo os he elegido primero. Esto no lo he dicho reprendiéndoos, sino para atraeros al amor de unos a otros. Y después, como era difícil sufrir la persecución y los ultrajes de la muchedumbre, les enseñó que no conviene lamentarse, sino alegrarse, por lo que añade: "Si el mundo os aborrece, sabed que primero me aborreció a mí". Como si dijera: Sé que esto es duro, pero por mí lo soportaréis.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Vistas de página en total

contador

Free counters!